Domingo XII, Tiempo Ordinario, ciclo B.
Job 38,1.8-11 - 2Cor
5,14-17 - Mc 4,35-41
Los responsables de una industrialización salvaje y descontrolada
“pasan
a la otra orilla”, a países pobres de África y América Latina,
para
acumular riquezas: por encima de la vida de las personas
y
de los pueblos, y del respeto racional de la naturaleza (DA, n.473).
El
camino de Jesús no es el camino de los poderosos de este mundo.
Jesús
y sus discípulos pasan a la otra orilla, concretamente,
a
una región pagana y extranjera para servir
y dar vida plena.
Maestro,
¿no te importa que nos hundamos?
Jesús está a orillas del lago de Galilea
y, como hay tanta gente,
sube
a una barca y, desde allí, les enseña por medio de parábolas.
Al atardecer, Jesús dice a sus
discípulos: Pasemos a la otra orilla.
Se
trata de llevar el mensaje del Reino de Dios a personas excluidas:
-a
los paganos y extranjeros despreciados como si fueran perros…
-a
los enfermos considerados pecadores y castigados por Dios…
-en
una palabra, a los abandonados y olvidados de este mundo…
Sin
embargo, pasar a la otra orilla trae
problemas, pues se trata
de
arriesgar la propia vida, abandonar egoísmos e indiferencias,
muy
bien simbolizados en: la tempestad… el
miedo… la falta de fe…
Casi sin advertirlo, -dice el Papa
Francisco- nos volvemos incapaces
de compadecernos ante los clamores de
los otros, ya no lloramos ante
el drama de los demás ni nos interesa
cuidarlos, como si todo fuera
una responsabilidad ajena que no nos
incumbe (EG,
54).
¿Qué
nos impide asumir la “visión de los vencidos”?
¡Cuántas
cosas cambiarían si los pocos ricos cada
vez más ricos,
se
pusieran en la situación de los pobres
cada vez más pobres!
En
medio de la tempestad, los discípulos reaccionan y dicen a Jesús:
Maestro,
¿no te importa que nos hundamos? Curiosa contradicción,
mientras
ellos están desesperados, Jesús duerme
sobre un almohadón.
Hay
situaciones de dolor donde solo encontramos silencio: Dios mío,
Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?, grita Jesús desde la cruz.
¿Por
qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?
Estas preguntas tienen mucha actualidad:
¿Por qué tenemos miedo?
Creer, ¿es repetir verdades teóricas, o aceptar
la persona de Jesús?
Al
respecto reflexionemos en el testimonio de un padre de la Iglesia:
Muchas son las olas que nos ponen en
peligro, y una gran tempestad
nos amenaza. Sin embargo, no tememos ser
sumergidos
porque permanecemos de pie sobre la
roca.
Aun cuando el mar se desate, no romperá
esta roca.
Aunque se levanten las olas, nada podrán
contra la barca de Jesús.
Díganme, ¿qué podemos temer?
¿La muerte? -Para mí la vida es Cristo,
y la muerte una ganancia.
¿El destierro? -Del Señor es la tierra y
cuanto la llena.
¿La confiscación de los bienes? -Nada
trajimos al mundo,
de modo que nada podemos llevarnos de
él.
Yo me río de todo lo que es temible en
este mundo y de sus bienes.
No temo la muerte ni envidio las
riquezas.
No tengo deseos de vivir, si no es para
el bien espiritual de ustedes…
Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer?
Que vengan a asaltarme las olas del mar
y la ira de los poderosos,
todo eso no pesa más que una tela de
araña.
(S.
Juan Crisóstomo, 350-407: Homilía antes
de partir en exilio).
¿Quién
es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?
Con esta pregunta termina el Evangelio de
hoy, sin dar respuesta.
Sin
embargo, después de tantos siglos, ¿quién es Jesús para nosotros?
¿Bastará
invocarlo con títulos nobles que
expresan grandeza humana,
o
sepultarlo con adornos superfluos
que nos llevan a la competencia?
Para
saber quién es Jesús, sigamos el
camino que Él mismo recorre,
desde
su nacimiento en un establo… hasta su muerte en una cruz…
*A
Él lo encontramos no en un cielo lejano sino entre los pequeños:
Jesús llama a un niño, lo coloca en
medio de ellos, lo acaricia y dice:
Quien recibe a uno de estos niños en mi
nombre, a mí me recibe.
Quien me recibe a mí… recibe al Padre
que me envió
(Mc 9,33ss).
*Cuando
Jesús muere, condenado por el poder religioso y político,
un
pagano exclama: Verdaderamente este hombre es Hijo de Dios.
Para
conocer y amar a Jesús hay que buscarlo entre sus hermanos:
excluidos,
desfigurados, torturados, crucificados… pues el amor
a Dios es inseparable del amor al
prójimo
(Mc 12,28ss).
J. Castillo A.
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