Poderoso caballero es don dinero
Dicen que el mundo lo mueve el dinero. Sostienen muchos, siguiendo las pautas culturales del ambiente, que todas las relaciones fueron, son y serán económicas. Un artículo no escrito del credo marxista, y también del capitalismo liberal, confiesa que detrás de cualquier encuentro personal o acuerdo social se esconde un interés económico más o menos consciente.
La gente se hace preguntas: ¿Por qué se apuntan tantos a la carrera política? ¿Por qué y para qué trabaja la gente? ¿Por qué se casa la gente? ¿Por qué no se casa? ¿A qué se debe el descenso de vocaciones a la vida consagrada? ¿Qué fuerza es capaz de sacar santos en procesión a la calle en nuestro siglo y en nuestros ambientes descreídos? ¿Qué intereses priman en las celebraciones religiosas más populares: Semana Santa, romerías, fiestas patronales, etc? Y la primera y casi exclusiva respuesta que hallan los mundanos analistas de fenómenos tales se corresponde con el famoso verso de don Francisco de Quevedo: “poderoso caballero es don dinero”.
¿Hay algo más que mueva el mundo y los corazones? Si lo hay se ve poco, porque las gafas de la economía determinan tanto la visión de las cosas que resulta difícil ver más allá del Euro.
El dinero y otros intereses crematísticos pueden servirnos de respuesta a la pregunta sobre las razones que mueven a actuar a las personas de nuestro entorno; incluidos los creyentes en lo que tenemos de hijos de nuestro tiempo. El problema no es el dinero en sí, sino en convertir la afirmación de que el dinero “puede servir a la vida” en "no hay más vida que el dinero". Cuándo éste se transforma en ídolo (cf Mt 6,24; Ef 5,6), caemos en el fundamentalismo económico, religión del mundo globalizado. Es una pena que la preocupación mayoritaria de las instituciones y de quienes no se ven directamente afectados por la enfermedad del Covid-19 no sean las personas, sino la economía. ¡Cuántos inocentes hemos sacrificado estos meses en el altar de la diosa Fortuna!
Cuando todo se mira desde el polo materialista, valores como la solidaridad, la fraternidad, la familia, la salud, e incluso el amor, quedan desvirtuados y cosificados. La pregunta es: ¿Habrá en el mundo alguien que ponga el valor de una vida por encima de todas las riquezas? ¿De veras no hay nadie que actúe por pura generosidad? ¿Nadie practica algo tan sagrado como es el amor gratuito? No perdamos la esperanza. Yo creo que sí. Porque si bien el amor con matiz interesado (eros) parece común a los hombres, no es del todo imposible hallar personas que, traspasando los límites de su ego narcisista, amen a cambio de nada (ágape), un amor que traspasa las fronteras de la mera carnalidad y se apoya en valores espirituales.
Cuando todo se mira desde el polo materialista, valores como la solidaridad, la fraternidad, la familia, la salud, e incluso el amor, quedan desvirtuados y cosificados. La pregunta es: ¿Habrá en el mundo alguien que ponga el valor de una vida por encima de todas las riquezas? ¿De veras no hay nadie que actúe por pura generosidad? ¿Nadie practica algo tan sagrado como es el amor gratuito? No perdamos la esperanza. Yo creo que sí. Porque si bien el amor con matiz interesado (eros) parece común a los hombres, no es del todo imposible hallar personas que, traspasando los límites de su ego narcisista, amen a cambio de nada (ágape), un amor que traspasa las fronteras de la mera carnalidad y se apoya en valores espirituales.
La cultura occidental se ha ido distanciando de
los valores espirituales que anidan en el centro de la
persona, y se ha lanzado hacia el exterior potenciando el culto al dinero; eso sí, suavizando la devoción al becerro de oro con el cinismo de una estética teórica y mediática almibarada que canta y escenifica alabanzas a una solidaridad, fraternidad e igualdad que se adora más como utopía que como realidad. Se pretende un
mundo con esas cualidades tan loables, pero por decreto ley y sin que suponga cambios
en el estatus personal de los pretendientes.
