13º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
2Re 4,8-16 - Rom
6,3-11 -
Mt 10,37-42
Jesús al enviar a los apóstoles para que
anuncien el Reino de Dios,
les
pide que sean misioneros pobres, comprometidos con los pobres.
Escuchemos
y practiquemos las últimas frases de este discurso.
*El
que ama a su padre o a
su
madre más que a mí, no es digno de mí
Jesús
jamás dice que no debemos amar a nuestros padres o hijos.
Recordemos
que Él insiste en cumplir con el cuarto mandamiento
(Mc
7,9-13; 10,19); y Él mismo obedece a sus
padres (Lc 2,51).
Lo
que dice es: que no se puede amar a nadie, más que a Él. Para ello,
debemos
superar los límites de la pequeña familia egoísta, y abrirnos
a
la gran familia que Jesús anuncia: Cualquiera
que hace la voluntad
de mi Padre, éste es mi hermano, mi
hermana, mi madre
(Mc 3,35).
*El
que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí
Los
discípulos de Jesús deben tomar su cruz y seguirle, porque,
la
cruz de Jesús es consecuencia del compromiso libre que asume:
anunciar
la Buena Noticia que Dios es nuestro Padre… que todos
debemos
vivir como sus hijos… y como hermanos entre nosotros.
San
Pablo desde su experiencia dice: Estoy
crucificado con Cristo.
Y ahora no vivo yo, sino que Cristo es
quien vive en mí (Gal 2,19s).
Dios me libre de gloriarme, si no es de
la cruz de Cristo, por el cual
el mundo está crucificado para mí, y yo
para el mundo
(Gal 6,14).
*El
que sacrifica su vida por mi causa, la salvará
En
una sociedad mayoritariamente creyente: ¿Cuántos cristianos
anunciamos
la Buena Noticia con el testimonio de nuestras obras?
¿Qué
hacemos por las personas no solo pobres sino miserables,
que
no tienen lo necesario para vivir dignamente?
¿Practicamos
el mandamiento nuevo de Jesús que nos dice:
El amor más grande es dar la vida por
sus amigos
(Jn 13,34s)?
El
apóstol Pablo, con su ejemplo, nos muestra un camino misionero:
Ahora me alegro de sufrir por ustedes,
porque de esta manera
voy completando en mi propio cuerpo, lo
que falta a los sufrimientos
de Cristo para bien de su cuerpo que es
la Iglesia (Col
1,24).
*El
que acoge a ustedes, a mí me acoge… y acoge a mi Padre
Hay
creyentes y personas de buena voluntad, quienes para acoger
a
los hermanos y a las hermanas pobres de Jesús se esfuerzan
por
dejar el virus de la indiferencia… y ponen su corazón
allí
donde hay personas desamparadas o que sufren injustamente:
-Los
minusválidos que necesitan amistad y compañía de una persona.
-Los
ancianos abandonados que sueñan que alguien se ocupe de ellos.
-Escuchar
a las personas deprimidas y angustiadas.
-Tener
la capacidad de ver las necesidades de tanta gente y ayudarles.
-Caminar
y acercarse a los que viven solos y necesitan protección.
-Abrir
la mano, no para arrojar unas cuantas monedas al mendigo,
sino
para compartir el pan con el hambriento, dar de beber al sediento,
acoger
al forastero-emigrante, vestir al desnudo, sanar al enfermo,
abrazar
al preso, oír sus problemas y, si es posible, liberarlo (Mt 25).
Ellos, como simples servidores, hacen eso gratuitamente (Mt 10,8).
*El
que dé un
vaso de agua a un discípulo mío, tendrá su recompensa
Jesús
quiere que todos vivamos como hermanos: A
nadie llamen
maestro… porque todos ustedes son
hermanos
(Mt 23,8). Para ello,
tratemos
al ser humano como hace Jesús, pues todos somos iguales.
Solo
entonces, un gesto tan sencillo como es dar
un vaso de agua,
tendrá
su recompensa. Pero, hoy, ¿qué hacemos para dar de beber,
a
millones de niños, jóvenes, hombres y mujeres que carecen de agua,
en
muchos países de Asia, de África y de América Latina?
Jamás
debemos olvidar que Jesús da importancia al agua:
-En
unas bodas de Caná, convierte el agua en
vino (Jn 2,1-11).
-Habiendo
caminado, descansa al borde de un pozo. Al llegar
una
samaritana para sacar agua, le dice: Dame
de beber (Jn 4,3-42).
-Valora
un gesto tan sencillo: dar un vaso de
agua (texto de hoy).
-Deja
Nazaret y va al río Jordán para ser bautizado (Mc 1,9).
-Crucificado
injustamente, exclama: Tengo sed (Jn
19,28).
-Quiere
que nos identifiquemos con sus hermanos
sedientos (Mt 25).
Con
el cambio climático que sufrimos, el agua ya tiene más valor
que
el metal precioso amontonado por las mineras transnacionales.
¿Para
qué servirá haber secado la última laguna… haber cortado
el
último árbol… haber matado el último animal… si todo ese oro
no
sirve para comer ni para beber?, pero ya será demasiado tarde.
Contentándonos
con lo necesario, para que los pobres vivan mejor,
y
cuidando la madre tierra, habrá llegado el Reino de Dios.
J. Castillo A.
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