jueves, 5 de mayo de 2011

Animados por la fe en la resurrección (3º Pascua A) 8 de Mayo.

El episodio de los discípulos de Emaús es un relato eminentemente catequético. Toda experiencia de conversión personal y toda la misión  de la Iglesia se ven reflejadas en este texto. Se parte de una situación de desánimo, de cansancio, de injusticias, de sufrimientos y de esperanzas frustradas, que el encuentro con el Resucitado transforma radicalmente. Los que se sintieron aplastados por los dramáticos acontecimientos de la pasión y muerte de Jesús, hallaron en la resurrección el punto de apoyo necesario para liberarse de su cobardías y reiniciar en pos de Jesús y su Reino un seguimiento sin miedos. 

Seguir a Jesús antes de la Pascua (1)

La frustración que muestran los de Emaús al desconocido que les sale al paso es la misma del hombre de ayer y de hoy que, falto de la fe pascual, vive el ocaso de sus ilusiones, proyectos y esperanzas. Es la experiencia de muchos que se ilusionaron con el Jesús terreno (histórico) y se quedaron ahí. Los evangelios dan testimonio de sus motivaciones y de su decepción. Unos le siguieron “porque han comido de los panes y se han saciado” (Jn 2,26); otros buscaron solo la curación física sin querer profundizar más; entre sus discípulos había quienes aspiraban a medrar buscando los primeros puestos (cf Mt 20,20-28). Al final las masas, defraudadas, le abandonaron pronto; los discípulos no superan el momento de la cruz y le dan plantón; algunos incluso le traicionan (cf Mt 26,49) y le niegan (Mt 26,69-75). El seguimiento del Jesús pre-pascual termina en la duda y en la incredulidad; no fue capaz de mantenerse más allá de la prueba.

Nadie puede negar la buena voluntad con la que los de Emaús (prototipos del discipulado) se embarcaron en pos de Jesús; pero les venció el desánimo tras la tragedia de la cruz; ahora “caminan hacia atrás”, vuelven al lugar de donde partieron; “En Egipto comíamos pan hasta hartarnos” (Ex. 16,3). ¿No reconoces en ti esta experiencia? Todos los que estamos por la causa de Jesús hemos vivido esa tentación de volver sobre nuestros pasos cuando el futuro ha perdido su luz. Lo mejor –decimos- es dejarnos de idealismos, de utopías que solo existen en nuestra imaginación, y conformarnos con lo que hay: relativismo, disfrute de la vida a costa de quien sea, consumo, indiferencia, ir tirando... ¡Todo lo demás está condenado al fracaso! Si Jesús de Nazaret, pura bondad y misericordia, capaz de apasionar a las masas con su modo de vida y su palabra, acabó siendo derrotado, ¿para qué seguir intentándolo? ¿Qué vamos a conseguir los que no somos ni sombra de lo que Él fue? Descolocados por el escándalo de la cruz reaccionamos huyendo de nosotros mismos, de nuestros ideales y nuestras esperanzas.

El seguimiento del resucitado.
 
¿Cómo reacciona Dios cuando nos vamos de vuelta a Egipto? Su respuesta constante es la fidelidad: Dios sigue caminando con el hombre, “Jesús se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo” (Lc 24,15-16). Nunca deja Dios de estar a nuestro lado, pero en las noches oscuras del sentido y del espíritu, la debilidad y el pecado impiden su visión clara. ¿Cómo sacar a los hombres de esta ceguera? La intervención de Jesús resucitado se va dando de forma escalonada; los de Emaús  no vivieron una conversión súbita, sino progresiva; hay un proceso por el que va aflorando en ellos la fe pascual.

Primeramente, “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura” (Lc 24,27). Les enseña a leer al Jesús histórico desde la fe en las Escrituras, a hacer una lectura creyente de la historia que han vivido con Él. Les fue mostrando cómo actúa Dios, cómo se manifiesta en la paradoja de la cruz, cómo tenemos que buscarlo también nosotros en la madeja enredada de nuestros fracasos, depurando los egoísmos que se esconden en nuestro seguimiento. Pero no bastó eso para poder ver con claridad;  con la Palabra iluminó su oscuridad y suscitó en ellos el deseo de cambiar, y se sintieron tan a gusto con aquel peregrino que le apremiaron: “¡Quédate con nosotros, porque atardece, y el día va de caída!” (Lc 24,29). Habían escuchado su discurso con interés: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las escrituras?” (Lc 24,32); pero a aquellos discípulos estaban demasiado abatidos y les hizo falta algo más.

“Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos” (Lc 24,30-31). El gesto eucarístico de Jesús remató la faena; ese gesto está cargado de una fuerza imparable porque transmite, sin palabras, todo el mensaje de la salvación (kerigma): “mi cuerpo entregado,... mi sangre derramada,... para el perdón-salvación vuestra”. Es Él, ¡ha resucitado! Aquél que murió en la cruz, está vivo. ¡Lo hemos visto! Los mismos que le conocieron en sus predicaciones, en sus milagros y luego en su pasión y muerte, ahora “lo habían reconocido al partir el pan"  (Lc 24,35) La experiencia del Jesús terreno  al que los discípulos habían seguido y del que ahora se alejaban, es completada con la visión de Cristo resucitado. Esta irrupción nueva de Cristo en la vida de los discípulos cambia el tono y el ritmo de los latidos de su corazón y de su vida: de la huida desesperada pasan al regreso esperanzado, de la dispersión vuelven a la concentración, de la tristeza al gozo,  del miedo a la cruz pasan a la alegría de padecer por Cristo. Tras la experiencia pascual se inicia un nuevo seguimiento animado por la fe en “el que vive” (Ap 1,18) y que conduce inevitablemente al entusiasmo de la misión: “Levantándose al momento, volvieron a Jerusalén” (Lc 24,33).

La fe en Jesús resucitado es un don de Dios. ¿dónde hemos de buscar para ser merecedores de ese don? Hoy como ayer, para ver a Jesús no basta con quedarse en Jerusalén llorando junto al sepulcro. A los discípulos se les pide que vayan “a Galilea, allí me verán” ( cf Mt 28,10); Galilea es el lugar donde vivían antes, y donde comenzaron el seguimiento del Nazareno. A nosotros nos toca ahora buscarle también en nuestra Galilea, en nuestra vida ordinaria, en nuestro mundo de trabajo, familia, diversiones, etc. Ser discípulo de Cristo no es huir de nuestra realidad cotidiana, sino encarnarnos en ella de una forma nueva; ahí nos encontraremos con Él y le seguiremos animados ahora por la fe pascual, sin las cual no es posible el verdadero seguimiento.

Los dos modelos ( seguimiento de Jesús antes y después de Pascua) pueden explicar el porqué de los éxitos y los fracasos de muchos cristianos en su empeño por construir el Reino. Si falta experiencia (fe) de resurrección, el seguimiento termina fracasando, como le ocurrió a los de Emaús en un primer momento. La buena voluntad y las buenas intenciones no son suficientes para mantener la fidelidad al Evangelio. El discípulo sólo puede mantener su fidelidad sobre la roca pascual del encuentro con el Resucitado. Ve, pues, a Galilea, vuelve a tu vida de cada día y abre los ojos y los oídos; Jesús Resucitado va contigo, escucha lo que te quiere decir; deja que la Palabra te ayude a comprender la pedagogía y voluntad de Dios; pide el don de la fe en Cristo vivo y resucitado que te ayude a leer tu propia historia desde la fe. Si te sientes alentado por la Palabra reza a Jesús: "Quédate, porque atardece" (Lc 24,29), siéntate en la mesa de la Eucaristía y reconócele; desaparecerá de tu vista, pero permanecerá en tu corazón. Será para ti  un poderoso antídoto contra el veneno del derrotismo. No en vano, la experiencia de la resurrección está en la base de la Iglesia naciente; los que antes de Emaús huían de la cruz, viven y mueren ahora siendo mártires (testigos) del Resucitado.

                (1) Comentario evangélico inspirado en Martínez Díez, F.
                     -“Creer en Jesucristo, vivir en cristiano”, (Navarra,2005), 619-623, y
                      -¿Ser cristiano hoy?, Ed. Verbum Dei, (Navarra, 2007) 276-278.

Casto Acedo. Mayo 2011. paduamerida@gmail.com

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