martes, 16 de abril de 2019

Fraternidad es más que solidaridad.

El vocablo  “solidaridad” ha adquirido carta de  ciudadanía y actualidad en nuestro tiempo. No hay foro público donde no se canten loas a la actitud solidaria. En tiempos de valores blandos parece que ser solidario es haber alcanzado la meta de las posibilidades éticas del ser humano.
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Sin embargo, el término "solidaridad" me parece concepto pobre y que no podemos considerar como sinónimo de lo que en nuestro lenguaje cristiano entendemos por "fraternidad". Solidarizarse con alguien parece indicar algo muy bueno, tanto como lo es el hecho de tener una buena y efectiva disposición para ayudar a los demás; ahora bien, la solidaridad  parece apelar más a la lógica de la mente (razón, inteligencia) que al impulso del corazón (emoción, afectividad). Ser solidario puede suponer simplemente un estar contigo, pero sin darme del todo; compartir mi tiempo, mi saber, mi dinero, pero no mi persona.  Para esto último parece más completo y profundo hablar de un concepto que, aunque hay quien lo considera similar, es algo más: "fraternidad".

Ser  fraterno es algo más que optar por una causa. Puedo o no puedo solidarizarme con tal o cual persona o grupo sufriente, con este o aquel colectivo marginado; pero si soy hermano la cuestión no es si puedo o no puedo ser solidario, la cuestión es que no existe tal cuestión, porque si entiendo al otro como parte de mí, su gozo es mi gozo y su dolor mi dolor.

En la fraternidad entra en juego lo más sagrado de la persona: mi mismo ser interior, mi sangre,  que hace míos los gozos y los dolores de mis hermanos. Así, cuando mi hermano está en apuros, no tengo que decidir si ponerme de su parte o no, porque la decisión ya está tomada; mi hermano es parte de mí,  y darle la espalda sería un atentado contra mi propia dignidad pesonal. Ser hermano es, pues, mucho más que ser solidario. Puedo dejar de ser solidario apoyado en tal o cual excusa más o menos convincente, y puedo hacerlo sin que se produzca en mí una ruptura personal; pero no puedo dejar de ser hermano de mi hermano sin que mi naturaleza me lo reproche y mis entrañas se resientan. 
 
En la misma linea, y muy acertadamente, en una charla de hace unos años, el cardenal Bergoglio, ahora Papa Francisco,  decía con rotundidad que Cáritas no es una ONG, no es una sociedad paralela a la Iglesia que practica puntualmente la solidaridad para con los pobres; Cáritas es la Iglesia viviendo la fraternidad , "poniendo la propia carne en el asador, haciéndote pobre con los pobres, cambiando radicalmente de estilo de vida" (lo puedes ver y escuchar en http://www.youtube.com/watch?v=OcZpKXA9KYk).

De nuestro Señor Jesucristo no se dice que fuera solidario con los pobres, tampoco se habla en los evangelios de que optara por ellos, sino que “siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8,9). Cuando se dice que cargó con nuestros pecados no se está diciendo que hizo una relación de pecados de la humanidad y la presentó al Padre junto con un manifiesto solidario a nuestro favor. ¡No! Cristo se encarnó como hermano, y como tal sufrió con y por nosotros. "Al que no tuvo pecado Dios le hizo pecado para reconciliarnos con Él” (2 Cor 5,21).

Cristo no es la mano solidaria del Padre-patrón que, desde el cielo, soluciona nuestras vidas haciendo gestiones administrativas, sino el hermano que codo con codo, se hace familia de la humanidad y convive sufriendo y gozando con ella. Nos enseñó así que Dios no quiere palabras bonitas y celebraciones simbólicas de solidaridad, sino que vivamos en comunión, que construyamos el Reino de la fraternidad encarnados en la comunidad humana.

El Jueves Santo es el día del amor fraterno, día de la “fraternidad”, de la entrega total al prójimo. Evitemos, pues, el deslizamiento profano hacia una solidariad puntual y de salón. La Iglesia no somos una asociación para la defensa de la cultura cristiana, ni para la promoción de los valores humanos, aunque éstos sean de inspiración evangélica; somos ante todo una fraternidad que vive del y para el amor de Dios. Por ello, más que discursos solidarios que vacíen nuestros bolsillos a favor de los pobres, necesitamos sentimientos de fraternidad que vacíen todo nuestro ser en disponibilidad al prójimo según el modelo de Jesús de Nazaret, que “se despojó de su rango pasando por uno de tantos” (Flp 2,7). Jesús no sólo dió pan, se dio él mismo como pan. Sin los mismos sentimientos de Cristo Jesús, sin sentir al hermano como parte tuya, como tu propia carne, todo lo que hagas por él es solidaridad indolente, ideología disfrazada de cristianismo. 

 No es posible la celebración de la Cena del Señor sin sentir como propio el pálpito del corazón del hermano, sin dejar que nos inunde la sensación (el sentimiento) de que todos los que estamos reunidos en la tarde del Jueves Santo somos algo más que vecinos aficionados a las mismas prácticas piadosas. Dios nos ha dado una familia, una comunidad, unos "prójimos", para que los amemos con la misma ternura y dedicación con que la amó Jesús. Todo lo demás son asuntos secundarios. Ya lo dijo san Pablo: aunque fuera solidario repartiendo mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas en un gesto simbólico de protesta, si no tengo amor no soy nada (cf 1 Cor 13, 1-2).
 
 
Casto Acedo Gómez. Abril 2019.  paduamerida@gmail.com.
 

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