martes, 15 de mayo de 2018

San Isidro labrador (15 de Mayo)


San Isidro fue beatificado por Paulo V el 14 de junio de 1619 y canonizado el 12 de marzo de 1622 por Gregorio XV, junto a San Felipe Neri, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, aunque la bula de canonización no fue publicada hasta 1724 por Benedicto XIII. Fue declarado patrono de los agricultores españoles por Juan XXIII en bula del año 1960. (Wikipedia, Isidro labrador)

Llama la atención la mención de san Isidro entre santos tan ilustres; ¿qué hace san Isidro –aldeano, analfabeto, peón agrícola- entre esos buques insignia de la santidad?: San Felipe Neri, italiano caracterizado por su dedicación a los más indigentes; santo que fundo la “cofradía de los pobres” para ocuparse de los convalecientes y peregrinos; santa Teresa de Jesús: viajera, fundadora, doctora de la Iglesia, figura clave en la literatura española, reformadora del Carmelo; san Ignacio de Loyola, de rica familia vizcaína, educado en la corte, dotado de fuerte personalidad y fundador de la compañía de Jesús, santo con una proyección universal indiscutible, y san Francisco Javier, navarro de familia noble, estudios universitarios en París, captado por san Ignacio para su obra y misionero incansable en la India, fallecido en la India y con las miras puesta en la evangelización de China.

¿Tiene mucho que ver san Isidro con ellos? ¿No parece insignificante su personalidad de labriego aldeano? Pues sí y no. Es insignificante la vida de san Isidro si por mérito cristiano entendemos el pasar por la vida haciendo ruído; porque san Isidro pasó en silencio para las instituciones religiosas y sociales de su tiempo, sin escribir ninguna página gloriosa de la historia de la Iglesia, se limitó a “hacer sencillamente lo que tenemos que hacer”, según el decir atribuido a santa Teresa.  No es insignificante la vida de san Isidro si entendemos que sí tuvo significado para los que le conocieron; su santidad no está hecha de “recomendaciones” sino de trabajo diario, de constancia en el servicio a Dios y a los vecinos. No es que los otros fueran “santos recomendados”, pero en cierto modo sí fueron más propensos por su origen y grandes obras a ser reconocidos como tales, algo inconcebible en san Isidro.

No obstante las distancias, en cierto modo, por lo que toca a la santidad, san Isidro se equipara a los santos mencionados:

a) No hubo de renunciar a su riqueza para dedicarse a los pobres como san Felipe Neri, nacido en Florencia, de padre notario y familia dedicada a los negocios. San Isidro fue pobre desde su nacimiento, con el estigma que eso suponía en el tiempo que le tocó vivir; por su origen pobre no tuvo que renunciar a su riqueza y posición, pero sí que hubo de abrazar la pobreza y la humildad como virtudes.

b) No fue san Isidro reformador de ninguna orden religiosa, como santa Teresa de Jesús, ni sus escritos místicos le valieron el reconocimiento de autor literario de renombre y doctor de la Iglesia. San Isidro era un simple laico, que no reformó ninguna institución eclesial, pero sí reformó su vida a la luz del evangelio de Jesús; su palabra y sus escritos fueron el silencio, el ocultamiento y la desconsideración de no saber siquiera escribir. Si la santa del Carmelo decía que “entre los pucheros también anda Dios”, san Isidro, con su sencilla espiritualidad de labriego, nos dice que entre arados, siembras, cosechas, eras y graneros, también Dios se mueve.
 
c) Tampoco fue san Isidro, como san Ignacio de Loyola, fundador de una sociedad de renombre universal como son los Jesuitas (Societatis Iesus), que tantos y tan grandes servicios han prestado a la Iglesia y que han aportado tantos mártires al santoral. Lo único que fundó san Isidro fue una familia cristiana con su mujer, santa María de la Cabeza; y educó a su hijo tan cristianamente que también es un santo venerado: san Illán. A los ojos de Dios lo importante es llevar adelante la vocación a la que hemos sido llamados, sea esta de proyección universal, local o familiar. “Al atardecer de la vida -decía san Juan de la Cruz- te examinarán del amor” que has tenido, no de las grandes obras eclesiales, sociales o políticas que haya realizado tu persona. Con san Ignacio de Loyola, y antes, ya que es anterior en el tiempo, san Isidro respondió con generosidad al objetivo del santo fundador de los jesuitas: hacerlo todo para mayor gloria de Dios (Ad maioren Dei Gloria).

 
d) Digamos finalmente que san Isidro no estudió en la universidad de París, aprendiendo de los grandes maestros de teología del momento, ni viajó muy lejos como hizo san Francisco Javier, patrono de las misiones. No, la universidad de san Isidro fue el campo, la observación de la naturaleza y la escucha de la predicación evangélica en su parroquia, su escuela fue su propia vida leída a la luz del evangelio. No fue “misionero” si por ello entendemos a quien deja casa, familia, tierra, y parte a lugares lejanos a anunciar el evangelio; pero sí que lo fué, porque la misión empieza por la propia casa y el lugar donde se vive y trabaja; con su palabra y vida ejemplar san Isidro misionó, llevó la “buena noticia” de Dios a los suyos y a sus vecinos. Su fama de santidad da testimonio de ésto. No se extendió la veneración a su persona por las artes publicitarias de sus hijos de fundación; fueron sus vecinos, gente tan pobre e inculta como él, los que se hicieron lenguas de su fe y bonhomía; sin esa propaganda de boca a boca san Isidro sería hoy un total desconocido.

Por tanto, tenemos ante nosotros a un santo poco aristócrata, tal vez considerado en su época no muy digno de recibir el título de santo, un personaje sin renombre y alta consideración familiar, poco intelectual y de poca actividad reformadora y fundadora; pero no cabe duda de que en san Isidro tenemos hoy, como sus vecinos lo tuvieron en su día, a un santo de gran humanidad.

No fue por tanto un despropósito que el papa Gregorio XV elevara a los altares a este santo junto con esos otros que hemos comentado y cuya sola mención traen a la memoria heroicas hazañas humanas y grandes éxitos pastorales. Entre ellos san Isidro nos sirve para equilibrar la balanza y hacernos comprender más llanamente lo que dice el concilio Vaticano II: «todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre» (Lumen gentium, 11. c). Todos estamos llamados a la santidad, cada uno en su propio estado, en su actual situación familiar, laboral y social. San Isidro, como otros santos de más renombre, respondió generosamente a esa llamada universal a la santidad.
 
Casto Acedo Gómez. Mayo 2018.  parroquiasanantonio@gmail.com.

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