domingo, 6 de diciembre de 2020

Inmaculada Concepción (8 de Diciembre)



María, la elegida 

Podemos decir que el Nuevo Testamento comienza con la concepción inmaculada de María. Para hacerse presente encarnado en la historia Dios Padre comienza eligiendo una mujer. Su nombre: María, que significa “la elegida”. Los planes de Dios explícitos en el libro del Génesis por la sentencia dirigida a la serpiente –“establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón” (Gn 3,15) -comienzan a cumplirse de manera fehaciente.

Debido a la ignorancia religiosa, que no es menor en estos tiempos de tanto estudio, es preciso distinguir y aclarar el dogma de la Inmaculada Concepción de otra verdad de fe como lo es la concepción virginal de Jesús, cuya fecha de celebración corresponderá al 25 de marzo, día de la anunciación. 

El 8 de diciembre no celebramos que María concibiera virginalmente y sin intervención de varón a Jesús, sino el hecho de que ella misma, nacida de la relación conyugal de sus padres, no participó del pecado que llamamos original, es decir, de la condición pecadora de la humanidad. También conviene recordar que el pecado original  no es un pecado personal (¿qué culpa va a a tener un recién nacido?) sino la participación en el pecado común (¿podríamos decir social?) de la humanidad.

Hechas estas aclaraciones, tengamos en cuenta que lo que hoy celebramos es el privilegio que disfrutó María que, a la espera de la Pascua futura de Jesucristo, disfrutó por adelantado, y sin mérito alguno por su parte, de la gracia divina que su hijo obtendría por su encarnación, muerte y resurrección. Ese fue el comienzo espiritual de María. Así lo proclama el Prefacio de la fiesta: “preservaste a la Virgen María de toda pecado original para que, enriquecida con la plenitud de tu gracia, fuese digna Madre de tu Hijo, imagen y comienzo de la Iglesia, que es la esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura”.


También nosotros somos "elegidos"

¡Qué suerte tuvo María! Sí, pero no menos que cada uno de nosotros. Porque también nosotros, en virtud del bautismo recibido, hemos sido elegidos como María, y también hemos sido ahí liberados del pecado original. Por tanto, el privilegio de María no fue sino un bautismo anterior a la institución del bautismo cristiano, que sólo adquiere sentido a partir de la Pascua del Señor.

"Dios nos ha elegido -como a María- par que seamos santos e irreprochables ante Él por el amor" (Ef 1,4). Ahora bien, ni a María ni a ninguno de nosotros se nos ha eximido de una respuesta libre y responsable a ese don de la elección por parte de Dios. María dijo sí a la llamada de Dios. Y habrá quien piense que no le quedaba otra opción. No es así. 

María, como tú y como yo, gozó del don de la libertad, pudo decir que no, como nosotros. El hecho de su Concepción Inmaculada no le ahorró la prueba de la fe en momentos como el de la Anunciación, la natividad en Belén, o el Calvario. De otro modo no hubiera sido una persona libre sino solo un autómata en manos de otro. Y aquí entra algo que si nos atañe a todos: el esfuerzo, la lucha, por ser fieles a Dios en todo momento. 

¿Acaso no dudaría María en el momento de recibir su misión? “Se turbó grandemente ante las palabras del ángel(Lc 1,21). ¿No viviría su noche de la fe, su momento de tinieblas, en la subida al calvario con su Hijo? ¿No hubo de orar junto a la cruz repitiendo como Jesús en Getsemaní: “Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya”? (Lc 22,42). El camino espiritual de María, el cumplimiento de su misión, no fue un camino de rosas sin espinas. Buscó al Señor por los caminos fáciles y difíciles, no rehuyó la cruz.


