2º Domingo de Pascua, ciclo B
Hch 2,42-47 - 1Pe
1,3-9 -
Jn 20,19-31
El autor del cuarto evangelio, escrito a
fines del siglo I,
nos
presenta (en el texto de hoy y con un
lenguaje simbólico),
los
pasos que recorre el discípulo Tomás para creer
en el Resucitado.
El
camino y la experiencia de Tomás valen también para nosotros,
pues,
a pesar del miedo… duda… alejamiento de la comunidad…
debemos
-con
fe y alegría- ser testigos de Jesús muerto y resucitado.
Los
discípulos se llenan de alegría al ver al Señor
La tarde de aquel primer día de la semana (domingo, día del Señor),
los
discípulos de Jesús están con las puertas cerradas por miedo.
¿Será
porque uno le traicionó, otro le negó, y todos le abandonaron?
Lamentablemente,
hoy, en países con tantos millones de católicos,
hay
cristianos y cristianas que viven con las
puertas cerradas,
instalados en la comodidad, el estancamiento, la
tibieza;
indiferentes ante el sufrimiento de los pobres (DA,
n.362).
¿Qué
nos impide ser una Iglesia accidentada,
herida, manchada…
por
salir y acoger a los hermanos de
Jesús que sufren injustamente?
¿Por
qué nos encerramos en estructuras que nos dan seguridad,
y en normas que nos vuelven jueces
implacables?
(EG, n.49).
Aquella tarde, Jesús se presenta en medio de
sus discípulos
y
les anuncia la verdadera paz que es fuente de alegría:
Les volveré a visitar y ustedes se llenarán de alegría (Jn 16,20).
A
continuación, Jesús les muestra las manos y el costado;
es
el mismo que ha sido asesinado por anunciar
el Reino de Dios,
y
por dar vida a las personas
excluidas por la sociedad y la religión.
Después,
sopla sobre ellos diciendo: Reciban el Espíritu Santo.
Revestidos
con la fuerza del Espíritu, perdonemos como hace Jesús:
Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34).
Solo
así, iremos construyendo pequeñas
comunidades de fe que:
practican las enseñanzas
de Jesús, celebran la fracción del pan, oran,
comparten sus bienes para
crear una verdadera fraternidad (1ª
lectura).
Ocho
días después los discípulos se reúnen de nuevo
Las personas que han sufrido terror,
amenazas, torturas, prisión…
al
ser abandonadas a su propia suerte, viven encerradas en sí mismas
y,
lo que es peor, muchas veces terminan dementes o se quitan la vida.
Muy
diferente cuando alguien las acoge y
acompaña, para que:
se
reconcilien
consigo mismas… y reconcilien a los que sufren…
Cuando
Jesús invita a Tomás a tocar sus manos y su costado,
nuevamente,
nos encontramos ante un proceso de
reconciliación.
Las
heridas de Jesús no han desaparecido. En este sentido,
nada
diferencia a Jesús de los actuales crucificados que sobrellevan,
durante
el resto de sus vidas, el peso de las heridas que han padecido.
Pero
cuando Jesús enseña sus heridas a Tomás, es porque esas heridas
ya
no son fuente de dolor, tampoco de recuerdos desgarradores;
son
ahora heridas que reconcilian, heridas que dan vida y esperanza.
También
las heridas de personas torturadas son parte de su historia,
pero
al asumirlas de manera diferente son
heridas que reconcilian.
Para
una verdadera reconciliación que libere incluso a los opresores,
los mejores agentes son las
personas que han sido reconciliadas.
Este
camino es diferente a la reconciliación impuesta desde arriba,
por
personas y autoridades corruptas que buscan impunidad y olvido.
La
confesión de Tomás: ¡Señor mío y Dios
mío!, nos lleva a creer
que
Jesús
está presente donde dos o tres se reúnen en su nombre.
¡Felices
los que creen sin haber visto!
La experiencia que tuvo Tomás en aquella
comunidad creyente,
es
la experiencia que puede tener, actualmente, cualquier cristiano:
Tú crees porque has visto… ¡Felices
los que crean sin haber visto!
Sigamos
meditando en las siete bienaventuranzas del Apocalipsis,
que
vienen a ser una Buena Noticia de fe, esperanza y amor:
*Felices los que leen y escuchan este mensaje
profético… (Apoc 1,3).
*Felices, desde ahora, los que mueran fieles
al Señor… (14,13).
*Felices los que están vigilantes con el
vestido puesto… (16,15).
*Felices los invitados al banquete de bodas
del Cordero… (19,9).
*Felices los que participan en la primera
resurrección… (20,6).
*Felices los que practican estas palabras
proféticas… (22,7).
*Felices los que lavan sus ropas para
participar de la Vida…
Ellos lavan sus ropas en la sangre del
Cordero (22,14 y 7,14).
Felices si practicamos el ejemplo del Servidor
Jesús (Jn 13,17).
J. Castillo A.
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