jueves, 26 de agosto de 2021

El pecado de la hipocresía (29 de Agosto)

  Domingo 22º del Tiempo ordinario. Ciclo B. (Clickar)    

Dt 4,1-8; Salm 14,2-5; Sant 1,17-.27; Mc 7,1-8a.14-15.21-23

 

En un mundo pragmático y vitalista como el nuestro, donde lo importante son los hechos y las vivencias, tildar a alguien de “teórico” es poco menos que un insulto; lo que importa es la práctica, lo que se hace, decimos; algo que tiene sus pros y sus contras. A favor tenemos la valoración de la vida como acción; en contra la posibilidad de un activismo despersonalizante.  
 
Todos presumimos de ser coherentes, de hacer lo que pensamos y creemos que debemos hacer. Pero sabemos que no somos así. No obstante, nos obstinamos en convencernos de que sí , y para ello, cuando no hacemos el bien que pensamos, acabamos por pensar como un bien todo lo que hacemos. Maldades como la soberbia, la avaricia y el enriquecimiento desmedido, el aborto, la infidelidad, la marginación, el abandono de ancianos, las envidias, las mentiras, etc. las terminamos justificando cuando nos afectan y se nos hace difícil rechazarlas por lo que  suponen de mortificación del  ego. 
 
Hay quien ha dicho que cuando se deja de creer en Dios, se acaba  creyendo en cualquier cosa; yo añadiría que cuando se pierde la fe en poder vivir coherentemente (moral objetiva) se termina acomodando la moral al propio ego (moral subjetiva).  
 
 El pecado de hacer oídos sordos a la Palabra.

  El mensaje de fondo de la liturgia de la Palabra de este domingo  invita a huir de la hipocresía acercándonos a  la necesaria coherencia entre teoría y práctica: “Dichoso el que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica” (Lc 11,28). Esta cita aúna dos elementos importantes e inseparables para el hombre de fe:

* la necesidad de la escucha de la Palabra que cimenta  una buena teoría: “escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir” (Dt 4,1);  

* y la verificación de dicha teoría por las obras correspondientes, dato en el que insiste la carta de Santiago: “Aceptad dócilmente la Palabra que ha sido planteada y es capaz  de salvaros. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos” (Sant 1,22).

San Marcos, en línea con  Moisés y con Santiago, viene a decir que la Palabra no puede aparcarse en la superficie, que  no bastan los cumplimientos externos (ritualismo), hay que actuar desde el corazón: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mc 7,6). ¿Quién está cerca del Señor?, pregunta el salmista; y la respuesta: “El que procede honradamente y practica la justicia” (Sal 14,2).


El pecado de la hipocresía

Amparados en un cómodo “lo importante es actuar” hay quien rehúye la autocrítica acerca de sus actos, haciendo de su propia práctica la única vara de medir; así, el hombre religioso, sin negar a Dios en teoría, tiende a erigirse a sí mismo en dios justificando sus desmanes y exigiendo a los demás lo que él mismo no estaría dispuesto a hacer (ateísmo práctico, moral farisaica,  Mt 23,4). Sordos que no quieren oír la voz de Dios o de su propia conciencia..

Me hago el sordo ante Dios cuando establezco mi ego como la medida de todo. Un pecado éste de la sordera voluntaria, que  se apoya en:


* Excusas externas tales como que “no tengo tiempo para leer el evangelio, ni para meditar, ni para hacer silencio y detenerme a escuchar”.  El ruido de los negocios no deja tiempo para abrir el oído; las ambiciones del mundo no dejan lugar para la humildad de Dios. Son obstáculos externos que impiden la escuchaPero por otro lado también hay

 * Barreras internas que no dejan que la Palabra empape el corazón; se trata de la aversión a todo lo que molesta, y la Palabra de Dios incomoda porque es profética, “viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo” (Hb 4,12); la claridad y exigencias de la palabra hieren la sensibilidad burguesa; por ello a veces huimos de la escucha. “De esto te oiremos hablar en otra ocasión”, le dijeron a Pablo en el Areópago (Hch 17,32).
 
