viernes, 30 de marzo de 2018

No está aquí, HA RESUCITADO (Domingo de resurrección)

 
Durante los días de Semana Santa nos hemos ido adentrando en los misterios de la fe. Misterios no por lo que tienen de oculto, sino por lo que revelan. “Misterio” en el sentido de aquello que podemos experimentar, podemos vivir, podemos saborear,… pero no podemos explicar racionalmente, porque escapa a nuestras capacidad de medir, tasar y controlar. 
 
Podemos contemplar, pero no podemos comprender el misterio de la presencia de Cristo en la Eucaristía –misterio de amor- que contemplábamos el Jueves Santo; como tampoco podemos concebir con nuestras categorías mentales el misterio del dolor y de la muerte de Dios, que meditábamos el Viernes; ni siquiera el gozo de la fe en la resurrección, que es el eje central de este día de Pascua, puede hallar una explicación lógica. Hay realidades como el amor, el dolor, la muerte y el gozo de la vida de la que se han escrito muchas cosas, muchos libros, pero, todos juntos no nos sirven para dar razón de ello. Sólo la experiencia de la fe, experiencia mística (del "misterio")  puede hacernos ver, sentir y comprender el sentido de estas cosas. "Dichoso tú, Pedro, , porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17).

Una noticia exultante: ¡Ha resucitado!

Hoy la Iglesia celebra el gozo de la resurrección. Hoy los cristianos saltamos de alegría por la buena nueva que se nos da: "No está aquí, HA RESUCITADO" (Mc 16,6). Tan grande es la alegría para quien recibe con fe esta noticia que incluso la tristeza y el dolor que les ha conducido hasta aquí –es más, incluso el pecado- adquieren un sentido nuevo: “¡Oh feliz culpa, que mereció tan gran Redentor!”, canta el pregón pascual.

 Creer que Jesús ha resucitado, que ha vuelto a la vida, es un acto de fe. Eso es lo que diferencia al cristiano del que no lo es: la fe. Algunos dirán: “no es la fe sino el amor lo decisivo”. Pero yo respondo: ¿y de dónde nace el amor sino de la fe? Yo amo a Dios porque creo en él, y amo a mi hermano porque creo en Dios y en él, y amo la vida porque veo en ella un regalo de Dios. La fe en Dios abre mis brazos a la humanidad, porque me enseña a vivir como vivió Cristo.  
 
Los primeros discípulos se organizaron como la comunidad de los que creen en la resurrección. La fraternidad que existía entre ellos tenía una fuente: la gracia que recibían los que creyeron en la resurrección. Sin fe en la resurrección, sin resurrección, no habría Iglesia, no habría cristianos, y no celebraríamos estos días de fiesta pascual.

La tumba está vacía, y Cristo vivo sale al encuentro 


 Dos elementos mueven y sostienen la fe de los discípulos en la resurrección. Por una parte LA TUMBA VACIA: “Al mirar las mujeres vieron que la piedra del sepulcro estaba quitada, y eso que rea muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron un joven sentado a la derecha. Y se asustaron. Él l es dijo: ¿Buscáis a Jesús el nazareno, el crucificado? No está aquí. HA RESUCITADO. Mirad el sitio donde lo pusieron”(Mc 16,4-6).   La tumba está vacía. Resulta sorprendente que los cristianos vayamos a Jerusalén a visitar el Santo Sepulcro. No vamos al lugar donde está enterrado Nuestro Señor, como vamos al lugar donde Pedro o Santiago están enterrados (Roma o Santiago de Compostela). Visitar la tumba de Jerusalén es constatar que allí no hay nada, confirmar la fe que creemos: está vivo, y alimentar la esperanza de que la tumba de todos los que viven con Cristo, la tumba donde reposan las propias frustraciones y muertes,  está destinada a vaciarse.
 
El otro elemento que nos habla de resurrección son LAS APARICIONES; con ellas cuentan los evangelios las experiencias de encuentro de los discípulos con el resucitado, Dios vivo. ¡Qué importante es la experiencia! Tener experiencia cristiana no es otra cosa sino haber sentido que Dios no está muerto, que vive en mí,  en mi comunidad y en mi mundo; y su fuerza liberadora es imparable.

