6º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo B
Lev
13,1-2. 44-46 - 1Cor 10,31-11,1 - Mc
1,40-45
Para los “buenos” y para quienes tienen poder económico y político,
es
mejor limpiar nuestras calles y
plazas, de vagabundos y mendigos.
Sin
embargo, esos “buenos y poderosos” ¿van
a las causas
de
tanta pobreza y miseria, denunciando
a los responsables?
Jesús
que acoge y come con personas
marginadas y despreciadas,
nos
sigue diciendo: Ámense mutuamente como yo
les amo a ustedes.
El
leproso le suplica: Si quieres, puedes limpiarme
Así como aquella madre extranjera y pagana,
pero con fe sencilla,
se
acerca a Jesús y de rodillas le suplica sanar a su hija (Mc 7,24ss);
en
esta ocasión, un leproso rompe todas
las normas de exclusión,
confía
en Jesús, se arrodilla y le dice: Si quieres, puedes limpiarme.
Este
leproso no pide a Jesús ser sanado…
sino quedar limpio.
Busca
ser liberado de la marginación que
padece al vivir aislado.
En
esa época, se creía que la lepra era un
castigo -de parte de Dios-
por
algún pecado; por eso al leproso se le consideraba impuro.
Para
evitar contagiar su impureza, el leproso vivía fuera del pueblo,
harapiento, despeinado y gritando:
¡Impuro, impuro!
(1ª lectura).
Rechazado
como si fuera un objeto peligroso que se arroja a la basura,
el
leproso podía decir: Solo en la vida llevando un esqueleto
podrido;
pues,
mientras padecía esa enfermedad, era un
muerto en vida.
Hoy,
teniendo tantos recursos naturales en la Costa, Sierra y Selva;
y
con tantos millones de católicos… ¿cómo se explica que hayan
personas marginadas que sobreviven
sin Tierra, Techo, Trabajo?
En
regiones mineras y en zonas donde se extraen petróleo y gas,
¿por
qué se desprecia la vida de la
tierra y de los seres humanos?
¿Es
justo que los habitantes de esas
regiones tengan que vivir…
respirar… beber… alimentarse… en un ambiente
altamente toxico?
¿Acogemos
en nuestras parroquias a las personas: alcohólicas…
drogadictas…
prostitutas… homosexuales (sean gais o lesbianas)?
¿Qué
nos impide seguir el ejemplo de Jesús,
el Profeta compasivo?
Jesús
se compadece, extiende la mano y le toca
Ante aquel
leproso excluido, Jesús realiza gestos de verdadero amor.
*Se
compadece. La compasión (padecer
con) que tiene Jesús,
es
la manera más humana de manifestar nuestro amor al prójimo,
de
“aproximarnos” al otro, para asumir y hacer nuestro su sufrimiento.
*Extiende
la mano. Los “creyentes” satisfechos, bien instalados,
y
que solo buscan seguridad; están lejos de seguir el ejemplo de Jesús,
que
extiende la mano para acoger al que
vive marginado y aislado.
*Toca
al leproso. No se trata de tocar con la punta de un dedo,
sino
de poner las manos sobre ese cuerpo
lleno de llagas.
Con
este gesto, Jesús asume el riesgo de quedar impuro, contaminado.
*Luego,
el Profeta de Nazaret le dice: Quiero, queda limpio.
Con
esta frase, Jesús realiza una verdadera revolución, pues anuncia
que
Dios es compasivo, sobre todo, con sus hijos/as despreciados;
y
quiere que nosotros pongamos: amor y vida
donde hay enfermedad,
verdad y libertad donde hay
miedo, justicia y paz donde hay
opresión.
Jesús
se queda en lugares despoblados
Jesús ha despedido al leproso diciéndole:
No se lo digas a nadie.
Pero
éste, apenas se fue, comienza a proclamar
lo que ha sucedido.
Por
eso, Jesús ya no podía entrar
abiertamente en ningún pueblo,
se quedaba en lugares despoblados, pero
aun así, la gente acudía.
¿Qué
ha sucedido? Según la ley, interpretada por “los especialistas”
quien
toca a un leproso -como hace Jesús- queda impuro y excluido.
Este
es el costo doloroso que Jesús asume
al tocar a un leproso, pues
al cargar con nuestro dolor, lo
consideramos un contagiado (Is 53,4).
Hoy,
cuando los seguidores de Jesús y personas de buena voluntad,
pasan a la otra orilla para defender
la vida, salud, educación…
de
los pobres despreciados y marginados por el capitalismo salvaje;
de
inmediato, los responsables de tanta
injusticia y corrupción:
insultan… persiguen… acusan… encarcelan…
asesinan…
Es
el precio que debemos pagar por salvar a los hermanos de Jesús.
Y
Jesús nos sigue diciendo: Ningún
discípulo es más que su maestro,
y ningún
servidor es más que su amo.
El discípulo debe conformarse con llegar
a ser como su maestro,
y el servidor como su amo.
Si al dueño de la casa le llaman
endemoniado,
¿qué no dirán de su familia? No les tengan miedo (Mt 10,25ss).
J. Castillo A.
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