martes, 11 de septiembre de 2012

Situarnos ante el dolor (Domingo 16 de Septiembre)

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En estos días de Septiembre celebramos la fiesta de la Exaltación de la Cruz (día 14) y la de María como Ntra. Sra. de los Dolores (día 15), celebraciones que pueden llevarnos a confusión: ¿Celebramos los cristianos el dolor? ¿Somos unos masoquistas exaltados que buscamos y amamos el sufrimiento como vía de redención? No son pocos los que nos acusan de ello; y otros tantos los que se escandalizan de la cruz, máxime en nuestra cultura consumista en la que el principio del placer es entronizado como objetivo primero y último del ser y el devenir del hombre.

"El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará” (Mc 8,34-35). Palabras que parecen invitar a situarnos ante el dolor. No pide el Señor que busquemos el dolor, ni se hace una exaltación del masoquismo; el dolor al que remite la cruz es la fruto del pecado del hombre que se vuelve contra Dios y busca su crucifixión. “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho”(Mc 8,31). Ese “tener que” no es un imperativo sino una consecuencia de la incomprendida misión del Hijo. Quede claro: Jesús no está invitando a buscar el dolor, sino a encarar y soportar el sufrimiento con criterios de paciencia y amor, ya se trate del dolor producto de la injusticia del hombre o el menos incomprensible derivado de los avatares de la naturaleza.

El cristiano no quiere el dolor.
 
Ha quedado dicho, el cristiano ni quiere ni busca el dolor; sería absurdo. Cristo mismo no lo quiso (prueba de ello es que luchó contra él) ni lo buscó (como nos hace ver él mismo en la oración de Getsemaní: “Padre, si puede ser, que pase de mí este cáliz”. Mt 26,39). Hay sufrimientos ante los cuales podemos y debemos actuar para su erradicación. Pero sabemos que gran parte del dolor humano no tiene solución, está ahí y seguirá estando; hay dolores ante los cuales sólo nos queda el silencio y la esperanza, silencio ante el misterio y esperanza de que la ayuda sobrenatural cure o al menos de un sentido nuevo a la experiencia del hombre sufriente. La esperanza está en el modo en que Jesús cargó su cruz y en las promesas que hace a los que le siguen.
 
La respuesta de Dios al dolor y la muerte no es una teoría más o menos acertada, sino una vida entregada. A través del dolor fuimos redimidos, el “siervo” cargó con la cruz y nos redimió a todos (cf Is 50,5-10). Basta una sola cruz para todos, porque sólo esa cruz nos redime: la cruz de Jesús. Sólo asociados a ella es fructífero nuestro dolor. Como decía G. Bernanos: “Nos queda Señor, el sufrimiento, que es nuestra parte contigo”. Cuando el dolor se mira desde abajo, desde la debilidad humana, parece aplastarnos, pero una mirada sobrenatural desde la fe en el poder y la victoria de Jesús ilumina la oscuridad. Es verdad que la visión sobrenatural del dolor (mirarlo desde Cristo crucificado) no elimina las punzadas el dolor, pero lo que para un no-creyente es un problema irresoluble, para un cristiano es un misterio abierto a un sentido nuevo. Con Jesús el hombre puede sobreponerse al dolor, porque vivido en sintonía con el Salvador no apunta a la desesperación sino a la esperanza, sino ¿habría llamado Jesús “dichosos” a “los que sufren”? (Mt 5,1.11). ¿No es una contradicción hablar de dicha y sufrimiento como compatibles?

¿Cómo es posible este misterio del gozo en el sufrimiento? San Pablo nos da una pista: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia. (Col 1,24). Para el apóstol la clave está en contemplar y asumir el dolor como respuesta a la llamada de Dios. Y así como por la pasión (padecimiento, dolor) de Jesús fuimos salvados, así también el sufrimiento del misionero, del creyente, del hombre de fe, es un sufrimiento redentor. Y la redención, que tuvo su ya en la cruz, sigue su curso en la Iglesia, Cuerpo de Cristo crucificado que completa en su dolor lo que falta a la pasión.

La tentación de la huida

Cuando Jesús se retira al desierto tras su bautismo, el demonio le tienta poniendo ante Él una vida sin dolor ni sufrimiento; una vida en la que desaparecerían la fatiga propia del trabajo para conseguir el pan (“Haz que estas piedras se conviertan en pan”), el sufrimiento del olvido y la marginación (“Tírate desde aquí –el pináculo del templo-y te recogerán los ángeles” y todo el mundo te admirará), y el sufrimiento del “siervo” (“Póstrate ante mí y te daré todos los reinos de la tierra”, es decir, serás rey, vivirás como tal, rodeado de riquezas y de halagos). Sin embargo Jesús no renuncia a la cruz: “No sólo de pan vive el hombre”,“Al Señor tu Dios adorarás” (Mt 4,1-11). Y san Lucas termina anotando que “el demonio se retiró de su lado hasta el momento oportuno” (Lc 4,13). Y el momento oportuno es el momento de la cruz, el momento en el que el dolor se presenta como única opción de futuro, el momento de la prueba decisiva.

