jueves, 24 de diciembre de 2020

Vivir la Navidad (25 de Diciembre)

Ha llegado la fiesta solemne para la que nos hemos ido preparando en las semanas de Adviento. Hoy es la Natividad de nuestro Señor Jesucristo. No es la Natividad de “Jesús” a secas, sino de “de nuestro Señor” Jesús “el Cristo”, porque sentimos y sabemos que “Jesús es Señor”, es Dios. 

No estamos ante el simple recuerdo histórico de un nacimiento, estamos sobre todo ante un acontecimiento que ha marcado y sigue marcando la vida de quienes se sienten tocados por la sabiduría del “niño Dios”.

En este año tan especial, creo que no nos vendría mal palpar más atentamente la Navidad como acontecimiento, como suceso, como algo real para todos. Porque la Navidad no es un divertimento, un sueño, una ilusión propia de quienes quieren evadirse de sus noches. La Buena Nueva que trae este niño no habla de liberación de nuestras cruces (responsabilidades), sino de tomar la propia cruz (me gusta decir "la propia realidad") y llevarla adelante con entusiasmo. Y de esto tenemos que aprender mucho en este año de pandemia. 

Se nos brinda una oportunidad de pasar de una Navidad de distracción-dispersión-diversión a la auténtica Navidad de la encarnación, que no rehuye la realidad sino que la asume hallando en ella un motivo para madurar y crecer espiritualmente.

Una Navidad con sentido

Los textos litúrgicos de Adviento nos han ido señalando el camino para este día. En situaciones normales la Navidad se prestaba a hacer muchas cosas sin sentido. "Hay que… tener vacaciones, hay que cenar en familia, hay que ir a la misa del gallo, hay que cantar villancicos, etc". Estos "hay que" se suelen hacer sin un porqué, derivando así en unas “navidades” sin Navidad. 

En años anteriores era común oír a muchas personas quejarse de estas fiestas: "me ponen tristes", "me desquician", "odio estos días"… Y así era. Cuando las cosas no tienen sentido, cuando se hacen por puro mimetismo, cuando lo único que nos mueve es el seguimiento de eslóganes publicitarios que nos encierran en el “hay que”, la “esclavitud” afectiva de estos días acaba pasando factura. 

Este año las circunstancias nos han liberado de muchos "hay qué" para decirnos: ¿ahora qué?, ¡Qué Navidad más rara!, oímos decir, ¿qué será esta Navidad sin los "hay que"? Una buena pregunta y una excelente invitación a repensar el sentido íntimo, personal e histórico de la Navidad.

En este orden hay un sentido  que puede provenir de las tradiciones que desde siempre hemos vivido en nuestro entorno familiar. Llega la Navidad y cada uno conecta con el pasado vivido al abrigo de sus seres queridos. Han sido y son momentos importantes de nuestra vida, situaciones emotivas muy significativas para nosotros. 

Hay una navidad muy humana, en el sentido más puro del término: una navidad familiar. Muchos echaremos de menos este sentido de  navidad como reunión familiar; no podremos gozar del encuentro físico con muchas de las personas más cercanas a nosotros. Podemos deprimirnos, pero también podemos aprovechar la oportunidad para aprender a valorar lo que otros años tuvimos y no llegamos a apreciar en su justa medida. 

Pero el auténtico sentido de la Navidad no se agota en algo tan humano y cristiano como el abrazo familiar. La Navidad perfecciona lo humano. Cuando hablamos del niño-Dios estamos afirmando la venida de lo Divino en lo humano, o la manifestación de lo divino en el hombre y para el hombre. Navidad viene a decirnos que nunca estamos solos, que aunque falte la familia y fallen los allegados, hay Uno que no falta nunca. Esta es la Buena Noticia de la Navidad, su sentido último.

Tal vez no lo hemos percibido nunca con claridad, pero la clave de estos días no está en nuestra "buena voluntad" y empeño por ser hombres de bien (¡cuántas veces lo intentamos y fracasamos!) sino en la voluntad de Dios que se digna venir en ayuda de nuestra débil naturaleza. Y lo hace de modo admirable: tomando Él mismo nuestra carne. Ya no es un Dios-sobre-nosotros sino Dios-con-nosotros, que camina a nuestro lado asumiendo él mismo la cruz nuestra de cada día. Lo que solos no podemos hacer, con Él es posible; "Todo lo puedo en Aquél que me conforta" con su gracia o presencia, dirá san Pablo (Flp 4,13).

Tal vez el mensaje que este año nos dicta la Navidad es así de simple: A quienes preguntan donde está Dios en todo esto de la pandemia, basta decirles que está con vosotros. Alentando con su Espíritu las luchas internas que cada uno vivimos, actuando en los que se vuelcan en ayudar y sufriendo en las víctimas de la enfermedad. Vista así la Navidad no es para mirar al cielo sino para tocar tierra con Jesús, Hijo de Dios y hermano de la humanidad.