Para que se produzca una auténtica revolución espiritual, humana y democrática, habría de darse un previo cambio de paradigma: situar como centro y eje de la sociedad los valores espirituales quitando el protagonismo a los materiales. Y como la sociedad en abstracto no existe, ese cambio de paradigma requiere de una conversión en las personas concretas. Mientras no se dé un giro hacia los valores interiores, un descubrimiento de la espiritualidad, los vanidosos discursos de políticos y curas, por muy hermosos y deseables que sean, solo serán cantos de sirena en el viaje hacia la Itaca del Reino.
Sin lo espiritual, la realidad material es un cadáver; y sin lo material, la espiritualidad sólo es un espejismo. Ambas realidades se necesitan mutuamente; ahora bien, el crecimiento humano sólo se da cuando una sana espiritualidad informa y conforma las relaciones sociales y económicas. Hablamos de una espiritualidad comprometida, no de un espiritualismo evasivo.
Para que se produzca una auténtica revolución espiritual, humana y democrática, habría de darse un previo cambio de paradigma: situar como centro y eje de la sociedad los valores espirituales quitando el protagonismo a los materiales. Y como la sociedad en abstracto no existe, ese cambio de paradigma requiere de una conversión en las personas concretas. Mientras no se dé un giro hacia los valores interiores, un descubrimiento de la espiritualidad, los vanidosos discursos de políticos y curas, por muy hermosos y deseables que sean, solo serán cantos de sirena en el viaje hacia la Itaca del Reino.
Sin lo espiritual, la realidad material es un cadáver; y sin lo material, la espiritualidad sólo es un espejismo. Ambas realidades se necesitan mutuamente; ahora bien, el crecimiento humano sólo se da cuando una sana espiritualidad informa y conforma las relaciones sociales y económicas. Hablamos de una espiritualidad comprometida, no de un espiritualismo evasivo.
No tengáis miedo
El Evangelio de hoy nos invita a evitar prejuicios y perder el miedo a la espiritualidad poniéndola como clave duradera y necesaria para el concierto de la existencia; "¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? (Mc 8,36). Esta enseñanza evangélica choca de frente
tanto con el sistema liberal-capitalista como con el materialista-comunista.
Porque ambos sistemas ponen el interés material (unos de manera más
individualista y otros de modo más colectivista) como lo único verdadero.
Los primeros cristianos debieron sorprender a sus coetáneos por su
mentalidad antisistema que consideraba la vida terrena como tránsito para una vida eterna, lo cual relativizaba las cosas del mundo. “No tengáis miedo a
los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (Mt 10,28). Esta frase es toda una invitación a la
libertad. Este “no tengáis miedo” nos recuerda a las apariciones del
resucitado, cuando el miedo paralizó y confinó en un encierro voluntario a los,
en otro tiempo, osados discípulos y discípulas de Jesús.
"No hay miedo en el amor, el amor perfecto expulsa el miedo" (1 Jn 4,18). Cuando todos pensamos que lo contrario al amor es el odio, resulta que lo es el miedo. Suelo quejarme en mi fuero
interno de que el mundo, o yo mismo, no amamos lo suficiente. Pero lo que
realmente ocurre es que tengo o tenemos miedo a amar; me da miedo dejar la vida de
comodidad que llevo (¡sería la muerte de lo que soy, porque mi vida se asienta
en esa comodidad!); me da miedo cambiar mis opciones políticas, porque, aunque
creo que no son las mejores para todos, el cambio puede tener consecuencias menos
buenas para mi; tengo miedo a vivir como creo que debo poniendo en práctica
mis propias convicciones, porque sospecho que, además de la ruina de mi imagen personal y de mi economía, se
puedan volver contra mi el cuchicheo de la
gente, y las críticas mordaces de quienes esperan mí traspiés ansiosos por empujarme
al abismo.
