miércoles, 28 de febrero de 2018

De Galilea... a Jerusalén

3º Domingo de Cuaresma, ciclo B
Ex 20,1-17  -  1Cor 1,22-25  -  Jn 2,13-25

   En Caná de Galilea -en una casa- Jesús realiza su primer signo,
manifiesta su gloria, y sus discípulos creen en Él (Jn 2,1-12).
   Muy diferente lo que Jesús encuentra en el templo de Jerusalén.
Allí, la Casa de Dios es en un mercado… se intenta comprar a Dios…
Ese templo será destruido, no quedará piedra sobre piedra (Mc 13,2).
   El nuevo templo es Jesús que muere, y resucita al tercer día,
y, si nos amamos mutuamente, Dios habita en nosotros (1Jn 4,12).

Casa de oración, sí… lugar de negocios, no
   La fiesta principal del pueblo judío es la Pascua del Señor,
recordando su liberación de la esclavitud de Egipto (Ex 12,1ss).
Al llegar a Jerusalén, Jesús ve que el templo ya no es Casa de Dios,
sino un mercado de animales… un lugar para cambiar dinero…
un edificio lujoso para oprimir y explotar al pueblo creyente.
Jesús reacciona indignado contra ese nuevo becerro de oro (Ex 32),
y declara públicamente: la Casa de mi Padre no es un mercado.
   Hagamos un examen de conciencia a nivel personal y eclesial:
*¿Hemos superado el sistema de aranceles que es mal visto,
desligándolo de la administración de los sacramentos? (Medellín,14).
*¿Se celebra Misa, sobre todo, por las intenciones de los necesitados, 
aunque no se reciba ningún estipendio? (CIC, canon 945,2).
*Siguiendo la tradición de cobrar por un servicio religioso, ¿evitamos
la más pequeña apariencia de negocio o comercio? (Cn. 947, 1385).
   El Papa Francisco, en su homilía sobre el texto de Lucas 19,45-48,
hace esta denuncia: Cuántas veces vemos que entrando en un templo,
aún hoy, está la lista de los precios: bautismo, tanto; bendición tanto;
intención de misa, tanto… Y el pueblo se escandaliza.
A continuación, el Papa añade: Hay dos cosas que el pueblo de Dios
no puede perdonar: 1) a un sacerdote apegado al dinero,
y 2) a un sacerdote que maltrata a la gente. No perdona cuando,
la Casa de Dios se vuelve una casa de negocios (21 noviembre 2014).

Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré
   Ante los gestos audaces de Jesús, los sumos sacerdotes reaccionan,
porque sus enormes ganancias económicas corren peligro.
   De inmediato, le piden a Jesús una señal que justifique sus acciones.
Jesús les dice: Destruyan este templo y en tres días lo levantaré.
Ellos piensan que se trata del templo material construido por Herodes,
pero Jesús habla de su propia persona, de su muerte y resurrección.
   Más tarde, Jesús dice a la Samaritana: Créeme, mujer, llega la hora
en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre
Pero ha llegado la hora, en la que los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y en verdad (Jn 4,19-26). 
   Al ver la indignación de Jesús, sus discípulos se acuerdan
que la Escritura dice: El celo de tu casa me consume (Sal 69,10).
Por eso cuando Jesús resucita, sus discípulos comprenden lo que dijo,
y creen en la Escritura y en las palabras de Jesús.
   Para creer en Jesús, en su Mensaje y en sus obras, no basta repetir:
El templo del Señor… el templo del Señor… Lo que importa es:
Cambiar nuestra conducta y acciones… Practicar la justicia…
No oprimir a los forasteros, a los huérfanos, a las viudas…
No derramar sangre inocente… No seguir a dioses extraños…
No hacer del templo dedicado a Dios, una cueva de ladrones (Jer 7).
   Para encontrar a Jesús, hay que buscarlo en sus hermanos pobres,
desfigurados por el hambre y la sed, por la desnudez  y la enfermedad.
¿Acaso no saben ustedes que son templos de Dios -escribe San Pablo-
y que el Espíritu de Dios vive en ustedes?
Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque,
el templo de Dios es santo y ese templo son ustedes (1Cor 3,16s).
   Ahora bien, ¿qué debemos hacer por los hermanos despreciados?
Ellos necesitan, no solo un pedazo de pan o unas cuantas monedas,
sino ser acogidos como personas, imágenes de Dios, templos de Dios.
Hagamos a los demás, todo lo que desearíamos que ellos nos hagan,
porque en eso se resume la Ley y los Profetas (Mt 7,12).
   Al respecto, el Papa Juan Pablo II (en SRS, 1987, n.31) nos dice:
Ante los casos de necesidad, no se debe dar preferencia
a los adornos superfluos de los templos
y a los objetos preciosos del culto divino;
al contrario, podría ser obligatorio vender esos bienes
para dar pan, agua, vestido, casa a quien carece de ello.
J. Castillo A.

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