sábado, 20 de junio de 2020

No tengáis miedo (Domingo 21 de Junio)


Poderoso caballero es don dinero

Dicen que el mundo lo mueve el dinero. Sostienen muchos, siguiendo las pautas culturales del ambiente, que todas las relaciones fueron, son y serán  económicas. Un artículo  no escrito del credo marxista, y también del  capitalismo liberal, confiesa que detrás de cualquier encuentro personal o acuerdo social se esconde un interés económico más o menos consciente.  

La gente se hace preguntas: ¿Por qué se apuntan tantos a la carrera política? ¿Por qué y para qué trabaja la gente? ¿Por qué se casa la gente? ¿Por qué no se casa? ¿A qué se debe el descenso de vocaciones a la vida consagrada? ¿Qué fuerza es capaz de sacar santos en procesión a la calle en nuestro siglo y en nuestros ambientes descreídos? ¿Qué intereses priman en las celebraciones religiosas más populares: Semana Santa, romerías, fiestas patronales, etc? Y la primera y casi exclusiva respuesta que hallan los mundanos analistas de fenómenos tales se corresponde con el famoso verso de don Francisco de Quevedo: “poderoso caballero es don dinero”. 

¿Hay algo más que mueva el mundo y los corazones? Si lo hay se ve poco, porque las gafas de la economía determinan tanto la visión de las cosas que resulta difícil ver más allá del Euro.

El dinero y otros intereses crematísticos  pueden servirnos de  respuesta a la pregunta sobre las razones que mueven a actuar a las personas de nuestro entorno; incluidos los creyentes en lo que tenemos de hijos de nuestro tiempo. El problema no es el dinero en sí, sino en convertir la afirmación de que el dinero  “puede servir a la vida” en "no hay más vida que el dinero". Cuándo éste se transforma en ídolo (cf Mt 6,24; Ef 5,6), caemos en el fundamentalismo económico, religión del mundo globalizado. Es una pena que la preocupación mayoritaria de las instituciones y de quienes no se ven directamente afectados por la enfermedad del Covid-19 no sean las personas, sino la economía. ¡Cuántos inocentes hemos sacrificado estos meses  en el altar de la diosa Fortuna!

Cuando todo se mira desde el polo materialista, valores como la solidaridad, la fraternidad, la familia, la salud, e incluso el amor, quedan desvirtuados y cosificados. La pregunta es: ¿Habrá en el mundo alguien que ponga el valor de una vida por encima de todas las riquezas? ¿De veras no hay nadie que actúe por pura generosidad? ¿Nadie practica algo  tan sagrado como es el amor gratuito? No perdamos la esperanza. Yo creo que sí. Porque si bien el amor con matiz interesado (eros) parece común a los hombres, no es del todo imposible  hallar personas que, traspasando los límites de su ego narcisista, amen a cambio de nada (ágape),  un amor que traspasa las fronteras de la mera carnalidad y se apoya en valores espirituales.

La cultura occidental  se ha ido distanciando de los valores espirituales que anidan en el centro de la persona, y se ha lanzado hacia el exterior potenciando el culto al dinero; eso sí, suavizando la devoción al becerro de oro con el cinismo de una estética teórica y mediática almibarada que canta y escenifica alabanzas a una solidaridad, fraternidad e igualdad que se adora más como utopía que como realidad. Se pretende un mundo con esas cualidades tan loables, pero por decreto ley y sin que suponga cambios en el estatus personal de los pretendientes.

Para que se produzca una auténtica revolución espiritual, humana y democrática, habría de darse un previo cambio de paradigma: situar como centro y eje de la sociedad los valores espirituales quitando el protagonismo a los materiales. Y como la sociedad en abstracto no existe, ese cambio de paradigma requiere de una conversión en las personas concretas. Mientras no se dé un giro hacia los valores interiores, un descubrimiento de la espiritualidad,  los vanidosos discursos  de políticos y curas, por muy hermosos y deseables que sean, solo serán cantos de sirena en el viaje hacia la Itaca del Reino. 

Sin lo espiritual, la realidad material es un cadáver; y sin lo material, la espiritualidad sólo es un espejismo. Ambas realidades se necesitan mutuamente; ahora bien, el crecimiento humano sólo se da cuando una sana espiritualidad informa y conforma las relaciones sociales y económicas. Hablamos de una espiritualidad comprometida, no de un espiritualismo evasivo. 


No tengáis miedo

 El Evangelio de hoy nos invita a evitar prejuicios y perder el miedo a la espiritualidad poniéndola  como clave duradera y necesaria para el concierto de la existencia; "¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? (Mc 8,36). Esta enseñanza evangélica choca de frente tanto con el sistema liberal-capitalista como con el materialista-comunista. Porque ambos sistemas ponen el interés material (unos de manera más individualista y otros de modo más colectivista) como lo único verdadero.  

Los primeros cristianos debieron sorprender a sus coetáneos por su mentalidad antisistema que consideraba la vida terrena como tránsito para una vida eterna, lo cual relativizaba las cosas del mundo. “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (Mt 10,28). Esta frase es toda una invitación a la libertad. Este “no tengáis miedo” nos recuerda a las apariciones del resucitado, cuando el miedo paralizó y confinó en un encierro voluntario a los, en otro tiempo, osados discípulos y discípulas de Jesús. 