El Dios de Jesucristo no es un ídolo al que someterse (dinero, vanagloria, poder…), sino un Dios libertador. Toda la liturgia de la Palabra de la Vigilia Pascual habla de actos liberadores de Dios: creación libre del hombre libre, liberación de la esclavitud de Egipto, Dios que rompe las ataduras de Isaac y lo libra de la muerte, don del agua del Espíritu Santo que enriquece los espíritus libres, “libres de la esclavitud del pecado” por el bautismo, dice san Pablo. La resurrección es el grito de los hombres libres, porque la última cadena, la que parecía imposible romper,  la muerte, ha saltado en pedazos. Ya no hay nada que temer.

Volver a Galilea, donde comenzó todo.


Es hora de despertar. La tumba está vacía. “Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis” (Mc 16,5). El Señor resucitado saldrá a nuestro encuentro en Galilea tierra de gentiles, escenario de su predicación y sus milagros, lugar de la vida, espacio donde se juegan nuestras realidades cotidianas. Allí comenzó todo, y allí va a concluir, con la vuelta al escenario, pero de un modo nuevo, porque la visión de la propia historia y la de todos los hombres ha sido renovada por la experiencia pascual.  

Decir que al resucitado lo encontraremos en Galilea es decir que Jesús sigue presente, que el Padre ha acreditado ante nosotros a Aquel a quien el mundo había desacreditado, y nos acompaña ahora en los quehaceres de nuestra vida ordinaria. El que predicó el amor a los hermanos, la paciencia con los enemigos, el perdón incondicional,  el Justo injustamente perseguido, la Víctima de la violencia de los hombres, tenía razón en sus palabras. Dios le ha hecho justicia. Dios hace justicia a los débiles, a los perseguidos, a los condenados injustamente. Cuando las mujeres anunciaron la buena nueva a los apóstoles, éstos “tomaron el anuncio por un delirio y no las creyeron” (Lc 24,11); también a los que creen en el poder de la paz, de la misericordia, de la no-violencia, del amor, como solución, los toman hoy por seres que tienen delirio; y no los creen. Pero ¿dejarán por eso de luchar? No. Porque ya no luchan por nada suyo, luchan por Él. 

“¡No temas. Basta que tengas fe!" (a Jairo: Mc 5,37). Durante la Pascua se va a repetir esa llamada a perder el miedo: “No temáis” (Mt 28,5.10). Da miedo creer en la resurrección. Teme uno la incomprensión, el ridículo, la persecución… Pues bien, hoy, nos dice Jesús: “no temáis, creed en Dios y creed también en mi” (Jn 14,9).

Signos pascuales

Hemos vivido la Cuaresma como un camino hacia Jerusalén, donde hemos celebrado los misterios de la muerte y resurrección del Señor.  El tiempo nuevo de la Pascua te anima a salir de Jerusalén, a volver a la vida, a las tareas tuyas de cada día, pero con el ánimo renovado. Comprenderás que has vivido la Pascua, sabrás que tienes fe, sentirás el gozo de la Pascua, cuando notes que tus tareas de cada día, tus relaciones familiares, el trato con tus amigos y vecinos, tu misma interioridad, adquiere un tono distinto; cuando sientas que todo eso adquiere un tono nuevo.

Estos son los signos de que ha calado en ti realmente la pascua:   experimentarás la ligereza de la cruz que antes se te hacía insoportable, sonreirás ante aquel pensamiento que antes te hacia fruncir el ceño, mirarás los ojos de aquellos a los que antes esquivabas con tu mirada,  verás la vida con  los colores de Dios; y este optimismo de hombre nuevo será tu testimonio de fe. Muchos te criticarán por tu nueva vida; otros se asombrarán; a todos, quiérelos y ámalos como el Señor los ama, con amor de resucitado, incondicionalmente; y a quienes quieran saber por qué has cambiado, diles simplemente: "Es verdad, el Señor ha resucitado". 



¡Feliz pascua de Resurrección!

Casto Acedo. paduamerida@gmail.com. Abril 2018.

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