miércoles, 19 de septiembre de 2012

¿Quién es el más importante?


Domingo XXV, Tiempo Ordinario, ciclo B
Sabiduría 2,17-20  -  Santiago 3,16-4,3  -  Marcos 9,30-37

Mientras van caminando…
Generalmente, son los discípulos quienes buscan un maestro; Jesús, en cambio, toma la
iniciativa de llamar a sus discípulos. Al principio, cuando Jesús camina a orillas del lago de Galilea,
ve a Simón Pedro y a Andrés, a Santiago y a Juan; y les dice: Síganme, yo haré de ustedes 
pescadores de hombres (Mc 1,16-20). Luego, sale de nuevo y ve a Leví y le dice: Sígueme (Mc
2,13-17). Después, Jesús sube a la montaña, llama a los que Él quiere, y forma el grupo de los Doce
para que vivan con Él (Mc 3,13-19). Más tarde, los envía a anunciar el Reino de Dios (Mc 6,7-13).
Ellos, durante tres años, han seguido a Jesús por ciudades y pueblos; siendo testigos privilegiados
de sus enseñanzas y obras.
Cuando Jesús emprende su último viaje a la ciudad de Jerusalén, sabe a lo que se arriesga,
pues allí le van a torturar y crucificar; pero también sabe que el Dios de la Vida tiene la última
palabra: resucitará. Por eso, mientras van atravesando la región de Galilea, Jesús desea estar a solas
con sus discípulos para seguir enseñándoles que el Reino de Dios, que es vida y vida plena para
todos, se hace realidad ofreciendo la propia vida, como el Buen Pastor: El Hijo del hombre va a ser 
entregado en manos de los hombres, le darán muerte, pero tres días después resucitará.
Esta es la enseñanza central que Jesús da a sus discípulos: el triunfo de la Vida, pasa por la
pasión y la muerte; es como el grano de trigo, para dar frutos tiene que morir. Sin embargo, sus
discípulos le ‘escuchan’ pero ‘piensan’ en otra cosa. Siguen esperando a un ‘mesías’ triunfalista,
que derrote a los romanos y establezca el reinado definitivo de Dios sobre su pueblo Israel.
Empezando por Pedro, Santiago, Juan… no quieren comprender las consecuencias de un Mesías, de
un Cristo servidor y sufriente. Esperando ocupar los primeros puestos, tienen miedo preguntar.

Llegan a casa… signo de la Iglesia
Habiendo llegado a Cafarnaún y, ya en casa, Jesús les pregunta: ¿De qué hablaban por el 
camino? Ellos callaban, porque habían estado discutiendo quién era el más importante. Jesús se
sienta y llama a los Doce para mostrarles un camino diferente: Quien quiera ser el primero, que 
sea el último y el servidor de todos. Más adelante, Jesús insistirá en la importancia del discípulo-
servidor: Entre ustedes no ha de ser así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga
servidor de los demás; y el que quiera ser el primero, deberá hacerse esclavo de todos. Porque el 
Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y dar su vida (Mc 10,42-45).
En este contexto recordemos el testimonio del apóstol Pablo: Ustedes saben que he servido 
al Señor con toda humildad, entre lágrimas y pruebas que me han causado los judíos. Nunca me 
acobardé cuando algo podía ser útil para ustedes. Les he predicado y enseñado en público y en 
las casas, dando testimonio a judíos y a griegos para que se conviertan (…). Yo de nadie codicié 
plata, oro, ni ropa. Ustedes saben que trabajé con mis manos para conseguir lo necesario para mí 
y para mis compañeros (Hch 20, 17-38).
A continuación, Jesús abraza a un niño, lo pone en medio de los Doce y les dice: El que 
acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí y acoge al Padre que me ha enviado. En
adelante, el centro de la comunidad no será Pedro, Santiago, Juan; sino un niño, es decir, los que no
valen… según los criterios humanos. Por eso, un cristiano que busca ser el más importante, está
muy lejos de ser discípulo-servidor de Jesús que vino a servir y no a ser servido.
Conscientes de que el mensaje de la Iglesia será creíble por el testimonio de las obras,
escuchemos a nuestros Obispos: La Iglesia debe cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y 
adoptando sus actitudes (Mt 9,35-36). Jesús, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la 
muerte de cruz (Filip 2,8); siendo rico, eligió ser pobre por nosotros (2Cor 8,9), enseñándonos el 
camino de nuestra vocación de discípulos misioneros. En el Evangelio aprendemos la sublime
lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre (Lc 6,20; 9,58), y la de anunciar el Evangelio de la 
paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo (Lc 10,4ss) (Documento de Aparecida, 2007, n.30).                                                            
J. Castillo A.

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