"No hay miedo en el amor, el amor perfecto expulsa el miedo" (1 Jn 4,18). Cuando todos pensamos que lo contrario al amor es el odio, resulta que lo es el miedo. Suelo quejarme en mi fuero interno de que el mundo, o yo mismo, no amamos lo suficiente. Pero lo que realmente ocurre es que tengo o tenemos miedo a amar; me da miedo dejar la vida de comodidad que llevo (¡sería la muerte de lo que soy, porque mi vida se asienta en esa comodidad!); me da miedo cambiar mis opciones políticas, porque, aunque creo que no son las mejores para todos, el cambio puede tener consecuencias menos buenas para mi; tengo miedo a vivir como creo que debo poniendo en práctica mis propias convicciones, porque sospecho que, además de la ruina de mi imagen personal y de mi economía, se puedan volver contra  mi el cuchicheo de la gente, y las críticas mordaces de quienes esperan  mí  traspiés ansiosos por empujarme al abismo.

No tengáis miedo, … No tengáis miedo, … No tengáis miedo” (Mt 10, 26.28.31). Por tres veces se repite la llamada en el texto evangélico de hoy. Apartar el miedo del corazón se convierte en la primera tarea de quien aspira a ser espiritual. Es la primera tarea, ya que  por regla general las ataduras más fuertes que nos impiden volar suelen ser apegos materiales. Estamos demasiado atados al cuerpo, al vestido, a la vivienda, el salario, el seguro del coche, de la casa y de la vida; vivimos las realidades exteriores como si fuéramos eternos. Nos da miedo "soltar", liberarnos de los pesos que nos impiden volar.

Y por otro lado, el temor nos lleva a no invertir tiempo, energía y espacio a las cosas del espíritu, que es lo inmortal. “No tengáis miedo … a los que no pueden matar el alma” (Mt 10,28). Una invitación a perder el miedo a edificar la vida sobre las realidades espirituales, es decir, amar la interioridad como la parte más valiosa, por imperecedera, del propio ser.

El Evangelio de hoy me dice: no tengas miedo a la verdad; ya sabes que tarde o temprano aparece, porque “nada hay encubierto que no llegue a saberse” (Mt 10,26). Vive con transparencia: ¡qué tranquila es la vida cuando no se tiene nada que ocultar, cuando no hay nada de qué avergonzarse!. No vayas contando tu vida a cualquiera, pero tampoco ocultes lo que eres; no tengas miedo siquiera a que tus deficiencias sean conocidas; cuando las aceptas creces en humildad, y ganas el respeto de los hermanos.


Y lo que Jesús te dice no lo escondas.  “Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea” (Mt 10,27). Sé que a menudo vivir como Jesús nos dice es complicado. Puede ser que el hecho de predicar el misterio de Dios (el modo de ser y vivir de Jesucristo) desde los balcones te acarree la persecución y la muerte social, como ya  le ocurrió a tantísimos mártires, que no sólo sufrieron marginación personal por su fe sino que llegaron incluso a perder la vida por causa de ella. No obstante, en esta batalla, ten siempre presente que Dios no deja solo a quien se deciden a amar la verdad y la vida. “¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y sin embargo, ninguno de ellos cae al suelo sin que lo disponga mi Padre. Pues vosotros, hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados” (Mt 10,29-3).
Despojarnos de los miedos

Perder el miedo es el primer paso para crecer en el espíritu, la primera condición para “amar”. Por eso conviene que te preguntes: ¿A qué tengo miedo? ¿Qué me impide amar como quisiera? ¿Qué me quita la libertad para poseerme y poder darme del todo a Dios y a los demás? Son preguntas que no se responden con la palabra sino con la vida concreta. ¿Has probado alguna vez a hacerlo?


Son muchos los que, con motivo de la pandemia del Covid-19 viven  instalados en el miedo. Hay quien se ha encerrado a cal y canto para escapar a la pandemia, y se han acostumbrado a vivir aislados; ahora les da pereza salir de la burbuja en la que han vivido estos dias. A otros les paraliza y les sume en la tristeza la imprevisión del futuro, la pérdida de trabajo, el horizonte gris que vislumbra para él y los suyos. A todos ellos les viene bien la llamada de Jesús: “No tengáis miedo”.  Vivid dentro,  cultivando la interioridad, pero no temáis salir. 

El paso de la pandemia nos puede ayudar a despojarnos de cosas que a la larga van generando miedos en nosotros, “esas certezas falsas y superfluas en torno a las cuales hemos construido nuestros horarios diarios", dice el Papa Francisco. Hemos visto cómo han caído a puestos muy bajos en la escala de valores cosas que hasta entonces considerábamos de suma importancia. Muchos agarres pierden valor  cuando viene la tempestad y todo parece derrumbarse. El Papa, en la impresionante oración que se emitió desde la vacía plaza de san Pedro, recordaba como los discípulos que,  con la barca en peligro de irse a pique, gritaban a Jesús: "¡No te importa que nos hundamos! Jesús les reprende: ¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe" (Lc 8,16). 

Salir a flote es cuestión de fe. No tengas miedo a nada en la vida. Puedes sufrir desgracias, persecuciones, críticas descarnadas, rechazo y olvido de quienes creías amigos tuyos, … Entonces pregúntate: ¿dónde estoy yo? ¿dónde está mi alma? ¿cómo anda de verdad, de bondad y de coherencia? Lo importante es que tu alma no se acobarde y se eche atrás en el seguimiento del Evangelio. Lo que importa es la fe. Cuando tú eres fiel no te quepa la menor duda de que Dios, que no deja caer al suelo al gorrión sin que Él lo disponga, también te sostendrá a ti en momentos de persecución y amenazas.

Canta al Señor, alaba al Señor, que libera la vida del pobre de las manos de la gente perversa, de las ideas, sentimientos y deseos que se apoderan de tu corazón y conceden más valor a lo perecedero que a lo eterno. No tengas miedo, porque Dios va contigo.


Casto acedo. Junio 2020

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