miércoles, 25 de abril de 2018

Yo soy la vid verdadera

5º Domingo de Pascua, ciclo B
Hch 9,26-31  -  1Jn 3,18-24  -  Jn 15,1-8

   Como buen campesino, Jesús de Nazaret anuncia el Reino de Dios,
utilizando comparaciones sencillas: El sembrador que va a sembrar...
El trigo y la mala hierba… La semilla de mostaza… La vid
   En el Evangelio de hoy, nos dice que Él es la vid verdadera,
y que sus seguidores deben estar unidos a Él para dar fruto;
caso contrario, se secan, son arrancados y arrojados al fuego.
  
Sin mí ustedes no pueden hacer nada
   En el salmo 80,  la vid es un símbolo del pueblo elegido
que fue liberado de la esclavitud de Egipto por el mismo Dios,
y conducido a una tierra fértil donde: echó raíces hasta llenar el país,
extendió sus ramas hasta el mar y sus brotes hasta el río Éufrates.
   Con el paso del tiempo, aquella viña -el pueblo preferido del Señor-,
en vez de producir uvas dulces, dio frutos amargos…
El Señor esperaba de su pueblo justicia y encontró muerte (Is 5,1-7).
   Jesús viene a cumplir la voluntad del Padre compasivo, a saber:
defender los derechos de los pobres, huérfanos, viudas, forasteros
Pero, esta misión le trae problemas de parte de las autoridades,
quienes, para quedarse con la viña del Señor y explotar al pueblo,
apedrean a los profetas, y matan al hijo amado del dueño (Mc 12,1ss).
Además, a los maestros de la ley que son unos hipócritas,
les gusta pasearse lujosamente vestidos, ser saludados en las plazas,
ocupar los primeros asientos; y, con pretexto de largas oraciones,
se tragan los bienes de las viudas (Mc 12,38ss).
   Sin embargo, Jesús que espera la conversión de todos, nos dice:
Un hombre tenía una higuera en su viña.
Fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador:
“Hace tres años que vengo en busca de fruto y nunca encuentro nada.
Córtala, pues solo sirve para agotar la tierra”. El viñador le dice:
“Señor, déjala todavía este año, cavaré alrededor y echaré abono,
a ver si da fruto; si no, el año que viene la cortarás” (Lc 13,6-11).

Permanecer unidos a Jesús para dar fruto
   Desde el Evangelio de Jesús, otro mundo es posible,
solamente, si los creyentes permanecemos unidos a Él, para dar fruto.
Cuántas cosas cambiarían, en nuestras familias y en nuestra sociedad,
si ponemos en práctica el ejemplo de Jesús, el Hijo amado del Padre,
que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida (Mc 10,42ss).
   ¿Hasta cuándo la industrialización salvaje y descontrolada,
seguirá destruyendo la vida del ser humano y de la hermana tierra?
Los “idólatras del dinero”, ¿hacen algo por los campesinos y nativos
que dejan sus tierras y, como migrantes, buscan salvar sus vidas?
Al respecto, san Agustín (354-430) en el Sermón 239,4, nos dice:
Que nadie se alabe porque acoge a un inmigrante.
Cristo lo fue, y mejor era Cristo acogido que los que le acogían.
No seas soberbio al acoger al pobre, ni pienses interiormente:
“yo le doy y él recibe, yo le acojo en mi casa y él carece de techo”…
Ciertamente, el migrante necesita pan, pero tú necesitas la verdad,
él necesita un techo y tú el cielo, él carece de dinero y tú de justicia.
   Ya en el siglo XVI, Pedro de Quiroga, clérigo, hizo esta denuncia:
Todo ha sido rapiña y codicia cuanto han tratado con nosotros…
¡Oh cristianos y qué heredad han dañado! No tienen razón cierta,
si dicen que la planta era mala o que no estaba la tierra dispuesta;
sino que plantaron mal y cultivaron peor (“Coloquios de verdad”).

La gloria de Dios consiste en que tengamos Vida plena
   Jesús no se preocupa por los ritos y las ceremonias del templo,
tampoco por la estricta observancia de las normas y costumbres,
impuestas por los fariseos, maestros de la ley y sacerdotes.
   Su preocupación es dar Vida plena a los niños, jóvenes y adultos;
y, por eso, Él mismo se identifica con los hambrientos y sedientos,
con los forasteros y desnudos, con los enfermos y encarcelados;
llamando a todos ellos “mis hermanos” (Mt 25,37-40).
   Ojalá los devotos de la Cruz de Cristo, oigan lo que dice san Pablo:
Cuando ustedes se reúnen, ya no comen la Cena del Señor;
porque cada uno se adelanta a comer su propia cena,
y mientras uno pasa hambre, el otro (el devoto) está borracho.
¿No tienen ustedes sus casas para comer y beber?
¿Por qué desprecian la asamblea de Dios,
avergonzando a los que nada tienen? (1Cor 11,20-22).
J. Castillo A.

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