miércoles, 4 de abril de 2018

Heridas que reconcilian

2º Domingo de Pascua, ciclo B
Hch 2,42-47  -  1Pe 1,3-9  -  Jn 20,19-31

   El autor del cuarto evangelio, escrito a fines del siglo I,
nos presenta (en el texto de hoy y con un lenguaje simbólico),
los pasos que recorre el discípulo Tomás para creer en el Resucitado.
   El camino y la experiencia de Tomás valen también para nosotros,
pues, a pesar del miedo… duda… alejamiento de la comunidad…
debemos -con fe y alegría- ser testigos de Jesús muerto y resucitado.

Los discípulos se llenan de alegría al ver al Señor
  La tarde de aquel primer día de la semana (domingo, día del Señor),
los discípulos de Jesús están con las puertas cerradas por miedo.
¿Será porque uno le traicionó, otro le negó, y todos le abandonaron?
   Lamentablemente, hoy, en países con tantos millones de católicos,
hay cristianos y cristianas que viven con las puertas cerradas,
instalados en la comodidad, el estancamiento, la tibieza;
indiferentes ante el sufrimiento de los pobres (DA, n.362).
   ¿Qué nos impide ser una Iglesia accidentada, herida, manchada
por salir y acoger a los hermanos de Jesús que sufren injustamente?
¿Por qué nos encerramos en estructuras que nos dan seguridad,
y en normas que nos vuelven jueces implacables? (EG, n.49).
   Aquella tarde, Jesús se presenta en medio de sus discípulos
y les anuncia la verdadera paz que es fuente de alegría:
Les volveré a visitar y ustedes se llenarán de alegría (Jn 16,20).
   A continuación, Jesús les muestra las manos y el costado;
es el mismo que ha sido asesinado por anunciar el Reino de Dios,
y por dar vida a las personas excluidas por la sociedad y la religión.
   Después, sopla sobre ellos diciendo: Reciban el Espíritu Santo.
Revestidos con la fuerza del Espíritu, perdonemos como hace Jesús:
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34).
   Solo así, iremos construyendo pequeñas comunidades de fe que:
practican las enseñanzas de Jesús, celebran la fracción del pan, oran,
comparten sus bienes para crear una verdadera fraternidad (1ª lectura).

Ocho días después los discípulos se reúnen de nuevo
   Las personas que han sufrido terror, amenazas, torturas, prisión…
al ser abandonadas a su propia suerte, viven encerradas en sí mismas
y, lo que es peor, muchas veces terminan dementes o se quitan la vida.
   Muy diferente cuando alguien las acoge y acompaña, para que:
se reconcilien consigo mismas… y reconcilien a los que sufren…
   Cuando Jesús invita a Tomás a tocar sus manos y su costado,
nuevamente, nos encontramos ante un proceso de reconciliación.
   Las heridas de Jesús no han desaparecido. En este sentido,
nada diferencia a Jesús de los actuales crucificados que sobrellevan,
durante el resto de sus vidas, el peso de las heridas que han padecido.
Pero cuando Jesús enseña sus heridas a Tomás, es porque esas heridas
ya no son fuente de dolor, tampoco de recuerdos desgarradores;
son ahora heridas que reconcilian, heridas que dan vida y esperanza.
También las heridas de personas torturadas son parte de su historia,
pero al asumirlas de  manera diferente son heridas que reconcilian.
   Para una verdadera reconciliación que libere incluso a los opresores,
los mejores agentes son las personas que han sido reconciliadas.
Este camino es diferente a la reconciliación impuesta desde arriba,
por personas y autoridades corruptas que buscan impunidad y olvido.
   La confesión de Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!, nos lleva a creer
que Jesús está presente donde dos o tres se reúnen en su nombre.

¡Felices los que creen sin haber visto!
  La experiencia que tuvo Tomás en aquella comunidad creyente,
es la experiencia que puede tener, actualmente, cualquier cristiano:
Tú crees porque has visto¡Felices los que crean sin haber visto!
   Sigamos meditando en las siete bienaventuranzas del Apocalipsis,
que vienen a ser una Buena Noticia de fe, esperanza y amor:
*Felices los que leen y escuchan este mensaje profético… (Apoc 1,3).
*Felices, desde ahora, los que mueran fieles al Señor… (14,13).
*Felices los que están vigilantes con el vestido puesto… (16,15).
*Felices los invitados al banquete de bodas del Cordero… (19,9).
*Felices los que participan en la primera resurrección… (20,6).
*Felices los que practican estas palabras proféticas… (22,7).
*Felices los que lavan sus ropas para participar de la Vida
  Ellos lavan sus ropas en la sangre del Cordero (22,14 y 7,14).
Felices si practicamos el ejemplo del Servidor Jesús (Jn 13,17).
J. Castillo A.

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