sábado, 24 de marzo de 2018

Domingo de Ramos (25 de Marzo)

 
 
REFLEXION A LA LUZ DE ISAIAS 50,4-7
 
La distancia entre Dios y el hombre es infinita. El abismo entre el amor de Dios contemplado en la Pasión de Jesús y el amor del hombre frecuentemente inclinado al egoísmo parece, de principio, insalvable. Quien escucha  la pasión de Jesús -escuchar es más que oír-, quien se adentra en el misterio del dolor de Dios en la cruz, quien se hace uno con Cristo y vive su pasión con Él, queda impactado por tanta grandeza revelada en tanta humillación.
 
Aunque no es así para todos. En tiempos de secularización, de olvido de Dios, de religiosidad superficial y folklórica, la pasión sigue suscitando la admiración, pero también el rechazo de quienes ven en ella sólo el lado oscuro de la Pascua, el fracaso y no el éxito del amor. Por otro lado, son muchos los que,  satisfechos de sí mismos, quieren escapar a la dimensión profética de los relatos de la pasión refugiándose en interpretaciones estéticas o folklóricas.

¿Qué mirada dedicaremos este año a la pasión del Señor? ¿Cómo enfocar la Semana Santa? Porque podemos pasar por ella con distintas actitudes:

a) Una actitud totalmente profana, viviendo la Semana Santa con la mirada de los curiosos que contemplan las escenas de la pasión en la lejanía y la frialdad; visión del turista, ave de  paso que ve las cosas de manera externa y transitoria, mirada virtual  de quien pasa por allí coleccionando fotos para el recuerdo. ¿No es una profanación situarse ante pasos y penitentes con el morbo del televidente que se regodea en la privacidad y el sufrimiento ajeno y hace de él espectáculo y comercio?

  Puede que pasemos estos días observando desde la frialdad e indiferencia, como solemos pasar ante el espectáculo vergonzoso de la telebasura, ante las imágenes de guerra, opresión y terrorismo que nos sirven los mass media, o como pasamos, ¡Dios no lo quiera!, junto a tantas familias que ya viven su pasión particular por la falta de recursos con que vivir dignamente, o tantas personas que sufren en silencio su falta de sentido y su soledad.


b) Una actitud artística. La pasión es posiblemente el motivo artístico más representado de la historia. Pintura, escultura, música, literatura, arquitectura... han exaltado la pasión. Y en estos días pasearán por nuestras calles auténticas obras de arte sacro. Las cadenas de televisión ofrecerán a nuestra consideración procesiones y celebraciones litúrgicas, con sus esculturas,  ritos y cantos de indudable valor artístico.

Pero ¡cuidado! El arte es expresión de la trascendencia del hombre, de su “ir más allá de las cosas”, la belleza nos acerca al que es “la suma belleza”, pero también puede cegar los ojos, dejándonos ver sólo el valor material, fruitivo, subjetivo, sin transcendernos al “más allá”, a la experiencia del encuentro con el que es la Belleza absoluta. Ante una obra de arte religioso no podemos escamotear la pregunta acerca del misterio que quiere revelar.

c) Más allá, y sobre las dos actitudes mencionadas, la Semana Santa está pidiendo de nosotros una actitud plenamente religiosa, lo cual requiere ciertas condiciones, las mismas que mostró Jesús en su pasión; las mismas que, meditado, nos descubre el canto tercero del Siervo de Isaías (50,4-7):

*Actitud de escucha: “Mi Señor, cada mañana, me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me ha abierto el oído; y yo no me he revelado ni me echado atrás” (Is50 4b-5). La Pasión -Semana Santa- es lenguaje de Dios, Palabra de Dios. Y una Palabra dura, que invita a bote pronto al rechazo. Para que esto no ocurra debemos evitar acercarnos a ella como extraños y hacerlo  como “iniciados”, como discípulos vulnerables al testimonio de amor de su maestro.

Cualquier no-creyente que levanta su vista al crucificado sólo encuentra en esa imagen motivos de escándalo; no querrá ni oír hablar de un camino de dolor y sufrimiento; y mucho menos de un Dios sufriente. ¡Qué absurda contradicción! A la Pascua, pues, se accede desde la “escucha”, desde la actitud del discípulo, del iniciado, que sabe que adentrarse en el misterio de Dios sólo es posible como don del mismo Dios: “El Señor Dios me ha abierto el oído”. Pídele a Dios el don de “escuchar sin echarte atrás” (Is 50,5).
 
* Actitud de recibir para dar, para decir. La Pasión no es lenguaje de Dios cerrado sobre sí mismo. La pasión y muerte de Jesús adquiere sentido porque fue una pasión y muerte “por” nosotros, “para” nuestra salvación. “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento” (Is 50,4a).

En la pasión Dios quiere “decir” algo; se dirige a los abatidos y les anuncia que, a pesar de tanto sufrimiento, a pesar del abandono al que están sometidos, Dios no les da la espalda. “Porque el Señor está conmigo –dice el justo injustamente perseguido- sé que no quedaré avergonzado” (Is 50,7b).

 Vivir estos días en actitud religiosa nos capacita para “decir”, para ser también nosotros lenguaje de Dios, para dar una palabra de aliento a nuestro corazón abatido y al corazón abatido de tantos hermanos que están esperando de nosotros una respuesta a la pregunta sobre el mal y el dolor propio y ajeno. Viviendo religiosamente la Semana Santa evangelizamos a los hermanos; nos hacemos nosotros mismos palabra de Dios para los demás.

 
*Ese “decir” no es sólo teórico. El “decir” de Dios es “obrar”, porque en Dios la Palabra es Verbo, acto de Dios. Yo, nos dice el Siervo, “no me he rebelado ni me he echado atrás a la hora de arrimar el hombro en la tarea de vencer el dolor y la muerte. “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos” (Is 50,6). Le sostiene una fe que da fuerzas para lo imposible: “Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido” (Is 50,7a).

La semana Santa no es retórica sino práctica; si algo tiene de teoría es para explicar lo que previamente se ha practicado. No olvidemos que antes que narración, la pasión fue acto, acontecimiento. Por eso, sólo cuando se vive en la propia carne la pasión del rechazo, del abandono, de la entrega generosa por los más pobres y desgraciados de entre los nuestros, sólo cuando se vive en la propia carne el “sacrificio”, se abre el oído y el entendimiento al mensaje del Siervo. Sólo cuando de hecho se muere con Cristo, se resucita con Él. No hay por tanto Semana Santa sin inmersión en el sufrimiento del mundo, sin hacer lo imposible por caminar con Cristo buen samaritano cargando la cruz de los que viven sumergidos en la crisis, sea esta económica o existencial

Entra en Semana Santa con espíritu de escucha, con el oído abierto; deja a un lado la pasión del folklore y del turista, la pasión epidémica del documental televisivo. “Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú sígueme” (Mt 8,22).

Casto Acedo. Marzo 2018. paduamerida@gmail.com   

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