miércoles, 30 de diciembre de 2020

La Luz brilla en las tinieblas (3 de Enero)

 

En las fiestas de Navidad, siguiendo el ritmo litúrgico de la Iglesia, no paramos de contemplar el misterio. Lo miramos "desde abajo", siguiendo las descripciones que nos ofrecen san Lucas y san Mateo: un Niño nacido en debilidad, envuelto en pañales, acostado en un pesebre; pequeñez, ternura de Dios. Y en un segundo momento se nos ensancha el corazón al tomar conciencia de que en eso tan pequeño y humano se oculte (misterio) algo tan grande y divino.

Hoy, san Juan nos pone ante el mismo misterio, pero "desde arriba", desde la visión de Dios Padre, que llegado el momento envía a su Hijo al mundo: "La palabra (Verbo, Sabiduría de Dios), que es la luz que viene a iluminar al mundo y a curar nuestras heridas, se hizo carne y acampó entre nosotros”. 

Con lenguaje distinto, nos dice lo mismo la primera carta de Juan: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados".(Jn 4,9-10). 

Y San Pablo nos lo repite: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que fuéramos hijos de Dios" (Gal 4,4).

Pero no todos aceptan la luz y la salvación que viene de Dios. Junto a los que le aceptan Juan pone en evidencia la negatividad de la humanidad que rechaza la revelación de Dios en Jesús: “La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió”... “Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron”. 

Lo mismo dicen los sinópticos: Las puertas de la posada se cerraron (cf Lc 2,7), los reyes de la tierra quieren eliminarlo (cf Mt 2,16), sacerdotes y letrados (los suyos) no le aceptan y terminan condenándolo a muerte con la pretensión acallar la Palabra.

El nacimiento de Jesús es percibido por todos, incluso por el mismo Herodes, pero no todos ven en ese acontecimiento una gracia, los hay que ven en ello un peligro para su vida o su consideración social. 
 
María, José, los Magos, el anciano Simeón y la profetisa Ana, como harán luego los apóstoles y demás discípulos, acogen al Salvador como un bien para sus vidas y la de su pueblo; sin embargo, personajes como Herodes, Caifás, Pilatos, y muchos fariseos y saduceos, verán en Jesús un peligro que hay que erradicar porque estorba.  La matanza de los inocentes provocada por Herodes (cf Mt 2,16-18) anuncia la muerte del Cordero Inocente en la cruz, muerte que traerá la justicia de Dios y dará luz y sentido a la muerte de los justos.

¿Por qué el rechazo a la Luz?
 
¿Qué nos impide recibir a Aquel que trae la vida? Podríamos señalar algunas causas posibles

El ruido. Y no me refiero sólo al ruido de coches, fábricas y demás aparatos electrodomésticos e informárticos. El ruido exterior es algo común en nuestra civilización, pero lo más grave no son los decibelios ambientales sino el ruido interior, el cúmulo de noticias, ideas, aspiraciones, proyectos, pensamientos, deseos … que se acumulan en nuestras neuronas atropellándose y pidiendo paso para merecer atención. 

Es lo que llamamos las prisas, la urgencia interior por alcanzar algo o llegar a algún sitio. Las prisas nos hacen vivir fura de nosotros y nos crean angustia, y esa angustia buscamos calmarla recurriendo a nuevas ideas, cosas o situaciones que nos distraigan; pero así no logramos erradicar la dispersión sino agravarla. 

A veces, en situaciones límites, solemos recurrir a Dios esperando de Él que nos libre de esto, pero Dios calla; “Dios no me habla”, decimos. Pero el problema no suele ser el emisor sino el receptor. Hay muchas interferencias; sólo en el silencio (oración, contemplación, meditación) se puede escuchar la voz de Dios.

La ceguera: no hay peor ciego que el que no quiere ver. Hay una ceguera culpable, porque no quiere ir al oftalmólogo; una miopía interesada que no quiere saber nada del oculista. Cuando el corazón no está limpio, cuando no hay mirada inocente y sencilla, no es posible ver a Dios. Jesús decía de los fariseos: “ciegos y guías de ciego” (Mt 15,14; 23,16-17.19.24)... “Vuestro pecado es mayor porque no sólo no entráis, sino que no dejáis entrar” (cf Mt 23,13). La oscuridad no es compatible con la Luz. Si nos negamos a ver estamos negándonos la salvación. 

Los intereses personales: Cuando se tiene algo que perder porque se cree que se tiene algo, cuando uno está excesivamente atado al estatus, al prestigio, a la riqueza (cf joven rico, Mt 19,16-22), tampoco se está capacitado para recibir al que nace pobre en Belén, al que viene a compartir todo. "No podéis servir a Dios y al dinero" (Mt 6,24).


* También las tradiciones son a menudo obstáculo para percibir y recibir a la Luz. La “tradición”, que es Dios, en Jesús se hace Luz. Frente a ella están las "tradiciones" (tradicionalismo), que parecen luz pero no lo son porque no están conectadas con Dios sino con nuestros egoísmos (cf Mt 23,13-25). Es la oscuridad del hombre viejo acomodado a la rutina, y  que  ya no es ya capaz de renovar aceptando cambios. 

Aquel que se deja llevar por la fuerza de la costumbre, sin preguntarse el porqué de las cosas, tiene dificultades para reconocer a aquél que viene como “novedad”. ¿No hace la costumbre que comulguemos domingo tras domingo sin ser plenamente consciente de lo que recibimos? “Vino a los suyos” (le comulgaron) pero ¿le recibieron? Rechazamos al hermano y somos ciegos para ver que en él rechazamos al mismo Jesús. Revisemos nuestra “comunión” y nuestras relaciones con el prójimo, y démosle un cariz nuevo, de acogida consciente y total.

*Citemos finalmente el miedo como causa del rechazo de la luz. Hay miedo a lo nuevo, a vivir a la intemperie, miedo a ser crucificado con el niño-Dios. Miedo a creer. Miedo a echarse a la aventura de amar sin medida, como hace el Dios humanado en Jesús. “El que quiera venir conmigo niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mc 8,34). Hay miedo al seguimiento serio del Evangelio. El miedo paraliza, cierra las puertas al salvador y su obra de gracia. Donde hay miedo hay oscuridad, el miedo no casa con la luz.

* * *

La Navidad, como el Adviento, también invita a revisar nuestras actitudes personales ante la Luz que es Jesús. ¿Somos ciegos y sordos a su llamada? ¿Nos pueden la costumbre, los intereses y el miedo? ¿”Mañana le abriremos... para lo mismo responder mañana”? 

Haz silencio en ti, abre los ojos, suelta todo lo que te atan, rompe la rutina del tradicionalismo y aplasta tus miedos. Deja que Cristo entre en tu corazón, en el secreto de tu vida, en tu intimidad, y que ahí se sienta como en su propia casa. “La Palabra se hizo carne y acampó ente nosotros”. Haz silencio, arranca el temor, olvida el brillo de las cosas del mundo, reforma tu vida desde el Evangelio, y deja que la Palabra obre en ti el milagro que obró en la Virgen María. 

El Señor viene a “los suyos” y los suyos -su Iglesia, tú mismo- ¿lo reciben? Espero que sí. Y si es que no, espero que puedas remediarlo.

Casto Acedo. Enero 2021. paduamerida@gmail.com

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