viernes, 28 de septiembre de 2012

Iglesia y salvación. (Dom. 30 de Sptbre) (1 de 2)






Para leer las lecturas del 25º Domingo Ordianrio Ciclo B clickar:

Nm 11,25-29; Sal 18,8-14;Sant 5,1-6 Mc 9,37-42.44.46-47
Un eslógan predicado y defendido con ahínco en tiempos de cristiandad, y referido a la relación entre salvación e  Iglesia, es el que creó san Cipriano diciendo que "fuera de la Iglesia no hay salvación" (extra ecclesiam nulla salus). Se trata de una afirmación de fe expresada en sentido negativo (lo que se quería decir es que los herejes, cismáticos y grupos que habían roto con la Iglesia y eran hostiles a ella se alejaban de la salvación) hubo quien dedujo la urgencia de extender lo más posible el alcance físico de la Iglesia, ya que de la recepción del bautismo dependería la salvación de todos y cada uno de los hombres. Tal convicción de que la "vida eterna" sólo podría alcanzarse por la inscripción en el libro de los bautizados llevó a muchos a posiciones fundamentalistas y fanáticas. El respeto a las otras creencias (sobre todo las más cercanas: judíos y musulmanes) brilló entonces por su ausencia. Buscar la salvación del otro lo “justificaba” todo.
¿Tiene la Iglesia el monopolio de la salvación?
Tal vez el error a la hora de interpretar la expresión “fuera de la Iglesia no hay salvación” estuvo en no tener en cuenta, como hejmos dicho, que se estaba expresando de forma negativa el convencimiento positivo de que “por la Iglesia se llega a la salvación” (Per Ecclesiam salus). Respecto a los no bautizados, el concilio Vaticano II confirma la doctrina que siempre estuvo presente en el magisterio: “Quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocidas mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna” (Lumen Gentium, 16). Algo así dice Jesús en el evangelio al corregir a Juan cuando pretendía hacer callar a quienes echaban demonios sin ser del grupo de los discípulos: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro” (Mc 9,39-40).
La Iglesia tiene como misión anunciar el Reino de Dios, pero este no se circunscribe a la Iglesia; el ser de Dios supera nuestras reducciones, y el misterio de su Reino escapa a los límites de la Iglesia institucional. El Espíritu Santo no obra sólo en unos pocos ordenados, también manifiesta su acción rompiendo las fronteras que a veces queremos imponerle: “¡Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!” (Nm 11,29).

Dos reflexiones al hilo de los textos de este domingo
1.- En una primera parte el evangelio proclamado habla de la necesidad de ser tolerantes con los hermanos a los que consideramos ajenos a nuestro grupo: "hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir porque no es de los nuestros". “¡No se lo impidáis!”, responde Jesús. Ningún grupo humano tiene la patente de las buenas obras ni del Reino de Dios. Este evangelio, unido al testimonio similar de la primera lectura, nos indica hasta qué punto hemos de estar abiertos a la acción del Espíritu de Dios en el mundo, porque éste no se encierra entre barrotes institucionales, "sopla donde quiere" (Jn 3,8); su orden no coincide con el orden de la Iglesia aunque sea el mismo Espíritu el que marca el orden eclesial y la Iglesia tenga que atenerse a él.
Según el evangelio de hoy hemos de ser tolerantes con todos los hombres que viven los valores del Reino: todos los que viven y luchan por el amor, la justicia, la fraternidad, la solidaridad, la paz. Y la razón para aceptarlos no tiene su fuente en nuestra buena voluntad, sino el convencimiento de que fuera de la Iglesia también obra el Espíritu de Dios y se manifiesta para la salvación de todos. No existe un terreno (el de la Iglesia) donde está Dios y otro (el mundo profano) donde no está. También en y con los cristianos anónimos está el Señor. El punto de encuentro entre los hombres no está en las instituciones y tradiciones externas de los hombres sino en la presencia interior de Dios, en el hecho de que hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios-amor (Gn 1,26-27) y el mismo Espíritu alienta nuestras vidas.

