viernes, 18 de diciembre de 2020

Adviento con María y José (20 de Diciembre)


Todos los años, a estas alturas del Adviento teníamos todo programado. Habíamos elegido dónde pasar  la nochebuena, con quién cenar, cuántos estaríamos en la mesa, … Todo preparado a nuestro gusto con minuciosidad. 

Este año las restricciones de movilidad y los consejos sanitarios que recibimos por el covi-19, dan menos margen para la logística externa de las fiestas. Pero eso no debería afectar a la vivencia espiritual de las mismas; incluso podríamos mirar los inconvenientes que se nos presentan como una oportunidad para vivir la Navidad en una dimensión más espiritual. No podemos olvidar el motivo principal del día: nacimiento de Jesús; un acontecimiento que se dio en una situación de carencia mayor que la que nosotros vivimos hoy.

Nuestra sociedad ha ido tendiendo a celebrar una Navidad sin nacimiento, una buena noticia sin contenido espiritual alguno, sin  novedad; como si la Navidad fuera solo una construcción social espiritualmente vacua y sin sentido, y más en sintonía con  los intereses del dios-dinero. No hay que ser muy observador para comprobar que la lectura económica de estos días prima sobre cualquier otra.  

Estas navidades no pintan bien para el consumismo;  pero, sin minusvalorar la importancia de la economía en la vida de las personas, no deberíamos entristecernos por ello. Tampoco deberíamos vivir como tragedia el hecho de tomar medidas sanitarias que afecten al encuentro familiar. Ciertamente todo esto es causa de desconcierto, pero no tanto como para hundirnos. Como se viene haciendo desde el principio  de esta pandemia, se han de armonizar con la salud tanto el crecimiento económico como los encuentros familiares.  Este año hay que asimilar aquello de que "me distancio físicamente de ti porque te quiero";  el mejor abrazo en este caso es la distancia física. Por mi bien y por el de todos.

Tendremos, pues, una Navidad más vacía de folclores, pero no por eso menos relevante para nuestro gozo espiritual. Para no caer en la rutinaria Navidad de todos los años, te propongo un poco de interés por aquello que no se ve, pero se siente y se puede saborear: la presencia de Dios en Jesús y sus sacramentos, la contemplación de María y José como puntales de un buen Adviento, y la reconciliación contigo mismo, con tus hermanos y con toda la creación como aspiración navideña. 


El Niño Jesús, sacramento de Dios

En estas fiestas se va a cumplir la profecía de Isaías que habla de una “señal”: “Mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel (Dios con nosotros)” (Is 7,14). En la nochebuena, los pastores también recibirán del ángel una Buena Noticia: “No temáis, os traigo la Buena Noticia... hoy os ha nacido un Salvador... Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre” (cf Lc 2,10-12). 

Una señal, un signo; la teología me ha enseñado que un sacramento es un “signo de encuentro con Dios”. Y el signo por excelencia, la señal de que ha llegado Dios a nosotros, es este Niño envuelto en pañales. Cuando entendí esto se abrió para mi vida sacramental un sentido nuevo. Supe que acercarse a los sacramentos (sobre todo a la Eucaristía) es acercarse a Jesús como se acercaron los pastores al establo de Belén. Comprendí también que los Sacramentos, como Jesús, son para el hombre, y no el hombre para los sacramentos; porque Cristo, sacramento por excelencia, no vino para ser servido, sino para servir.

Lo que los pastores encontraron no fue un signo esotérico (oculto) o extravagante, sino un signo tan simple y normal como una familia: un padre (José), una madre (María) y un hijo (Jesús). Cuando pensamos en Jesús olvidamos con frecuencia que la mayor parte de su vida la pasó en el anonimato de su pueblo, sometido en obediencia de amor a sus padres, trabajando y festejando con sus vecinos. La salvación da sus primeros pasos en una sencilla familia de Nazaret. 


María y José

De la familia de Jesús forma parte JOSÉ, que acoge a María en su casa (y con ella al misterio que lleva en su seno) no sin antes poner por medio una gran dosis de misericordia. Con motivo del inesperado embarazo de su prometida se dice de él en pocas palabras lo esencial de su personalidad (santidad): “era bueno y no quería denunciarla” (Mt 1,19). 