María, milagro del amor de Dios

¿Qué aprendemos de esta fiesta de la Inmaculada Concepción? Tal vez lo primero que nos enseña es que Dios da el comienzo de la vida espiritual. Lo queramos o no, Dios tiene un plan de salvación para nosotros. Quiere que seamos felices, algo que solo es posible cuando nuestra naturaleza se desarrolla en libertad. ¿Y cuál es nuestra naturaleza? ¿Qué somos? 

Volvamos al Génesis y contemplemos al Adán original, el que vivía en armonía con Dios, con Eva y con toda la creación. Adán vivía conectado con Dios, en comunión de amor con Él. Un ser bueno que está del lado de Dios desde el principio y vive rodeado y consciente de su amor eterno. 

Pero no era un autómata, sino una persona libre que, como tú y como yo, pudo decir no al plan de Dios. Y usando de ese poder da la espalda a Dios desconfiando de su misericordia y se aleja. Dios no deja de acercarse a él, es él quien se esconde a su mirada: “ «¿Dónde estás?» Él contestó: «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí» (Gn 3,9-10). Se ha producido una ruptura, un extrañamiento, una distancia entre Dios y el hombre. Tu distancia y la mía, porque Dios no se aleja, sigue siendo cercano, tendiendo puentes.   

La fiesta de la Inmaculada Concepción celebra la sanación de esa herida producida por el no a Dios. Nos invita el día a mirar en María el abrazo amoroso de Dios; en ella nos dice que no renuncia a nosotros, que nos sigue amando como ama a María. En María nos sigue amando a todos. Y ese amor es un juicio de gracia y de perdón, un milagro de felicidad y de salvación. Quien se une a María, a su respuesta de fe, a su acogida de Dios, participa de ese milagro. María es una mujer de nuestra raza, no es una diosa; y en la medida en que nos unamos a ella todo lo que a ella se refiere nos afecta. 

En María tenemos el modelo cumplido de lo que es ser cristiano en plenitud, y ser Iglesia. Si ella es luz, vida, apertura a Dios; si Dios mismo la adorna con su gracia, si la provee de fuerza (virtud) as para llevar a cabo su misión, si es llena de gracia, templo de Dios, … también nosotros lo somos. El bautismo nos da los mismos privilegios, en él recibimos el mismo amor generoso de Dios, en él nos vemos libres del pecado original. . . Por tanto, no somos tan distintos a ella en el punto de partida de nuestra vida espiritual. 

María es un espejo donde mirar nuestra naturaleza original, perfecta, sin defecto, sin pecado. Eso es lo que tú yo somos, aunque nuestra soberbia, avaricia, ira, miedos, etc. han oscurecido esa imagen y semejanza de Dios que somos. La tarea de nuestra vida espiritual consiste en despojarnos de ese hombre viejo que no somos en origen y recobrar la belleza primera, más aún, una belleza superior, porque no aspiramos a ser como Adán fue antes de pecar sino como Cristo es. Aspiramos a vivir en comunión con Dios, en un matrimonio espiritual con Él que tiene como modelo al mismo Cristo y como punto de referencia especial a María, elegida, amada, hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo y esposa de Dios Espíritu Santo.


* * *
Miremos a María Inmaculada en este tiempo de Adviento. Y reconozcamos en su bondad, su fe inconmovible y su belleza, lo que somos, lo que podemos ser si nos trabajamos interiormente borrando en nosotros todo lo que es incompatible con la imagen de Dios que somos. ¿Cómo se hace eso? Por el bautismo, por el sacramento de la reconciliación, por la participación en la Eucaristía y los demás sacramentos, y por la práctica de la misericordia, porque “al que mucho ama, mucho se le perdona” (cf Lc 7,47).

Que las circunstancias especiales de este año no interrumpan nuestra tradición de celebrar este día como el gran día que es. 

Feliz día de la Inmaculada, nuestra Madre, que no solo es modelo; también es abogada e intercesora. “Ruega por nosotros, santa madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar, como tú, las promesas de nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo”

Casto Acedo.Diciembre 2020. paduamerida@gmail.com. 

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