miércoles, 24 de junio de 2015

Acoger y dar vida

Domingo XIII, Tiempo Ordinario, ciclo B.
Sab 1,13-15; 2,23-25  -  2Cor 8,7-15  -  Mc 5,21-43

   Jesús, Profeta de la misericordia y compasión, acoge y libera
a las personas que la estructura religiosa margina, desprecia, oprime.
   El Evangelio de hoy nos presenta la historia de dos mujeres:
-una adolescente que nace para vivir pero muere antes de tiempo, y
-una mujer adulta considerada impura por sufrir pérdidas de sangre.

Mi hija está agonizando
   Jairo, jefe de la sinagoga, pertenece al grupo que rechaza a Jesús.
Sin embargo, al reconocer que la “sinagoga” no da vida a su hija,
se acerca a Jesús… se postra a sus pies… y le suplica con insistencia:
Mi hija está agonizando, ven, pon las manos sobre ella para que viva.
Mientras caminan a su casa, llegan algunos vecinos y le dicen:
Tu hija ha muerto, ¿para qué seguir molestando al Maestro?
Pero Jesús anima a Jairo y le dice: No temas, basta que tengas fe.
   En aquella época, las hijas dependían totalmente del padre.
La hija de Jairo, con sus doce años de edad, vive un momento crítico:
-hasta entonces, era su padre quien decidía “lo que debe de hacer”,
-en adelante, también su padre decidirá “con quien se casará”, y
-una vez casada, “dependerá del esposo” quien en cualquier momento
la puede abandonar, sin que ella diga algo para defender sus derechos.
¿Vale la pena llevar una vida alienada, dependiente, sin libertad?
   Cuando llegan a la casa de Jairo, había gritos y llantos… Entonces
Jesús dice a la gente: La muchacha no está muerta sino dormida.
Luego, la coge de la mano y le dice: Jovencita, a ti te digo, levántate.
Las manos de Jesús dan vida y levantan a quienes están “dormidos”
y esclavizados por las enseñanzas de los “sabios y entendidos”.
   Hoy, el consumismo desenfrenado y una religión mal entendida,
también adormecen y esclavizan a un sector de nuestra población.
Buena oportunidad para acoger a las nuevas generaciones y decirles:
levántense, ofreciéndoles “alternativas” que den sentido a sus vidas.

Con solo tocar su vestido, quedaré sana
   Mientras Jesús va a la casa de Jairo, acompañado de mucha gente,
se acerca una mujer, enferma y desconocida, pero llena de fe.
Ella sufre, desde hace doce años, problemas de una hemorragia.
Por este motivo vive marginada por ser mujer impura y, además,
-como enseñan los profesionales de la religión- contamina y hace
impuro todo lo que toca, ya sea un objeto o un ser humano (Lev 15).
   Además, para recuperar su salud, ha gastado todo lo que tiene
en manos de distintos médicos, pero en vez de mejorar se puso peor.
¿Hasta cuándo el derecho a tener salud seguirá siendo un comercio?
¿Por qué sentirnos culpables, si solo somos víctimas de la injusticia?
¿A dónde acudir para recuperar nuestra salud y vivir con dignidad?
   Aquella mujer no pierde la esperanza. Ella ha oído hablar de Jesús,
el Profeta de Nazaret, que irradia vida, mira y acoge a todos con amor.
Para encontrarse con Él, esta buena mujer busca su propio camino:
actuará en silencio -pues le da vergüenza hablar de su enfermedad-
pero con una fe profunda: Con solo tocar su vestido, quedaré sana.
   Una vez que ella recupera la salud, Jesús pregunta a la gente:
¿Quién me ha tocado el vestido? Pregunta ingenua, aparentemente,
pero Jesús ofrece a la mujer una oportunidad para salir del anonimato.
Ella asustada, se acerca…se postra a sus pies…confiesa la verdad…
Fue entonces cuando Jesús le dice: Tu fe te ha sanado, vete en paz.
La actuación liberadora de Jesús es total. Libera a aquella mujer
de su enfermedad y también de la marginación social y religiosa.
   Marcos no dice nada sobre lo que pasó después con aquella mujer.
Sin embargo, subrayemos la novedad radical del Maestro Jesús
que admite entre sus seguidores a un grupo de mujeres: Junto a la
cruz estaban unas mujeres, mirando desde lejos: María Magdalena,
María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé.
Ellas habían seguido y servido a Jesús cuando estaba en Galilea.
Con ellas había otras, que subieron con Él a Jerusalén (Mc 15,40s).
   Servir, en los evangelios, significa anunciar el Reino de Dios.
Hablando de la misión que el Padre le había confiado, Jesús dice:
No vine a ser servido, sino a servir y a dar mi vida (Mc 10,48).
Si aquellas mujeres siguen y sirven a Jesús es porque participan
de su misión: Anunciar el Evangelio y sanar a los enfermos.
Y si han subido a Jerusalén es para celebrar la Cena Pascual
J. Castillo A.

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