“Se hizo hombre para poder morir”.

Durante cuatro semanas hemos estado preparándonos para este Nacimiento. La liturgia de la Iglesia, con la la Palabra y los Sacramentos, nos ha ido puliendo y ablandando para que la Divinidad halle espacio en nosotros y nos empape. 

Hoy, libres de cosas que nos distraigan miramos a Jesús de Nazaret, el niño-Dios, en la no-acogida de Belén, en la precariedad de la cueva, en la humildad de quienes le visitan; contemplamos el descenso de Dios, su abajamiento en humildad y pobreza, descenso que consuma en la Pascua de la Cruz y de Resurrección. 

No en vano muchos de los iconos de la Iglesia oriental sustituyen la iconografía del pesebre por una tumba y colocan en ella al niño fajado. Como dicen los santos padres: "Se hizo hombre para poder morir", o como nos recuerda la liturgia de hoy: "Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad, y para prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras" (Tit 2,14).

“No temáis, os traigo una gran noticia”

La auténtica Navidad es paradójica. Nosotros queremos hacer de ella un episodio de gastos y lujos, tal vez porque se nos hace insoportable  un Dios que en su pobreza denuncia nuestras riquezas.  La salvación de Dios nos llega hoy, y para sorpresa nuestra, no ha aparecido en el poder y la riqueza, no se ha revelado en la disuasión de la fuerza, sino en la pobreza y la debilidad:

*En un mundo en pandemia, donde muchos sólo ven una oportunidad para medrar económica o políticamente, y otros se hunden en el pesimismo de la situación, Dios muestra su omnipotencia en la debilidad de un Niño cuya única riqueza es el amor y la compasión infinitas. Muchos se han encontrado ya con Dios hablándole en las situaciones que estamos viviendo. 

* Para nuestras democracias liberales,  obsesionadas por una gestión más política y económica que sanitaria el covid,  y que parecen haber olvidado el terrorismo, los secuestros y todo tipo de violencia que siguen campando a sus anchas en el mundo distraído sólo en los problemas de la pandemia y su vacuna, ha nacido un Niño pacificador, “Príncipe de la paz” (Cf Is 11,1-9), un niño fajado y acostado en un pesebre: ¿puede haber algo más pacífico, menos amenazante? “Paz en la tierra a los hombres en los que Dios se complace”(Lc 2,14)

* En una sociedad con pánico a la previsible crisis económica a causa de la pandemia. ha nacido el que invita a confiar en la providencia, el que invita a compartir y enseña “a llevar una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: Jesucristo” (Tit 2,13).

* En una Iglesia con miedo al futuro, asustada por el vacío de los templos; una Iglesia nostálgica y tentada de huir hacia atrás, una Iglesia que mira con cierta desconfianza al diferente, que no arriesga a planteamientos pastorales nuevos y que se encoge ante lo desconocido… ha nacido uno que vivirá la aventura de hacer una iglesia nueva, que confiará en los que nadie confía, uno capaz de arriesgar mirando el futuro con esperanza, uno que "será la gran alegría para todo el pueblo" (Lc 2,10), para todos.

*Ante un hombre individualista, reacio a la religión y poco propenso a valorar lo espiritual,  ha nacido el que fue capaz de poner en valor a gente como Zaqueo, María Magdalena, Mateo el Publicano, Pablo de Tarso, Francisco de Asís, Teresa de Calcuta, etc., nombres señeros de una multitud que el mundo había dado por perdidos y que el niño-Dios ha redimido. También hoy muchos pueden decir con Pablo: “todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8).

En medio de estas realidades, en el corazón de nuestras inseguridades, resuena la Palabra de Dios: “NO TEMAIS, OS TRAIGO LA BUENA NOTICIA, LA GRAN ALEGRÍA PARA TODO EL PUEBLO: HOY, EN LA CIUDAD DE DAVID, OS HA NACIDO UN SALVADOR, EL MESÍAS, EL SEÑOR. Y AQUÍ TENÉIS LA SEÑAL: ENCONTRAREIS UN NIÑO ENVUELTO EN PAÑALES Y ACOSTADO EN UN PESEBRE” (Lc 2,10-11).

La Navidad invita a posar la mirada en lo pequeño, en lo insignificante. La Navidad llama a percibir la música de Dios entre los ruidos del mundo. La Navidad invita a creer, como María, que lo que ha dicho el Señor, se cumplirá. Desde la fe la Navidad es plenamente auténtica y cristiana. 

¡Feliz Navidad!
 
Casto AcedoDiciembre 2020.  paduamerida@gmail.com.

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