miércoles, 10 de junio de 2020

Alimentarnos de Jesús

Cuerpo y Sangre de Cristo, ciclo A
Dt 8,2-3. 14-16  -  1Cor 10,16-17  -  Jn 6,51-58

¿Practicamos la Palabra que oímos en la celebración Eucarística?
¿Valoramos los frutos de la tierra… y del trabajo humano?
¿Por qué hay millones de personas que no tienen el pan de cada día?
¿De qué sirve darnos la paz, si después seguimos siendo egoístas?
¿Al comulgar (común-unión) nos solidarizamos con los que sufren?

Yo soy el pan vivo bajado del cielo
   Viendo a aquella multitud de hombres y mujeres que le siguen,
lo primero que Jesús pide a sus discípulos es compartir el pan.
En esa oportunidad, un joven da cinco panes de cebada y dos peces,
su ejemplo sirve para que todos hagan lo mismo (Jn 6,1-15). Después,
Jesús dice: Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este
pan vivirá. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne.
Y nos enseña a orar diciendo: Danos hoy nuestro pan de cada día.
   Sobre la multiplicación de los panes (Mc 6,34-44) Juan Pablo II dijo:
*Veo que hay aquí un hambre de DiosEste hambre constituye
una verdadera riqueza, riqueza de los pobres que no se debe perder
*Hay aquí un hambre de panPor el bien del Perú no puede faltar,
se debe hacer todo para que no falte este pan de cada día, porque
es un derecho expresado en la oración… Sea esta mi última palabra
para la misión de la Iglesia y bien del Perú (Lima 5 febrero 1985).
   Sigamos el ejemplo de Jesús, ayudando generosamente y dando vida
a sus hermanos más necesitadas que tienen hambre y sed (Mt 25).
Si queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo
en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación
de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía.
El Cuerpo de Cristo, partido en la sagrada liturgia,
se deja encontrar por la caridad compartida en los rostros
y en las personas de los hermanos y hermanas más débiles…
No honres al Cristo eucarístico con ornamentos de seda,
si después lo abandonas desnudo (Mensaje: Iª JMP, 13 junio 2017).

Pan y vino: frutos de la tierra
   El cambio climático, el armamentismo, la contaminación química,
la destrucción de la Amazonía, la desaparición de plantas y animales,
son una amenaza para: nuestra casa común y seres humanos.
¿Ponemos en práctica la siguiente oración del ofertorio:
Bendito seas, Señor, por este pan y por este vino, frutos de la tierra?
Al respecto, examinémonos meditando en la parábola del sembrador,
quien al sembrar: -una parte cayó junto al camino…
-otra parte cayó entre las piedras donde no había mucha tierra…
-otra parte cayó entre espinos que la ahogaron…
-y el resto cayó en tierra buena y dio abundante fruto (Mc 4,1ss).
   Muchas cosas pueden y deben cambiar en nuestra sociedad,
si nos comprometemos para que el pan y el vino, frutos de la tierra,
-que en la Eucarística se convierten en el Cuerpo y Sangre de Cristo-
sean fuente de vida para la presente y las futuras generaciones.
Así lo dice Jesús: Quien come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día… Mi carne es
comida verdadera, y mi sangre es bebida verdadera. El que come
mi carne y bebe mi sangre habita en mí, y yo en él (cf. Gal 2,10).

Pan y vino: frutos del trabajo del hombre y de la mujer
   Siguiendo con la oración del ofertorio, decimos:
Bendito seas, Señor, por este pan y vino, frutos del trabajo humano.
Sobre la explotación de los pobres, meditemos en el siguiente texto:
Los sacrificios de cosas adquiridas injustamente son impuros.
A Dios no le agrada las ofrendas de los malvados.
Robar algo a los pobres y ofrecérselo a Dios
es como matar un hijo delante de su padre.
La vida del pobre depende del poco pan que tiene.
No dar al obrero su salario es quitarle la vida (Eclo 34,18ss).
   También el Papa Francisco denuncia el actual modelo de desarrollo:
Teniendo presente que el ser humano es una criatura de este mundo,
que tiene derecho a vivir, a ser feliz, a tener una dignidad especial;
debemos considerar los efectos de la actual destrucción ambiental,
y de la cultura de exclusión en la vida de las personas (LS 43).
   En la parábola de los trabajadores (Mt 20,1ss), el carpintero Jesús
defiende el derecho de los obreros a tener: un trabajo digno y recibir
un salario justo, de eso depende la vida de sus familiares. 
J. Castillo A.

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