jueves, 3 de diciembre de 2020

¿Qué tenemos que hacer? (Domingo 6 de Diciembre. II Adv B)



El protagonista invitado con Jesús para el segundo domingo de Adviento es Juan Bautista, el último profeta del Viejo Testamento y el primero del Nuevo. Su mensaje, que invita a “preparar el camino al Señor” (Is 40,3) enlaza con el profeta Isaías, y la presentación pública que hace de Jesús “cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29), deja ver el ser y la misión del quien se acercó a él pidiendo ser bautizado. 

El mismo papel de Juan Bautista lo tiene hoy la Iglesia que, tal como hace la segunda carta de san Pedro, invita a estar preparados para recibir al Señor, no sólo con el arrepentimiento del mal realizado, sino también ejercitando el bien, para que así “apresuremos” la venida del Señor, estando “en paz con Dios, inmaculados e irreprochables” (2 Pe 3,8-14). 

¿Qué tenemos que hacer?

“Juan predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados!” (Mc 1,4). Hay una relación estrecha entre conversión y esperanza. Los que acuden a Juan Bautista lo hacen porque viven alguna  desesperanza; las heridas de la vida les han machacado el alma, y, aunque el texto no lo explicite, ya se habían agarrado a los ídolos de este mundo intentando escapar del sufrimiento; pero esas experiencias del mundo no debieron ser gratificantes. Por eso, cuando Juan les urge a cambiar, ellos, desconcertados preguntan: - Juan, "¿qué tenemos que hacer"? (Lc 3,10), ¿dónde poner nuestra esperanza? 

Es una buena pregunta para el Adviento. Se acerca la salvación, llega la Navidad, ¿qué tenemos que hacer? San Marcos no recoge las recomendaciones concretas que para el caso da el Bautista, como lo hace san Lucas: ¡compartid los bienes, practicad la justicia, sed constructores de paz! (cf Lc 3,10-14). 

No obstante, describiendo el modo de vida del Bautista el evangelio de Marcos nos da pistas acerca de cómo preparar la venida del Salvador: “iba vestido de piel de camello, -nos dice- con una correa de piel a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre, y proclamaba: Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias” (Mc 1,6-7). Juan es un asceta. Vive en el desierto, lugar de despojo y soledad, predica en él, y a él acuden los buscadores que quieren cambiar a bien y dar un giro a sus vidas. Sus discípulos son muy numerosos, y de entre ellos saldrán algunos de los primeros seguidores de Jesús. 

El desierto, lugar del vacío, la sequedad y el silencio, es el espacio desde el que Juan provoca a sus seguidores; lo hace con su palabra y también con su vida. ¿Tendría sentido el mensaje de Juan anunciado en las puertas de un palacio? (cf. Lc 7,25). Sería un exabrupto. Juan predica con la palabra y el testimonio. Es un santo, y Jesús dirá que “entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan” (Lc 7, 28). El quehacer y el decir de Juan, y las palabras del profeta Isaías que se proclaman en la primera lectura, nos dan pautas para preparar la Navidad: 

*Primeramente austeridad frente al consumismo ambiente. La sola contemplación de la figura del Bautista nos debe mover a la virtud de la pobreza, a la renuncia de todo lo superfluo, de aquello que sabemos que no necesitamos y además nos está haciendo daño, porque nos esclaviza. ¡Qué verdadero y claro es a veces aquello de que “el pecado mismo lleva en sí la penitencia”! La virtud de la austeridad nos hace libres.

*Añadamos a la austeridad una buena dosis de alegría “profunda” (interior) frente al “hedonismo” (exterior): “Consolad a mi pueblo y decidle: ... Aquí está nuestro Dios" (Is 40,1.9). La fe en el Dios que salva nos da esperanza, y fruto evidente de la esperanza es la alegría, el gozo verdadero de quien se sabe con Dios y de Dios. ¡Cómo contrasta esta alegría interior con el placer efímero del pecado! 

*Añadimos a nuestros objetivos la humildad y aceptación de uno mismo frente a la cultura de la apariencia y la moda. “Si todo este mundo se va a desintegrar, ¡qué santa y piadosa ha de ser vuestra vida” (2 Pe 3,11). Humildad frente a la vanidad de unas fiestas navideñas que, a pesar de las restricciones sociales,  no dejarán de excitarnos con un indecente deseo de aparentar: “Que los valles se levanten, que las colinas y montes se abajen” (Is 40,5). “El que se ensalza será humillado, el que se humilla será ensalzado” (Lc 14,119. Tenemos este año unas circunstancias que apuntan a una conversión en humildad. 

En estos días previos a la Navidad veremos que ni siquiera el Covid  frenará la carrera de los locos, la inútil lucha por ser lo que no se es y ambicionar lo que no se tiene. Tal vez nuestra mayor pobreza sea nuestra ignorancia.  Si un virus microscópico es capaz de acabar con lo más valioso que tengo: familiares, amigos, o conmigo mismo, ¿no debería preguntarme si merece la pena vivir en el orgullo y la competencia con los que me rodean? Debería preguntarme: ¿quién colmará mis carencias espirituales?: ¿el gordo de Navidad?, ¿los caprichosos lujos y excesos en la comida? ¿Los regalos de Reyes? ¿Cómo escaparemos a nuestra soledad? Sólo la solidaridad y fraternidad puede salvarnos; y lo sabemos.