Hay un pecado  que Jesús no soporta, y es el de los fariseos; el delito de vivir "como si fueras" oyente de  la Palabra. Con su insistencia en la justa relación entre teoría y práctica, fe y obras, decir y hacer, el Señor quiere salvar al hombre del pecado de hipocresía,  de la actitud de quien ha hecho de la ley su propia máscara, su seguridad, actitud de quien vive “como si fuera” un buen cristiano sin serlo, porque en realidad, seducido por el demonio y cegado en su egolatría, confunde al Dios Padre de Jesucristo  con otras cosas. Buenas
 
No hay pecado reprobado con más vehemencia por Jesús que el de la hipocresía: quedarse en las formas y no ir al fondo, nadar presuntuoso, ágil y superficialmente, en la superficie de la teoría sin tocar el fondo de la práctica.

 Al hipócrita no le llega la Palabra “al corazón”. Ha hecho de la fe una “estructura” donde todo está organizado, donde todo tiene su explicación y su lugar, donde hay respuesta para todo (¡ay de quienes se las saben todas!),  pero no hay vida. ¿No damos a veces esa sensación los hombres de Iglesia? ¿No tienes a menudo ese sentimiento de que todo está fijado, calculado, estipulado,  y por tanto, muerto? ¿No embota tu mente el Código de Derecho Canónico (normas, cláusulas, prohibiciones) y la obsesión por  las rúbricas litúrgicas (lo importante es “cómo” celebrar más que el “qué” se celebra)? ¿No sientes necesidad de una comunidad que te proporcione el calor de una auténtica familia?.


Corazón que siente, corazón que ama.
 
Sin negar la validez del Código ni el de las rúbricas litúrgicas, el evangelio de Jesucristo  pone en claro que en las cosas de Dios lo primordial  no son las normas ni las formas, sino el corazón. El corazón es lo más íntimo del hombre, su conciencia, su “sagrario” (GS 16). El encuentro salvador con Dios se da ahí, en tu “castillo interior”, en tu conciencia. Es ahí donde anida la verdadera maldad y la verdadera bondad. Y es ahí, a la raíz del corazón,  adonde debe llegar la Palabra sanadora de Dios: “Arrancaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 36,26).
 
Cuando la Palabra llega a la conciencia-corazón del hombre, lo ilumina con su enseñanza, sana sus heridas y  cambia  su textura, que pasa de abrupta y fría piedra a suave y cálida carne; el corazón regado con el agua que es Cristo es un corazón más humano, más capaz de sentir la injusticia infligida al prójimo, más preparado para compadecerse de las injusticias, para «visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones, y no mancharse las manos con este mundo» (Sant 1,27). Quien vive desde el corazón escapa a la superficialidad del activismo y al engaño de la hipocresía. El corazón es el centro que unifica una buena teoría con una buena práctica; cuando se dice de alguien que tiene corazón se está diciendo que sabe lo que tiene que hacer y lo hace. 

* * *
Revisa, tu vida, tus tradiciones, tus leyes y costumbres, y tu activismo irreflexivo. Profundiza en los principios sagrados que pueden sostenerte como hombre de fe: Dios es Padre (Amor), Jesucristo es Dios amando (mi modelo de excelencia moral), y yo soy criatura de Dios, nacido del Amor y llamado a vivir en Iglesia (comunidad del amor y de la misericordia que se recibe de Dios y se comparte con los hermanos).

Situado en la encrucijada quédate con la Palabra de Dios y relativiza tus palabras. Deja que Jesucristo, el Señor, sea eso, el Señor de tu vida, el que está en el centro de tu corazón; y meditando sus bienaventuranzas ponlas en práctica, no contentándote con oírlas engañándote a ti mismo, “porque quien oye la palabra y no la pone en práctica, se parece al hombre que se miraba la cara en un espejo, y apenas se miraba daba media vuelta y se olvidaba de cómo era. Pero el que se concentra en la ley perfecta, la de la libertad, y permanece en ella, no como oyente olvidadizo, sino poniéndola en práctica, ese será dichosos al practicarla” (Sant 1,23-25). Una vida teórica queda desacreditada si no se practica; pero no olvides que la solución no está en despreciar las buenas enseñanzas sino en aprenderlas y ponerlas por obra. ¡Danos, Señor, un corazón grande para amar! El verdadero cristiano no vive desde las normas y los ritos sino desde el corazón.
 
Casto Acedo Gómez. Agosto 2021paduamerida@gmail.com.

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