XXV Domingo,
Tiempo Ordinario, ciclo A
Is 55,6-9 - Flp
1,20-27 - Mt 20,1-16
En aquella época,
los escribas y fariseos se creían justos ante Dios, por
cumplir costumbres y preceptos humanos… pero descuidaban lo
más importante: la justicia, la
misericordia, la fidelidad (Mt 23).
Por
eso Jesús no se cansa de enseñar que nuestra relación con Dios-Padre
Bueno con todos nosotros en especial con los insignificantes- se
basa en el amor que Él nos tiene y no en nuestros méritos.
Al
‘amanecer’ sale el dueño a contratar trabajadores para su viña
El Reino de los
Cielos, dice Jesús, se parece al dueño de una viña
que,
desde el amanecer y por varias veces, él
mismo sale a contratar
trabajadores
para que vayan a su viña, ofreciéndoles pagar lo debido.
Esta
parábola nos muestra que Dios -desde siempre- nos ama primero
a
pesar de nuestros pecados, Él sigue esperando nuestra conversión.
Al
principio, o sea, al amanecer de aquel primer día de la
semana,
Dios crea el
cielo y la tierra… ve que era bueno… y lo entrega
al
ser humano para cuidarlo, cultivarlo,
alimentarse… (Gen 1-2).
Sin
embargo, con el paso del tiempo, en la tierra había maldad,
porque
los seres humanos se habían corrompido (Gen 6,5.12).
Siglos
más tarde, Dios misericordioso se aparece a Moisés y le dice:
He
visto la opresión de mi pueblo,
he oído sus lamentos, me he fijado
en su
sufrimiento, y he bajado para liberarlo de los egipcios
(Ex 3).
Lamentablemente,
dejando de lado las promesas que había hecho,
el
pueblo es infiel, rechaza a Dios y adora un becerro de oro (Ex 32).
Al
respecto, sigamos meditando lo que dice el profeta Isaías:
Mi amigo tenía
una viña en un terreno muy fértil. Removió la tierra,
la limpió de
piedras y puso plantas de vid de la mejor calidad.
Mi amigo
esperaba uvas dulces, pero dio frutos amargos.
¿Qué más podía
hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?
La viña de Señor
todopoderoso es el país de Israel, el pueblo de Judá.
El
Señor esperaba de ellos derecho y solo encuentra asesinatos,
esperaba
justicia y solo escucha gritos de dolor (Is 5).
Al
‘atardecer’ ordena pagar el jornal empezando por los últimos
Al terminar la
jornada y aunque el trabajo ha sido desigual,
el dueño ordena
a su mayordomo pagar a todos un denario.
Y
cuando los primeros se quejan, el dueño responde a uno de ellos:
Amigo, no te
hago ninguna injusticia, ¿no quedamos en un denario?
¿No tengo
derecho a disponer de mis bienes como me parece?
¿O vas a tener
envidia porque yo soy bueno?
El
dueño no se fija en el esfuerzo realizado por aquellos obreros,
sino
en lo que necesitan para vivir, no solo ellos sino sus familiares;
pone
al revés el orden establecido y los trata con igualdad solidaria.
Así es Dios, no
mira nuestros méritos sino nuestras necesidades,
pues
Él siendo justo y bueno nos da incluso lo que no nos merecemos.
Solo
los pobres son los privilegiados de Dios, no por sus méritos,
sino
por la bondad de Dios que defiende a los últimos, a los excluidos.
Mirando nuestra
realidad con los mismos ojos con que Jesús veía
la
sociedad de su época… veremos la abismal desigualdad que hay
entre
unos pocos privilegiados y la mayoría de
personas excluidas:
Hace
unos días mientras la madre se alejaba para buscar en la basura
algo
que tenga valor, su hija de dos años y medio que dormía cubierta
con
cartones, fue arrollada por un camión recolector de basura.
No
basta lamentarnos… ni multiplicar proyectos paliativos…
Como
seguidores de Jesús, vayamos a la raíz
de tantos problemas.
Para realizar la
justicia social en las diversas partes del mundo,
en los distintos
países, y en las relaciones entre ellos, son siempre
necesarios
nuevos movimientos de solidaridad ‘entre’ los hombres
del trabajo y de
solidaridad ‘con’ los trabajadores. Esta solidaridad
debe estar
siempre presente allí donde hay: degradación social…
explotación de
los trabajadores… y crecientes zonas de miseria
e incluso de hambre…
La Iglesia está vivamente comprometida
en esta causa,
porque la considera como su misión, su servicio, como
verificación de
su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente
la ‘Iglesia de
los pobres’ (Juan Pablo II, El
trabajo humano, 1981, n.8).
Vivamos
como hijos de Dios y hermanos entre nosotros, pues
al
‘atardecer’ de ese día, el Hijo del
Hombre dirá a los compasivos:
Reciban el Reino
preparado para ustedes desde el inicio del mundo,
porque tuve
hambre y ustedes me alimentaron… Lo que ustedes
hicieron con mis
hermanos más pequeños, me lo hicieron a mí (Mt 25).
J. Castillo A.
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