miércoles, 17 de junio de 2015

Pasemos a la otra orilla

Domingo XII, Tiempo Ordinario, ciclo B.
Job 38,1.8-11  -  2Cor 5,14-17  -  Mc 4,35-41

   Los responsables de una industrialización salvaje y descontrolada
“pasan a la otra orilla”, a países pobres de África y América Latina,
para acumular riquezas: por encima de la vida de las personas
y de los pueblos, y del respeto racional de la naturaleza (DA, n.473).
   El camino de Jesús no es el camino de los poderosos de este mundo.
Jesús y sus discípulos pasan a la otra orilla, concretamente,
a una región pagana y extranjera para servir y dar vida plena.
  
Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?
   Jesús está a orillas del lago de Galilea y, como hay tanta gente,
sube a una barca y, desde allí, les enseña por medio de parábolas.
   Al atardecer, Jesús dice a sus discípulos: Pasemos a la otra orilla.
Se trata de llevar el mensaje del Reino de Dios a personas excluidas:
-a los paganos y extranjeros despreciados como si fueran perros…
-a los enfermos considerados pecadores y castigados por Dios…
-en una palabra, a los abandonados y olvidados de este mundo…
   Sin embargo, pasar a la otra orilla trae problemas, pues se trata
de arriesgar la propia vida, abandonar egoísmos e indiferencias,
muy bien simbolizados en: la tempestad… el miedo… la falta de fe
Casi sin advertirlo, -dice el Papa Francisco- nos volvemos incapaces
de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante
el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera
una responsabilidad ajena que no nos incumbe (EG, 54).
   ¿Qué nos impide asumir la “visión de los vencidos”?
¡Cuántas cosas cambiarían si los pocos ricos cada vez más ricos,
se pusieran en la situación de los pobres cada vez más pobres!
   En medio de la tempestad, los discípulos reaccionan y dicen a Jesús:
Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Curiosa contradicción,
mientras ellos están desesperados, Jesús duerme sobre un almohadón.
Hay situaciones de dolor donde solo encontramos silencio: Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, grita Jesús desde la cruz. 

¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?
   Estas preguntas tienen mucha actualidad: ¿Por qué tenemos miedo?
Creer, ¿es repetir verdades teóricas, o aceptar la persona de Jesús
   Al respecto reflexionemos en el testimonio de un padre de la Iglesia:
Muchas son las olas que nos ponen en peligro, y una gran tempestad
nos amenaza. Sin embargo, no tememos ser sumergidos
porque permanecemos de pie sobre la roca.
Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca.
Aunque se levanten las olas, nada podrán contra la barca de Jesús.
Díganme, ¿qué podemos temer?
¿La muerte? -Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia.
¿El destierro? -Del Señor es la tierra y cuanto la llena.
¿La confiscación de los bienes? -Nada trajimos al mundo,
de modo que nada podemos llevarnos de él.
Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes.
No temo la muerte ni envidio las riquezas.
No tengo deseos de vivir, si no es para el bien espiritual de ustedes…
Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer?
Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos,
todo eso no pesa más que una tela de araña.
(S. Juan Crisóstomo, 350-407: Homilía antes de partir en exilio).

¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?
   Con esta pregunta termina el Evangelio de hoy, sin dar respuesta.
Sin embargo, después de tantos siglos, ¿quién es Jesús para nosotros?
¿Bastará invocarlo con títulos nobles que expresan grandeza humana,
o sepultarlo con adornos superfluos que nos llevan a la competencia?
   Para saber quién es Jesús, sigamos el camino que Él mismo recorre,
desde su nacimiento en un establo… hasta su muerte en una cruz… 
*A Él lo encontramos no en un cielo lejano sino entre los pequeños:
Jesús llama a un niño, lo coloca en medio de ellos, lo acaricia y dice:
Quien recibe a uno de estos niños en mi nombre, a mí me recibe.
Quien me recibe a mí… recibe al Padre que me envió (Mc 9,33ss).
*Cuando Jesús muere, condenado por el poder religioso y político,
un pagano exclama: Verdaderamente este hombre es Hijo de Dios.
Para conocer y amar a Jesús hay que buscarlo entre sus hermanos:
excluidos, desfigurados, torturados, crucificados… pues el amor
a Dios es inseparable del amor al prójimo (Mc 12,28ss).
J. Castillo A.

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