6º Domingo de Pascua, ciclo B
Hch 10,25-48 - 1Jn
4,7-10 -
Jn 15,9-17
Dios es amor y ama a todos sus hijos con
entrañas
de misericordia:
¿Puede una madre olvidar o dejar de amar
al hijo de sus entrañas?
Pues, aunque ella se olvide, yo tu Dios
no te olvidaré
(Is 49,15).
Jesús,
el Hijo amado de Dios, nos sigue diciendo:
*Este
es mi mandamiento: Ámense unos a otros como yo les amo.
*El
amor más grande es dar su vida por sus amigos.
*Ustedes
son mis amigos si hacen lo que yo les digo.
Ámense
unos a otros como yo les amo
Recordemos que los discípulos de Jesús, dejan todo y le siguen…
caminan con Él por
ciudades y pueblos… oyen sus
enseñanzas…
son testigos de sus obras y
gestos audaces en favor de los pobres…
Después
de la Cena Pascual, Jesús se despide de todos ellos,
y,
conociendo las cualidades y limitaciones de sus seguidores,
les
habla con el corazón, para que sus palabras queden bien grabadas:
Yo
les amo a ustedes como
el Padre me ama a mí,
permanezcan, pues, en el amor que yo les tengo.
Si cumplen mis mandamientos,
permanecerán en mi amor,
lo mismo que yo cumplo los mandamientos
de mi Padre,
y permanezco en su amor.
Mi mandamiento es este: ámense unos a otros como yo le amo.
Ante
la división que hay en la comunidad de Corinto, Pablo dice:
El
amor es paciente, es
servicial, no es envidioso ni busca aparentar,
no es orgulloso, ni actúa con bajeza, no
busca su interés,
no se irrita, sino que deja atrás las
ofensas y las perdona,
nunca se alegra de la injusticia, sino
de la verdad.
Todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo
espera, todo lo soporta.
El
amor jamás dejará de
existir… Ahora conozco a medias,
después conoceré tan bien como Dios me
conoce a mí.
Hay tres cosas que son permanentes: la
fe, la esperanza y el amor;
pero la más importante de las tres es el amor (1Cor, 13).
El
amor más grande es dar su vida por sus amigos
Como Jesús, amemos con entrañas de
misericordia. Por ejemplo:
Mi amigo no ha vuelto del campo de
batalla…
Capitán, solicito permiso para ir a
buscarlo.
Permiso denegado, responde el
capitán,
no quiero que usted arriesgue su vida,
por un hombre que probablemente ha
muerto.
El
soldado, desobedeciendo la prohibición, sale.
Y
una hora después regresa mortalmente herido,
transportando
el cadáver de su amigo.
El
capitán furioso grita: ¡Ya le dije que
había muerto!
¡Ahora he perdido a dos hombres!
Dígame: ¿merecía la pena ir allá para
traer un cadáver?
El
soldado, moribundo, responde: ¡Claro que
sí, capitán!
Cuando lo encontré, todavía estaba vivo
y pudo decirme:
-Jack… estaba seguro de que vendrías.
(Anthony
de Mello: La oración de la rana, I).
¿Somos
peces vivos que luchan contra la corriente… para dar vida,
o
somos peces muertos que nos dejamos arrastrar por la indiferencia?
Ustedes
son mis amigos si hacen lo que yo le digo
Martín de Porres (1579-1639) desde que
nace, es marginado.
Motivo:
es mulato, hijo “ilegítimo” de un español, Juan de Porres;
y
de Ana Velásquez, mujer negra descendiente de esclavos africanos.
En
1579, ingresa al convento de los dominicos como “donado”.
Siendo
simple sirviente, trabaja como portero, sacristán, enfermero.
En
1603, a los veinticuatro años, Martín hace su
profesión religiosa,
viste
el hábito de los dominicos pero solo como hermano
cooperador.
No
usó los años de su vida religiosa para buscar un ascenso social.
Sigue
otro camino. Ser amigo de Jesús, haciendo su voluntad.
En
la homilía de su canonización (6 mayo 1962), Juan XXIII dijo:
Disculpaba los errores de los demás.
Perdonaba las graves injurias,
pues estaba convencido que era más lo
que merecía por sus pecados.
Ponía todo su empeño en retornar al buen
camino a los pecadores…
Proporcionaba comida, vestido y
medicinas a los pobres.
Ayudaba a los campesinos, negros y
mulatos que, por aquel tiempo,
eran tratados como esclavos de la más
baja condición, lo que le valió,
por parte del pueblo, el apelativo de Martín de la caridad.
J. Castillo A.
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