domingo, 15 de mayo de 2011

La Puerta de la Pascua (4º de Pascua A)

Es propio de la llamada posmodernidad negar cualquier absoluto, sea éste una idea, un programa o una creencia; incluso de Dios se niega la cualidad de absoluto, o lo que es lo mismo: su existencia, ya que un Dios relativo es tan absurdo como un círculo cuadrado. ¿Por qué tu Dios va a ser el único?, se dice, cada religión tiene su Dios o sus dioses, y todos son válidos. Así, cuando alguien muestra fe en un Dios que está sobre todo y todos o proclama que hay valores absolutos se le suele tildar de “fascista loco” que quiere oprimir al resto con sus intransigencias. Es corriente que incluso  personas que ostentan títulos en humanidades lleguen a decir que “todo es relativo”, sin caer en la cuenta de la contradicción interna de esta afirmación: si “todo es relativo”, dime: la misma afirmación de la relatividad ¿es absoluta o relativa? ¿Cómo pretendes que acepte como verdad absoluta que nada pueda ser absoluto? Si no hay verdad no tienes derecho siquiera a afirmar la relatividad de todo. Tampoco podríamos afirmar que “nada es absoluto”; si no hay verdad, sino sólo verdades, ¿cuál de ellas será de fiar cuando se contradicen? Y la consecuencia vital: si no hay nada absoluto, por nada merece la pena dar la vida; si no hay amor, ni verdad, ni justicia,.. ¿para qué vivir?

Quienes hemos estudiado teología hemos oído hablar alguna vez de “la pretensión de Jesús”, ese atrevimiento a la hora de hablar de sí mismo que parece sobrepasar los límites de lo políticamente correcto. Sorprende de Jesús que se equipare a Dios en textos evangélicos en los que afirma su poder para hacer lo que es propio sólo de Dios: perdonar pecados (cf Lc 5,21), invitar al seguimiento directo de su persona diciendo “ven y sígueme” (Mt 8,22; 9,9;19,21), o  llamarse  a sí mismo “la puerta de las ovejas” (Jn 10,9), no “una puerta” entre muchas sino la única puerta de la salvación; esta afirmación, como las otras seis del Evangelio de san Juan en las que se define a sí mismo como el buen pastor, el pan de la vida, la luz, el camino, la verdad y la vida, supone una pretensión por parte de Jesús que nos lleva a concluir que tenía conciencia de estar por encima del común de los hombres. ¿No es algo inaudito? ¿No es un signo de soberbia que un hombre se atribuya las cualidades de Dios? No nos sorprende, pues, que Pilatos, cuando Jesús le dice que ha venido a dar testimonio de la verdad, le responda entre escéptico y preocupado: ¿y qué es la verdad?
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La pretensión de Jesús desentona con quienes postulan un relativismo extremo, y desde nuestra fe en Él los cristianos afirmamos que hay un absoluto que está sobre todo: Dios, que se nos ha dado a conocer en Jesucristo, “plenitud del que lo llena todo en todo”. (Ef 1,10); en Jesús hemos conocido el amor de Dios (Dios es amor). Dios lo es todo. "¡Qué intransigentes son estos cristianos!", nos dicen; y se equivocan quienes nos tachan de eso, porque confunden la fe en un ser absoluto con el absolutismo del poder y de las ideas. Nuestro Dios no es un Dios absolutista que impone su ley por la fuerza, ni una idea absoluta que para brillar necesita la muerte de las demás ideas.

A quienes no son creyentes no podemos decirles que Dios lo es todo, puesto que no creen en Él, pero sí podemos decirles sin ambages que el amor lo es todo y Dios es amor que permanece para siempre (cf 1 Cor. 13,4-7). Como amor que es, Dios es el garante de la verdad, porque sólo amando se puede alcanzar el verdadero conocimiento. ¿Aprenderás algo de aquel o aquello a que o a quien odias? ¿No es el amor-aceptación-diálogo el único camino para poder conocer el mundo y a quienes lo habitan? A quienes niegan que haya verdad digámosle que sí la hay, y que el amor se goza con ella (1 Cor 13,6). Y digámosle también que Dios es un absoluto en el amor, no un absolutista en sus ideas; así entienden la vida los que siguen a Jesucristo; éste no tuvo reparos en poner en evidencia las mentiras del hombre, pero quedando a salvo el amor de Dios (misericordia) como única verdad a seguir. ¡Qué distinto es leer el pecado del hombre desde el odio a leerlo desde la misericordia! Es la diferencia entre el absolutismo del mal y el absoluto del amor.


Jesús nos dice: “Yo soy la puerta: quien entre por mi se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos” (Jn 10,9). Jesús es la puerta del amor, la puerta de acceso al “todo”. Son muchos los que a lo largo de la historia han ido abriendo puertas esperando encontrar la vida tras ellas, muchos los que vivieron la dispersión buscando acá y allá algo que pudiera satisfacer sus ansias de plenitud. Finalmente se encontraron con el Salvador, con el Pastor que les introdujo en su ámbito (puerta) y hallaron en Él la fuente para su corazón sediento y el descanso para sus fuerzas mermadas (cf Sal 22,2-3). Cuando se dejaron alcanzar por Jesús pudieron decir sin complejos: lo eres todo para mi, “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28). Sin miedos, son muchos los que luego han contado su conversión para que otros se acerquen a la misma Puerta que ellos. Los evangelios son una guía para llegar a la Puerta acertada, para que creamos que Jesús es el Hijo de Dios y creyendo tengamos vida en su nombre (cf Jn 20,30).

Vivir en el relativismo es andar descarriado persiguiendo sombras inconsistentes que no llenan la vida. Muchos hombres de hoy viven la tragedia de tener que construirse una escala de valores en una sociedad que niega que haya algún valor por el que merezca la pena darlo todo. Cuando Dios desaparece del horizonte todo queda descolorido: ¿quién soy?, ¿por qué vivo?, ¿cuál es mi destino?, ¿para qué esforzarme? Los ladrones y bandidos acechan su oportunidad para esquilmar a las ovejas que se han dispersado y ya no viven bajo la protección del Pastor. Desde el evangelio de san Juan se hace una llamada: deja a Cristo entrar en tu vida. Él no quiere entrar en ella con engaño; no es el pastor que va detrás de los suyos azuzando con el palo; el cayado no es un arma para fustigar a las ovejas sino para defenderlas de los peligrosos lobos que quieren arrebatárselas; el buen pastor “camina delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz" (Jn 10,4). Es de fiar, porque ama a los suyos hasta morir por ellos; “sus heridas os han curado” (1 Pe 2,24); el Buen Pastor es Dios-amor que no mata ni hace estragos entre las ovejas, como hacen los ladrones y salteadores, sino que “ha venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). ¿No merece la pena vivir totalmente volcado en Él?


Casto Acedo. Mayo 2011. paduamerida@gmail.com. 3153

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