Cristo viene para estar contigo "-Enmanuel, Dios con nosotros-” (Mt 1,23). Entra en Él abrazando su sabiduría -“al que viene a mi no lo echaré afuera”- y deja que Él entre en ti -“Si alguno me ama vendremos a él y haremos morada en él”- (Jn 14,23). Recibiéndolo habrás colmado todas tus carencias. En adviento prepara tu Belén para que Jesús venga,  un belén limpio, humilde y austero, digno para recibir a quien basta para llenar tu vida. 


*También conviene al Adviento el espíritu de servicio frente al deseo de dominio: Ser como Juan Bautista, un servidor: “No era él la Luz, sino un testigo de la luz”(Jn 1,8). Hemos de vivir no predicándonos a nosotros mismos, sino a Cristo en el servicio al prójimo, apresurando así su venida ( cf 2 Pe 3,12) porque “el Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan” (2 Pe 3,9) Con tu conversión estás acercando (apresurando, adelantando) el reino de Dios. 

*Finalmente, la Navidad se prepara poniendo misericordia donde hay dureza de corazón. “La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo” (Salmo 84,11). ¿Dónde se encuentran la fidelidad y la misericordia? En aquel que viene, en el Niño-Dios, el Mesías que nacerá, que es fidelidad de Dios a sus promesas y misericordia para nuestras miserias. Si Dios “perdona nuestras ofensas”, ¿no perdonaremos también nosotros a los que nos ofenden? ¿No se ablandará nuestro corazón y se rendirá ante la ternura de Dios? Entonces será Navidad.


Adviento y Navidad bajo la pandemia

Los recortes económicos a que obligará la pandemia, y la misma estrategia del gobierno frente a esta enfermedad, serán este año causa para sólo se iluminen con motivos navideños un número restringido de calles, como siempre las más céntricas y comerciales. El comercio-consumo, a pesar de los problemas que vivimos,  no puede resistirse a poner el cebo luminoso de una alegría exterior, aunque sea ficticia.  

¿No tendría más sentido iluminar los barrios más pobres? Pero no con luces leds sino con la luz de una mayor justicia. Las perspectivas económicas no son muy halagüeñas. Iluminar con acciones solidarias las oscuridades que la crisis económica va ofreciendo debería ser objetivo prioritario para esta Navidad y para el año que se avecina. Y esa luz no va a venir  de los banqueros y de los políticos, empeñados en una lucha por el poder económico y social, sino de una sincera conversión interior de los ciudadanos.

Nadie nos va a sacar de la injusticia si cada uno no da pasos hacia la justicia. Y no sólo aportando unos kilos de alimentos para ser repartido a los pobres en estos días. Lo que urge es concienciarnos de que todo hombre tiene derecho a ganarse dignamente su pan y ponerlo con orgullo en su mesa. Lo que hay que procurar es  poner en el mundo la luz que es Jesucristo,  devolver la autoestima personal al parado, la salud al enfermo, el gozo de la integración social al marginado; hay que poner luz en el corazón  de los pobres para que vean por sí mismos lo luminosos que son. 

Y para ello hay un primer movimiento. Salir cada uno de la ciudad, hacer desierto con el Bautista; tomar conciencia de nuestra pobreza por muy ricos que nos creamos. Hacer el camino de Adviento es salir del boato y la apariencia de los centros comerciales e irse al lugar donde está Jesús humilde y pobre, encarnado y afectado por las circunstancias dolorosas que vivimos. 

Para esto hace falta primeramente una fuerte conversión interior que ponga en su debido lugar el valor de lo espiritual como motor de cambio. 

* * *

Algo muy importante: en teoría, todos tenemos un enorme interés en acercar a Jesús a los pobres para paliar sus sufrimientos y a los ricos para convertirlos a la solidaridad. ¡Ojalá tuviéramos el mismo interés en acercarlo a nosotros mismos! 

Si Cristo no nace en tu corazón difícilmente amarás a todos los hermanos como a ti mismo. Ahí, en tu corazón, debes crear las condiciones y esperar el nacimiento divino. 

El primer lugar al que te quiere llevar la estrella de los magos es a tu propia alma, para que ahí encuentres a Dios humanado, encarnado. Si te dejas seducir por Él no te atraparán los resplandores del mundo. Y al dejarte invadir por Cristo no hay duda de que ya estás siendo apóstol y salvador con Él, porque quien tiene a Jesús se hace uno con Él y acaba dándolo todo con 
y por Él.

Te dejo para este domingo una cita de Meister Eckhart que te puede servir de meditación para este domingo de Adviento. Parece un tanto enrevesada, pero encierra un excelente mensaje: amar a Dios humanado (Cristo), amar al prójimo (hermano) y amarte a ti mismo (tu persona), son una misma cosa. Vivir en esta unidad es vivir la Navidad.

"Si te amas a ti mismo, amas a todos los hombres como a ti mismo. Mientras le tengas menos amor a un solo hombre que a ti mismo, no habrás llegado a amarte de veras; eso solo es posible cuando amas  a todos los hombres como a ti mismo, a todos los hombres en un solo hombre: y este hombre es Dios y hombre!".

¿Qué tenemos que hacer para salir de la oscuridad en que vivimos? ¿Qué tenemos que hacer para que sea Navidad? Amar. A mí mismo. Al hermano. A Dios. Ninguno de estos amores es posible sin el otro.

Casto Acedo. Diciembre 2020. paduamerida@gmail.com

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