Podría denunciar la supuesta infidelidad de María, podría haberla repudiado según la ley, pero es un hombre justo, y no quiere hacer daño. José es de los que ponen la misericordia por encima de la ley; luego, tras aclararle el ángel la situación de María la acoge con un respeto sagrado. Solo la gente sencilla y buena, como José, como los pastores, están capacitados para aceptar y vivir el misterio; sólo los limpios de corazón verán a Dios (cf Mt 5,8). Sólo donde la bondad del hombre se abre al don de Dios se produce el milagro de la encarnación, del sacramento, del “Dios-con-nosotros”. Encuentra aquí eco el salmo 23: “¿Quién puede subir al monte del Señor? / ¿Quién puede estar en el recinto sacro? / El hombre de manos inocentes / y puro corazón” (3-4). José es un buen modelo-guía para una Navidad con hondura.


Y con José, MARÍA.  El pueblo de Israel había recibido una promesa: de una virgen nacerá el Mesías (Is 7,13). La Iglesia desde sus orígenes entendió que esa virgen era María; con su “sí” hizo posible la llegada del Mesías esperado. Ella es señal donde se manifiesta Dios. Si decimos que la Iglesia es sacramento, signo de Dios en medio del mundo, ¿no lo será también María? Porque Dios refleja su gracia en ella, y su maternidad es una bendición para todos los hombres. 

María dijo “sí” a Dios y “sí” a José, su esposo. Y no hubo contradicción ni conflicto a causa del doble "sí", porque el amor a Dios no anula ni empobrece el amor matrimonial y familiar. Dios enriquece todo lo que toca. Con Dios la libertad del hombre está garantizada. Cuando el demonio entra en la vida de una persona decimos que toma posesión de esa persona; por eso a los endemoniados se les llama “posesos” o “poseídos”, que no es otra cosa que decir “esclavos del mal”. 

Dios no actúa así. No se apodera con violencia o engaño del corazón de los hombres, sino que obra con dulzura, pidiendo permiso. Así lo hizo con María en la Anunciación (cf Lc 1,26-38), y así lo hizo con José: “No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo” (Mt 1,20). La feliz pareja se vio sorprendida por un gesto de amor inesperado de parte de Dios. Situados ante la vocación a la que Dios les invita imagino en ellos una mezcla de sentimientos de gozo, responsabilidad y temor. 

Su vida debió de cambiar mucho a partir del día en que con su matrimonio asumieron la tarea de formar una familia que acogiera al niño que ella esperaba. El “sí” de su amor mutuo se fundió con su “sí” a Dios. ¡Hermoso programa de vida familiar! Con su amor hicieron visible el amor de Dios incluso antes de que naciera Jesús; ellos mismos se hicieron sacramento de Dios, porque donde hay amor, allí está Él (cf 1 Jn 4,7-21).


Dios quiere entrar en tu vida

También hoy, ya cercana su venida, Dios pide permiso para entrar en tu vida. ¿Estás dispuesto a acogerlo? En la preparación inmediata a la Navidad no debería de faltar una buena celebración sacramental de la penitencia; celebración que no ha de quedar reducida a un rito, un “cumplimiento” (¡ay si José hubiera limitado a cumplir la ley!: María habría sido juzgada y condenada), sino que te disponga a ser bueno, acogedor, misericordioso, cercano al pobre y desvalido, abierto a Dios y a los hombres. 

Ser penitente no es solo confesar tus pecados, es también ser nuevamente tierno con los miembros de tu familia (o los compañeros de trabajo, o los vecinos) con los cuales tal vez se ha endurecido tu corazón a causa de los pequeños y grandes roces de la vida cotidiana. La conversión de Adviento es reconciliación, encuentro contigo mismo, con la humanidad y con toda la creación; una vuelta a la sensibilidad personal, religiosa, social,  familiar y ecológica. Y así, con el cambio de vida que acompaña a la reconciliación, también nosotros nos hacemos sacramento-señal de Dios. 

No debemos reducir el sacramento a un simple rito mágico. Celebrar la penitencia es darle permiso a Dios para que disponga de nuestra vida y ablande las durezas de nuestro corazón. Si le dejamos será Navidad para nosotros, como lo fue para José y María; y los que sinceramente buscan a Dios podrán verlo en su Iglesia.

No dejes pasar este Adviento sin vacunarte, sin crear anticuerpos que  te curen de la dureza de corazón y de la falta de amor. Para ello nada mejor que un buen examen de la propia vida, una decisión de amar por encima de todo, y un chute de gracia de Dios recibiendo el sacramento de la reconciliación. 

Casto Acedo. Diciembre 2020.

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