miércoles, 17 de septiembre de 2014

Dios es un Padre Bueno

XXV Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Is 55,6-9  -  Flp 1,20-27  -  Mt 20,1-16

En aquella época, los escribas y fariseos se creían justos ante Dios, por cumplir costumbres y preceptos humanos… pero descuidaban lo más importante: la justicia, la misericordia, la fidelidad (Mt 23).
   Por eso Jesús no se cansa de enseñar que nuestra relación con Dios-Padre Bueno con todos nosotros en especial con los insignificantes- se basa en el amor que Él nos tiene y no en nuestros méritos.

Al ‘amanecer’ sale el dueño a contratar trabajadores para su viña
   El Reino de los Cielos, dice Jesús, se parece al dueño de una viña
que, desde el amanecer y por varias veces, él mismo sale a contratar
trabajadores para que vayan a su viña, ofreciéndoles pagar lo debido.
Esta parábola nos muestra que Dios -desde siempre- nos ama primero
a pesar de nuestros pecados, Él sigue esperando nuestra conversión.
   Al principio, o sea, al amanecer de aquel primer día de la semana,
Dios crea el cielo y la tierra… ve que era bueno… y lo entrega
al ser humano para cuidarlo, cultivarlo, alimentarse… (Gen 1-2).
Sin embargo, con el paso del tiempo, en la tierra había maldad,  
porque los seres humanos se habían corrompido (Gen 6,5.12).
   Siglos más tarde, Dios misericordioso se aparece a Moisés y le dice:
He visto la opresión de mi pueblo, he oído sus lamentos, me he fijado
en su sufrimiento, y he bajado para liberarlo de los egipcios (Ex 3).
Lamentablemente, dejando de lado las promesas que había hecho,
el pueblo es infiel, rechaza a Dios y adora un becerro de oro (Ex 32).
   Al respecto, sigamos meditando lo que dice el profeta Isaías:
Mi amigo tenía una viña en un terreno muy fértil. Removió la tierra,
la limpió de piedras y puso plantas de vid de la mejor calidad.
Mi amigo esperaba uvas dulces, pero dio frutos amargos.
¿Qué más podía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?
La viña de Señor todopoderoso es el país de Israel, el pueblo de Judá.
El Señor esperaba de ellos derecho y solo encuentra asesinatos,
esperaba justicia y solo escucha gritos de dolor (Is 5).

Al ‘atardecer’ ordena pagar el jornal empezando por los últimos
   Al terminar la jornada y aunque el trabajo ha sido desigual,
el dueño ordena a su mayordomo pagar a todos un denario.
Y cuando los primeros se quejan, el dueño responde a uno de ellos:
Amigo, no te hago ninguna injusticia, ¿no quedamos en un denario?
¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece?
¿O vas a tener envidia porque yo soy bueno?
   El dueño no se fija en el esfuerzo realizado por aquellos obreros,
sino en lo que necesitan para vivir, no solo ellos sino sus familiares;
pone al revés el orden establecido y los trata con igualdad solidaria.
Así es Dios, no mira nuestros méritos sino nuestras necesidades,
pues Él siendo justo y bueno nos da incluso lo que no nos merecemos.
Solo los pobres son los privilegiados de Dios, no por sus méritos,
sino por la bondad de Dios que defiende a los últimos, a los excluidos.
   Mirando nuestra realidad con los mismos ojos con que Jesús veía
la sociedad de su época… veremos la abismal desigualdad que hay
entre unos pocos privilegiados y la mayoría de personas excluidas:
  Hace unos días mientras la madre se alejaba para buscar en la basura
algo que tenga valor, su hija de dos años y medio que dormía cubierta
con cartones, fue arrollada por un camión recolector de basura.
   No basta lamentarnos… ni multiplicar proyectos paliativos…
Como seguidores de Jesús, vayamos a la raíz de tantos problemas.
Para realizar la justicia social en las diversas partes del mundo,
en los distintos países, y en las relaciones entre ellos, son siempre
necesarios nuevos movimientos de solidaridad ‘entre’ los hombres
del trabajo y de solidaridad ‘con’ los trabajadores. Esta solidaridad
debe estar siempre presente allí donde hay: degradación social…
explotación de los trabajadores… y crecientes zonas de miseria
e incluso de hambre… La Iglesia está vivamente comprometida
en esta causa, porque la considera como su misión, su servicio, como
verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente
la ‘Iglesia de los pobres’ (Juan Pablo II, El trabajo humano, 1981, n.8).
   Vivamos como hijos de Dios y hermanos entre nosotros, pues
al ‘atardecer’ de ese día, el Hijo del Hombre dirá a los compasivos:
Reciban el Reino preparado para ustedes desde el inicio del mundo,
porque tuve hambre y ustedes me alimentaron… Lo que ustedes
hicieron con mis hermanos más pequeños, me lo hicieron a mí (Mt 25).
J. Castillo A. 

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