A un examen sobre esa prueba sometió Jesús a sus discípulos: “El hijo del hombre tiene que padecer mucho…” (Mc 8,31), y si el maestro ha de sufrir, no menos lo hará el discípulo. ¿Qué os parece? Ante la llamada a aceptar la realidad de la cruz, Pedro –esta vez Satanás habla por su boca- “se lo llevó aparte y se puso a increparlo” (Mc 8,33). Cuando llega el momento de afrontar el dolor la primera tentación es la de la no aceptación y la huida. Como aquellos que le dejaron cuando les dió a entender que iba a ser entregado a la muerte (cf Jn 6,60-66). Pero no todos abandonan, también tenemos ejemplos de generosidad, como María y las otras mujeres que resistieron firmes de pie junto a la cruz. Stabat mater dolorosa.

Jesús es la Verdad, ni engaña ni quiere engañar. Si los mercaderes del mundo, los vendedores de placer, ofrecen con mentiras mil y un gozos a cambio de nada, Jesús no oculta la cruda realidad  a los suyos: “El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mc 8,34). Queda claro que no ha venido a quitar la cruz sino a transformar su valor: ganar la vida será perderla, vivir será morir, al gozo se llegará por el sufrimiento, a la luz por la oscuridad. Misterio Pascual.
La cruz de las obras. 

Decir que el cristiano ha de tomar su cruz es una invitación a vivir una vida cristiana. El apóstol Santiago nos quiere recordar que esa vida cristiana no es un idealismo, sino que ha de tomar tierra, o lo que es lo mismo: ha de encarar la cruz. La fe se encarna en obras. Los primeros cristianos discutían si lo primero y principal era la fe o si lo eran las obras. Santiago en su carta parece sugerir que la principal son las obras (Sant 2,14-18), mientras san Pablo parece decantarse por la importancia de la fe (cf Rm 3 y 4). Santiago parece zanjar la polémica: “La fe, si no tiene obras, está muerta”. Pero no por eso la fe carece de importancia. Sería un error descomunal pensar que lo que san Pablo propone al hablar de la primacía de la fe sea un repudio de las buenas obras. Nada más lejos de eso. No hay una fe auténtica compatible con una vida disoluta. Al ser tan insistente en la importancia de la fe lo que san Pablo quiere poner en claro es que la salvación no viene por el cumplimiento de las leyes (tal como proponían los fariseos), sino sólo por la fe en Jesucristo. ¿Acaso no fue la fe en Jesucristo la que dio origen a la gran obra de la Iglesia? ¿No es Cáritas el fruto lógico  de la fe de la Iglesia? También san Pablo reconoce la primacía del amor cuando habla de las virtudes: "la fe, la esperanza y el amor; de estas tres la más grande es el amor" (1 Cor 13,13).

Amar. “Tomar la cruz de cada día” es situarte ante el dolor con una actitud y unas acciones que pongan en en evidencia la sinceridad de tu fe; porque "dime lo que haces, muéstrame tus obras, y te diré en qué crees. Eres cristiano, discípulo de Cristo, si has tomado sobre ti la misma tarea del Maestro: amar sin medida con un amor de entrega total e incondicional. Amor en la dimensión de la Cruz. Se trata de dar-se, de morir, de ser clavado en la Cruz con Cristo vivendo su misma vida, con la esperanza puesta en su promesa: “el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará” (Mc 8,35).

No ames el dolor. Asúmelo como parte de tu condición de discípulo. Jesús no te ahorra la cruz, sería mimarte y manipularte; Él te enseña cómo llevarla: con la mirada alta, con la fe puesta en la cima del Calvario, donde está clavada la salvación del mundo. Misterio de fe es la Pascua de la cruz y la resurrección. Misterio es la Eucaristía donde Cristo se entrega por nosotros; misterio su“cuerpo entregado” y su “sangre derramada” para el perdón. Cruz redentora de Cristo.

¿Qué sentido tiene el dolor? Ningún sentido humanamente hablando. Sólo si lo vivimos asociados al misterio de la Cruz de Cristo puede abrirse a una esperanza, a un futuro: “Si con él morimos, resucitaremos con él” (Rm 6,8-9).
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Casto Acedo Gómez. Septiembre 2012. Paduamerida@gmail.com. 27934.

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