miércoles, 14 de marzo de 2018

Queremos ver a Jesús

5º Domingo de Cuaresma (ciclo B
Jer 31,31-34  -  Heb 5,7-9  -  Jn 12,20-33

   Algunos griegos van a Jerusalén para la fiesta de Pascua,
pero, en vez de ir al templo -convertido en una cueva de ladrones-,
se acercan a Felipe y le dicen: Queremos ver a Jesús.
   Fue entonces cuando Jesús anuncia que va a morir y resucitar:
*Si el grano de trigo que cae en tierra muere, da mucho fruto
*Donde yo estoy, allí estará mi servidor
*Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí

Si el grano de trigo que cae en tierra muere, da mucho fruto
   Al enterarse que algunos griegos quieren verle, Jesús dice:
Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.
Con estas palabras Jesús anuncia su muerte y resurrección…y añade:
-Si el grano de trigo que cae en la tierra muere, da mucho fruto
-El que entrega su vida, la conserva para la vida eterna
Ciertamente: Hay siempre una oscura noche, para cada amanecer.
   Jesús vino a este mundo no para buscar sufrimientos…
sino para salvarnos, para que tengamos Vida plena (Jn 10,10).
Y, si muere clavado en una cruz (instrumento de tortura),
es por amar y servir a todos, en particular a los pobres oprimidos;
pues, el amor más grande es dar la vida por sus amigos (Jn 15,13).
   Por eso, si queremos ver a Jesús, no lo busquemos en las nubes
ni en los adornos lujosos… ni en los títulos de poder y grandeza…
Vayamos al Calvario, allí vamos a encontrar al “Rey de los judíos”,
condenado a morir por los sumos sacerdotes del templo:
Nosotros tenemos una ley, y según esa ley debe morir;
porque se ha hecho pasar por Hijo de Dios (Jn 19,7).
   Si queremos ver a Jesús, busquémoslo: en los seres afligidos…
en las personas de buena voluntad que dan vida, entregando su vida…
en los que oyen el grito de los pobres y el grito de la madre tierra
en los que son odiados y perseguidos: por practicar sus enseñanzas…
por seguir su ejemplo… por buscar el Reino de Dios y su justicia.

Donde yo estoy, allí estará mi servidor
   Jesús, el Buen Pastor, entrega su vida y nos sigue diciendo:
El que quiera servirme, que me siga,
y donde yo estoy allí también estará mi servidor.
   En la historia de la Iglesia, encontramos hermanos mayores en la fe,
que fueron servidores buenos y fieles hasta derramar su propia sangre.
Entre ellos está el obispo salvadoreño Oscar Romero (1917-1980).
   Dos semanas antes de ser asesinado, en una entrevista dijo:
Como pastor estoy obligado por mandato divino a dar la vida
por quienes amo, que son todos los salvadoreños,
aun por aquellos que vayan a asesinarme.
Si llegaran a cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios
mi sangre por la redención de El Salvador.
El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer,
pero, si Dios acepta el sacrificio de mi vida,
que mi sangre entonces sea semilla de libertad
y señal de que la esperanza será pronto una realidad (…).
Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios… no perecerá jamás.
   El 24 de marzo de 1980, mientras celebraba la Eucaristía,
un disparo mortal acabó con su vida, eran las 6.30 pm.

Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí
   Una vez más, Jesús anuncia que será crucificado para darnos Vida.
Pero, actualmente, hay autoridades que usan la Biblia y el Crucifijo,
para cometer injusticias… condenar al inocente… librar al corrupto.
Los caminos de esos “creyentes” no son los caminos de Dios (Is 55,8).
   Cuánta falta nos hace ver y seguir a Jesús, el Servidor sufriente:
Miren a mi Servidor, a mi elegido, a quien prefiero.
Pongo mi Espíritu en Él para que anuncie la justicia a las naciones.
No discutirá ni llenará las plazas con el ruido de sus discursos.
No quebrará la caña débil ni apagará la vela que todavía alumbra,
hasta que finalmente haga triunfar la justicia en la tierra.
De Él las naciones esperan la salvación (Mt 12,14-21;  cf. Is 42,1ss).
   Por su parte, San Pablo (1Cor 1,23ss) nos ofrece su testimonio:
Nosotros anunciamos a Cristo crucificado,
escándalo para los judíos y locura para los paganos (…).
La locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres,
y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza humana.
J. Castillo A.

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