3º Domingo de Cuaresma, ciclo B
Ex 20,1-17 - 1Cor
1,22-25 - Jn 2,13-25
En Caná de Galilea -en una casa- Jesús realiza su primer signo,
manifiesta
su gloria, y sus discípulos creen en Él (Jn 2,1-12).
Muy
diferente lo que Jesús encuentra en el
templo de Jerusalén.
Allí,
la
Casa de Dios es en un mercado… se intenta comprar a Dios…
Ese
templo será destruido, no
quedará piedra sobre piedra (Mc
13,2).
El
nuevo templo es Jesús que muere, y resucita al tercer día,
y,
si nos amamos mutuamente, Dios habita en nosotros (1Jn 4,12).
Casa
de oración, sí… lugar de negocios, no
La fiesta principal del pueblo judío es
la Pascua del Señor,
recordando
su liberación de la esclavitud de Egipto (Ex 12,1ss).
Al
llegar a Jerusalén, Jesús ve que el templo ya no es Casa de Dios,
sino
un
mercado de animales… un lugar para cambiar dinero…
un
edificio lujoso
para oprimir y explotar al pueblo creyente.
Jesús
reacciona indignado contra ese nuevo becerro
de oro (Ex 32),
y
declara públicamente: la Casa de mi Padre no es un mercado.
Hagamos un examen de conciencia a nivel
personal y eclesial:
*¿Hemos superado el sistema de aranceles que es mal visto,
desligándolo de la administración de los
sacramentos?
(Medellín,14).
*¿Se celebra Misa, sobre todo, por las intenciones
de los necesitados,
aunque no se reciba ningún estipendio? (CIC, canon
945,2).
*Siguiendo
la tradición de cobrar por un
servicio religioso, ¿evitamos
la más pequeña apariencia de negocio o
comercio?
(Cn. 947, 1385).
El
Papa Francisco, en su homilía sobre el texto de Lucas 19,45-48,
hace
esta denuncia: Cuántas veces vemos que entrando en un templo,
aún hoy, está la lista de los precios: bautismo, tanto; bendición tanto;
intención de misa, tanto… Y el pueblo se escandaliza.
A
continuación, el Papa añade: Hay dos
cosas que el pueblo de Dios
no puede perdonar: 1) a un sacerdote apegado al dinero,
y 2) a un sacerdote que maltrata a la gente. No perdona cuando,
la
Casa de Dios se vuelve una casa de negocios (21 noviembre 2014).
Destruyan
este templo, y en tres días lo levantaré
Ante los gestos audaces de Jesús, los sumos sacerdotes reaccionan,
porque
sus enormes ganancias económicas corren peligro.
De
inmediato, le piden a Jesús una señal que justifique sus acciones.
Jesús
les dice: Destruyan este templo y en tres días lo levantaré.
Ellos
piensan que se trata del templo material construido por Herodes,
pero
Jesús habla de su propia persona, de
su muerte y resurrección.
Más
tarde, Jesús dice a la Samaritana: Créeme,
mujer, llega la hora
en que ni en esta montaña ni en
Jerusalén se adorará al Padre…
Pero ha llegado la hora, en la que los verdaderos adoradores
adorarán
al Padre en espíritu y en
verdad
(Jn 4,19-26).
Al
ver la indignación de Jesús, sus
discípulos se acuerdan
que
la Escritura dice: El celo de tu casa me consume (Sal 69,10).
Por
eso cuando Jesús resucita, sus discípulos comprenden lo que dijo,
y creen
en la Escritura y en las palabras de Jesús.
Para creer en
Jesús,
en su Mensaje y en sus obras, no
basta
repetir:
El templo del Señor… el templo del
Señor… Lo
que importa es:
Cambiar nuestra conducta y acciones… Practicar la justicia…
No
oprimir a los
forasteros, a los huérfanos, a las viudas…
No
derramar sangre
inocente… No seguir a dioses
extraños…
No
hacer del templo
dedicado a Dios, una cueva de ladrones (Jer 7).
Para
encontrar a Jesús, hay que buscarlo en sus hermanos pobres,
desfigurados
por el hambre y la sed, por la desnudez
y la enfermedad.
¿Acaso no saben ustedes que son templos de Dios -escribe San
Pablo-
y que el Espíritu de Dios vive en
ustedes?
Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque,
el templo de Dios es santo y ese templo son ustedes (1Cor 3,16s).
Ahora
bien, ¿qué debemos hacer por los hermanos despreciados?
Ellos
necesitan, no solo un pedazo de pan o unas cuantas monedas,
sino
ser acogidos como personas,
imágenes de Dios, templos de Dios.
Hagamos a los demás, todo lo que desearíamos que ellos nos hagan,
porque en eso se resume la Ley y los
Profetas
(Mt 7,12).
Al
respecto, el Papa Juan Pablo II (en SRS, 1987, n.31) nos dice:
Ante los casos de necesidad, no se debe
dar preferencia
a los adornos superfluos de los templos
y a los objetos preciosos del culto divino;
al contrario, podría ser obligatorio vender esos bienes
para dar pan, agua, vestido, casa a quien carece de ello.
J. Castillo A.
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