miércoles, 24 de junio de 2020

Dar sin esperar nada a cambio

13º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
2Re 4,8-16  -  Rom 6,3-11  -  Mt 10,37-42

   Jesús al enviar a los apóstoles para que anuncien el Reino de Dios,
les pide que sean misioneros pobres, comprometidos con los pobres.
Escuchemos y practiquemos las últimas frases de este discurso.
*El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí
   Jesús jamás dice que no debemos amar a nuestros padres o hijos.
Recordemos que Él insiste en cumplir con el cuarto mandamiento
(Mc 7,9-13;  10,19); y Él mismo obedece a sus padres (Lc 2,51).
Lo que dice es: que no se puede amar a nadie, más que a Él. Para ello,
debemos superar los límites de la pequeña familia egoísta, y abrirnos
a la gran familia que Jesús anuncia: Cualquiera que hace la voluntad
de mi Padre, éste es mi hermano, mi hermana, mi madre (Mc 3,35).
*El que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí
   Los discípulos de Jesús deben tomar su cruz y seguirle, porque,
la cruz de Jesús es consecuencia del compromiso libre que asume:
anunciar la Buena Noticia que Dios es nuestro Padre… que todos
debemos vivir como sus hijos… y como hermanos entre nosotros.
San Pablo desde su experiencia dice: Estoy crucificado con Cristo.
Y ahora no vivo yo, sino que Cristo es quien vive en mí (Gal 2,19s).
Dios me libre de gloriarme, si no es de la cruz de Cristo, por el cual
el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo (Gal 6,14).
*El que sacrifica su vida por mi causa, la salvará
   En una sociedad mayoritariamente creyente: ¿Cuántos cristianos
anunciamos la Buena Noticia con el testimonio de nuestras obras?
¿Qué hacemos por las personas no solo pobres sino miserables,
que no tienen lo necesario para vivir dignamente?
¿Practicamos el mandamiento nuevo de Jesús que nos dice:
El amor más grande es dar la vida por sus amigos (Jn 13,34s)?
El apóstol Pablo, con su ejemplo, nos muestra un camino misionero:
Ahora me alegro de sufrir por ustedes, porque de esta manera
voy completando en mi propio cuerpo, lo que falta a los sufrimientos
de Cristo para bien de su cuerpo que es la Iglesia (Col 1,24).
*El que acoge a ustedes, a mí me acoge… y acoge a mi Padre
   Hay creyentes y personas de buena voluntad, quienes para acoger
a los hermanos y a las hermanas pobres de Jesús se esfuerzan
por dejar el virus de la indiferencia… y ponen su corazón
allí donde hay personas desamparadas o que sufren injustamente:
-Los minusválidos que necesitan amistad y compañía de una persona.
-Los ancianos abandonados que sueñan que alguien se ocupe de ellos.
-Escuchar a las personas deprimidas y angustiadas.
-Tener la capacidad de ver las necesidades de tanta gente y ayudarles.
-Caminar y acercarse a los que viven solos y necesitan protección.
-Abrir la mano, no para arrojar unas cuantas monedas al mendigo,
sino para compartir el pan con el hambriento, dar de beber al sediento,
acoger al forastero-emigrante, vestir al desnudo, sanar al enfermo,
abrazar al preso, oír sus problemas y, si es posible, liberarlo (Mt 25).
   Ellos, como simples servidores, hacen eso gratuitamente (Mt 10,8).
*El que dé un vaso de agua a un discípulo mío, tendrá su recompensa
   Jesús quiere que todos vivamos como hermanos: A nadie llamen
maestro… porque todos ustedes son hermanos (Mt 23,8). Para ello,
tratemos al ser humano como hace Jesús, pues todos somos iguales.
Solo entonces, un gesto tan sencillo como es dar un vaso de agua,
tendrá su recompensa. Pero, hoy, ¿qué hacemos para dar de beber,
a millones de niños, jóvenes, hombres y mujeres que carecen de agua,
en muchos países de Asia, de África y de América Latina?
   Jamás debemos olvidar que Jesús da importancia al agua:
-En unas bodas de Caná, convierte el agua en vino (Jn 2,1-11).
-Habiendo caminado, descansa al borde de un pozo. Al llegar
una samaritana para sacar agua, le dice: Dame de beber (Jn 4,3-42).
-Valora un gesto tan sencillo: dar un vaso de agua (texto de hoy).
-Deja Nazaret y va al río Jordán para ser bautizado (Mc 1,9).
-Crucificado injustamente, exclama: Tengo sed (Jn 19,28).
-Quiere que nos identifiquemos con sus hermanos sedientos (Mt 25).
   Con el cambio climático que sufrimos, el agua ya tiene más valor
que el metal precioso amontonado por las mineras transnacionales.
¿Para qué servirá haber secado la última laguna… haber cortado
el último árbol… haber matado el último animal… si todo ese oro
no sirve para comer ni para beber?, pero ya será demasiado tarde.
   Contentándonos con lo necesario, para que los pobres vivan mejor,
y cuidando la madre tierra, habrá llegado el Reino de Dios. 
J. Castillo A.

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