“No tengáis miedo, … No tengáis miedo, … No tengáis miedo” (Mt 10, 26.28.31). Por
tres veces se repite la llamada en el texto evangélico de hoy. Apartar el miedo del corazón se convierte en la
primera tarea de quien aspira a ser espiritual. Es la primera tarea, ya que por regla general las ataduras más fuertes que
nos impiden volar suelen ser apegos materiales. Estamos demasiado atados al
cuerpo, al vestido, a la vivienda, el salario, el seguro del coche, de la casa
y de la vida; vivimos las realidades exteriores como si fuéramos eternos. Nos da miedo "soltar", liberarnos de los pesos que nos impiden volar.
Y por otro lado, el temor nos lleva a no invertir tiempo, energía y espacio a las cosas del espíritu, que es lo inmortal. “No tengáis miedo … a los que no pueden matar el alma” (Mt 10,28). Una invitación a perder el miedo a edificar la vida sobre las realidades espirituales, es decir, amar la interioridad como la parte más valiosa, por imperecedera, del propio ser.
Y por otro lado, el temor nos lleva a no invertir tiempo, energía y espacio a las cosas del espíritu, que es lo inmortal. “No tengáis miedo … a los que no pueden matar el alma” (Mt 10,28). Una invitación a perder el miedo a edificar la vida sobre las realidades espirituales, es decir, amar la interioridad como la parte más valiosa, por imperecedera, del propio ser.
Y lo que Jesús te dice no lo escondas. “Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea” (Mt 10,27). Sé que a menudo vivir como Jesús nos dice es complicado. Puede ser que el hecho de predicar el misterio de Dios (el modo de ser y vivir de Jesucristo) desde los balcones te acarree la persecución y la muerte social, como ya le ocurrió a tantísimos mártires, que no sólo sufrieron marginación personal por su fe sino que llegaron incluso a perder la vida por causa de ella. No obstante, en esta batalla, ten siempre presente que Dios no deja solo a quien se deciden a amar la verdad y la vida. “¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y sin embargo, ninguno de ellos cae al suelo sin que lo disponga mi Padre. Pues vosotros, hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados” (Mt 10,29-3).
Despojarnos de los miedos
Perder el miedo es el primer paso para crecer en el espíritu, la primera condición para “amar”. Por eso conviene que te preguntes: ¿A qué tengo miedo? ¿Qué me impide amar como quisiera? ¿Qué me quita la libertad para poseerme y poder darme del todo a Dios y a los demás? Son preguntas que no se responden con la palabra sino con la vida concreta. ¿Has probado alguna vez a hacerlo?
El paso de la pandemia nos puede ayudar a despojarnos de cosas que
a la larga van generando miedos en nosotros, “esas certezas falsas y superfluas
en torno a las cuales hemos construido nuestros horarios diarios", dice el Papa Francisco. Hemos visto cómo han caído a puestos muy bajos en la escala de valores cosas que hasta entonces considerábamos de suma importancia.
Muchos agarres pierden valor cuando viene la tempestad y todo parece
derrumbarse. El Papa, en la impresionante oración que se emitió desde la vacía plaza de san Pedro,
recordaba como los discípulos que, con la barca en peligro de irse
a pique, gritaban a Jesús: "¡No te importa que nos hundamos! Jesús les reprende: ¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe" (Lc 8,16).
Salir a flote es cuestión de fe. No tengas miedo a nada en la vida. Puedes sufrir desgracias,
persecuciones, críticas descarnadas, rechazo y olvido de quienes creías amigos
tuyos, … Entonces pregúntate: ¿dónde estoy yo? ¿dónde está mi alma? ¿cómo anda
de verdad, de bondad y de coherencia? Lo importante es que tu alma no se
acobarde y se eche atrás en el seguimiento del Evangelio. Lo que importa es la fe. Cuando tú eres fiel
no te quepa la menor duda de que Dios, que no deja caer al suelo al gorrión sin
que Él lo disponga, también te sostendrá a ti en momentos
de persecución y amenazas.
Canta al Señor, alaba al Señor, que libera la vida del pobre de
las manos de la gente perversa, de las ideas, sentimientos y deseos que se
apoderan de tu corazón y conceden más valor a lo perecedero que a lo eterno. No
tengas miedo, porque Dios va contigo.
Casto acedo. Junio 2020
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