miércoles, 24 de abril de 2019

Heridas que reconcilian

2º Domingo de Pascua, ciclo C
Hch 5,12-16  -  Ap 1,9-19  -  Jn 20,19-31

   Tomás que se aleja de la comunidad… y que tiene sus dudas
cree que Jesús vive y por eso exclama: ¡Señor mío y Dios mío!
Reflexionemos en esta experiencia, sin hacer una lectura literal.
   Señor, danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana.
Inspíranos el gesto y la palabra oportuna ante el hermano
solo y desamparado. Ayúdanos a mostrarnos disponibles
ante quien se siente explotado y deprimido (Plegaria eucarística V/b).
  
Los discípulos se llenan de alegría al ver al Señor
   La tarde de aquel primer día de la semana (Domingo-día del Señor),
los discípulos de Jesús están con las puertas cerradas por miedo.
¿Será porque uno le traicionó, otro le negó, y todos le abandonaron?
   Hoy también, muchos vivimos con las puertas cerradas,
instalados en la comodidad, indiferentes al sufrimiento del pobre.
Necesitamos ser una comunidad accidentada, herida, manchada
por salir y acoger a los hermanos de Jesús, como insiste el Papa:
Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser
instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres,
de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad;
esto supone que seamos dóciles y atentos
para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo (EG, 2013, n.187).
   Aquella tarde, Jesús se pone en medio de sus discípulos y les dice:
La paz esté con ustedes. Esta paz aleja el miedo  (Jn 14,27).
Luego, les muestra los signos de su amor: las manos y el costado.
Como el Buen Pastor que se entrega: -anunciemos el Reino de Dios,
-demos vida a las personas excluidas, -denunciemos a los culpables.
   Después, sopla sobre ellos diciendo: Reciban el Espíritu Santo.
A quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados,
a quienes se los retengan les quedan retenidos.
Con la fuerza del Espíritu y siguiendo el ejemplo de Jesús, digamos:
Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos.

Ocho días después los discípulos se reúnen de nuevo
   Las personas que han sufrido terror, amenazas, torturas, prisión…
al ser abandonadas a su propia suerte, viven encerradas en sí mismas
y, lo que es peor, muchas veces terminan dementes o se quitan la vida.
Muy diferente cuando alguien las acoge y acompaña, para que:
se reconcilien consigo mismas… y reconcilien a otras personas…
   Cuando Jesús invita a Tomás a tocar sus manos y su costado,
nuevamente, nos encontramos ante un proceso de reconciliación.
   Las heridas de Jesús no han desaparecido. En este sentido,
nada diferencia a Jesús de los torturados-crucificados que sobrellevan,
durante el resto de sus vidas, el peso de las heridas que han padecido.
Pero cuando Jesús enseña sus heridas a Tomás, es porque esas heridas
ya no son fuente de dolor, tampoco de recuerdos desgarradores;
ahora son heridas que reconcilian, heridas que dan vida y esperanza.
También las heridas de personas torturadas son parte de su historia,
pero al asumirlas de  manera diferente son heridas que reconcilian.
   Para una verdadera reconciliación que libere incluso a los opresores,
los mejores agentes son las personas que han sido reconciliadas.
Este camino es diferente a la “reconciliación” impuesta desde arriba,
por personas y autoridades corruptas que buscan impunidad y olvido.
   Tomás al decir: ¡Señor mío y Dios mío!, experimenta paz y alegría,
para anunciar con palabras y obras esta Buena Noticia: Jesús vive.

Felices los que creen sin haber visto
  La experiencia de Tomás en aquella primera comunidad creyente,
es la misma que podemos tener, actualmente, cualquier cristiano:
Tomás tú crees porque has visto. Felices los que creen sin haber visto.
   Sigamos meditando en las siete bienaventuranzas del Apocalipsis:
*Felices los que leen y escuchan este mensaje profético… (1,3).
*Felices, desde ahora, los que mueren fieles al Señor… (14,13).
*Felices los que están vigilantes con el vestido puesto… (16,15).
*Felices los invitados al banquete de bodas del Cordero… (19,9).
*Felices los que participan en la primera resurrección… (20,6).
*Felices los que practican estas palabras proféticas… (22,7).
*Felices los que lavan sus ropas para participar de la Vida… (22,14).
Ellos lavan sus ropas en la sangre del Cordero (7,14).
   Después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les dice:
Ustedes serán felices si cumplen estas cosas (Jn 13,12ss).
J. Castillo A.

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