2.- En su segunda parte, el evangelio da un giro y habla de lo que verdaderamente es intolerable: el escándalo de los débiles; que alguien desde dentro de la Iglesia seduzca y conduzca al mal a personas espiritual o moralmente inseguras. El miembro de una comunidad cristina adquiere una responsabilidad muy seria ante los hermanos: debe dar testimonio de su fe con una vida digna de ella. Lo contrario es un escándalo, un anti-testimonio, que daña a la Iglesia, a los hermanos, especialmente a los más débiles. Y entre esos escándalos mencionar dos que han hecho y hacen un tremendo daño a la Iglesia de hoy y de siempre:

-Intolerable para un cristiano es el escándalo del abuso sexual de menores cuya magnitud ha salido a la luz últimamente en los medios de comunicación. La misma Iglesia ha perdido perdón por ello y ha iniciado una política de tolerancia cero para estos casos de grave daño para las víctimas inocentes y escándalo para el resto del mundo. “El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que cree, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar” (Mc 9,42).
-El otro escándalo que mencionamos es el que pone en evidencia la carta del apóstol Santiago: el escándalo de la riqueza que engorda con el jornal defraudado al obrero y que no renuncia a su avidez (Sant 5,1-6). La maldad que supone la riqueza injusta es algo que el evangelio considera intolerable, porque no solo daña al pobre que se ve privado de lo básico para vivir (“el jornal defraudado a los obreros que han cosechado vuestros campos está clamando contra vosotros”), sino también al rico, que acabapudriéndose en su propia excrecencia (“Vuestro oro y vuestra plata… devorará vuestra carne como el fuego… Os habéis cebado para el día de la matanza).

Hay pues, una santa intolerancia: la que se refiere al pecado que anida en el corazón del hombre y amenaza con salir afuera y dañar la Iglesia y el Reino. En el corazón del hombre anidan los robos, avaricias, injusticias, adulterios, envidias, etc. (cf Mc 7,20) Y hay que poner los medios para que el mal no prospere; hay que cortar de raíz todo lo que nos pueda llevar a la práctica del mal, aunque las renuncias sean dolorosas (cf Mc 9, 44-47).
Conclusión
Concluyendo nuestras reflexiones puedes extraer unas enseñanzas prácticas:
 
* primero que tienes que ser tolerante, me gusta más decir que tienes que “estar abierto de corazón” (el término “tolerancia” parece tener la connotación negativa de ser algo impuesto: no te amo pero te tolero), abierto a todo lo bueno del mundo, esté dentro o fuera la Iglesia; para ser buen cristiano has de vivir abierto a los aires del Espíritu de Dios, que sopla donde quiere y como quiere, que se manifiesta en los acontecimientos de tu vida, y desde tu historia y la historia de los otros hombres está dando señales de su presencia y de su Reino entre nosotros.
 
* Por otro lado, has de aprender a ser intolerante con cualquier manifestación del mal en el mundo; especialmente con el que puede arraigar en tu interior o en el interior de la Iglesia, porque este, además del daño que produce todo pecado, potencia su poder destructivo con el escándalo de los más débiles.
La Eucaristía que celebramos te sirve para recordar el modelo a seguir: Jesús, el justo, el pobre de Yahvé, que se salió del marco institucional de la religión judía, que mostró la presencia de Dios fuera de las estructuras de la ley y el orden establecidos. Los judíos esperaban que el Mesías se manifestase en ámbitos más institucionales. ¿Cómo iban a pensar que Dios nacería en un pueblo olvidado de Judea? No aceptaron esa libertad del Espíritu. Por eso murió, a causa de la intolerancia de los hombres que se negaron a reconocer en el Nazareno, el hijo de María y José el carpintero, al Salvador del mundo. Él, con su tolerancia,mejor con su amor, te ha salvado a ti y a todos los hombres que se acogen a Él; lo ha hecho exculpándonos, derrochando amor y perdón: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). El sacramento eucarístico reactiva en ti ese mismo amor.
 
Casto Acedo Gómez.Septiembre 2012. paduamerida@gmail.com. 28763

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