12º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Jr 20,10-13 - Rom
5,12-15 - Mt 10,26-33
Para ser misioneros que anuncien el Reino
y sanen a los enfermos,
Jesús
nos dice: Miren, yo les envío como ovejas en medio de lobos…
Ustedes
serán odiados y perseguidos por mi Nombre (Mt 10,16-22).
Luego,
nos anima y nos da esperanza al decir: No tengan miedo…
Al
que me reconozca ante la gente, yo le reconoceré ante mi Padre.
No
tengan miedo a predicar ni a morir
Anunciar el mensaje del Evangelio, no
solo con palabras,
sino
con el testimonio de nuestra vida… no es una misión fácil.
Por
ejemplo, cuando defendemos los derechos
de los más pobres.
hay
personas y autoridades que usan la
religión para defender
sus
privilegios, y son capaces de acusarnos que somos subversivos.
A
muchos nos cuesta identificarnos con la persona de Jesús,
que
fue calumniado, perseguido y crucificado como un delincuente.
Con
razón S. Pablo dice: Nosotros anunciamos a Cristo crucificado,
escándalo
para los judíos y locura para los griegos (1Cor 1,23).
Reflexionemos
en los siguientes textos de Mateo para convertirnos:
-Gente
de poca fe, ¿por qué tienen tanto miedo? (Mt 8,26).
-Ánimo,
no teman, soy yo… Tú eres el Hijo
de Dios (Mt 14,27-33).
-Levántense,
no tengan miedo… Luego, solo ven
a Jesús (Mt 17,7s).
-No
teman, ustedes buscan a Jesús
crucificado, resucitó (Mt 28,5s).
Tengamos
presente también el testimonio de los hermanos mayores:
*No temo: -la muerte, para mí la vida es Cristo y una ganancia morir,
-el destierro, pues del Señor es la
tierra… -la confiscación de bienes,
nada
trajimos y nada nos llevaremos (S. Juan
Crisóstomo, 350-407).
*Enrique Angelelli (1923), días antes de
ser asesinado (4 VIII 1976)
dijo:
Tengo
miedo… pero no se puede esconder el evangelio debajo
de
la cama.
Como tantos otros testigos de Jesús, el beato Angelelli
prefiere
la verdad del Evangelio a la seguridad de los cobardes.
*S. Oscar Romero (1917-1980) antes de
ser asesinado, dijo: Si Dios
acepta
el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad.
Dar
testimonio de Jesús delante de los demás
El Edicto de Milán (año 313), dado por el
emperador Constantino I,
pone fin a las persecuciones cristianas
de los primeros siglos.
Desde
entonces, el cristianismo pasa a ser religión oficial del Imperio.
Aparentemente
es algo bueno, sin embargo vale la pena examinar:
¿Se
trata de un momento favorable para los seguidores de Jesús?
¿Cómo
se explica que los cristianos, después de tantas persecuciones,
empiezan
-en esa época- a llevar una vida
instalada y mediocre?
¿Por
qué la Iglesia se va haciendo cada vez más rica y poderosa?
En
este contexto, el obispo francés S.
Hilario de Poitiers (315-368)
que
vivió en la época del emperador Constancio, hijo de Constantino,
por
fidelidad a Jesús, denuncia la
hipocresía de la autoridad política:
¡Oh
Dios todopoderoso, ojalá me hubieses concedido vivir
en los tiempos de Nerón o de Decio...!
Por la misericordia de Nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo,
yo no habría tenido miedo a los
tormentos…
Me
habría considerado feliz al combatir contra tus enemigos…
Ahora
tenemos que luchar contra el emperador Constancio,
un
perseguidor insidioso, enemigo engañoso, anticristo; porque:
-no nos apuñala por la espalda, pero nos
acaricia el vientre,
-no confisca nuestros bienes, pero nos
enriquece para la muerte,
-no nos encarcela, pero nos esclaviza
honrándonos en su palacio,
-no nos azota las espaldas, pero
destroza nuestra alma con su oro,
-no nos amenaza públicamente con la
hoguera,
pero nos prepara secretamente para el
fuego del infierno;
-no lucha, tiene miedo de ser vencido,
nos adula para poder reinar;
-confiesa a Cristo, para negarlo,
-trabaja por la unidad, para impedir la
paz,
-reprime las herejías, para destruir a
los cristianos,
-honra a los sacerdotes, para que no
haya Obispos,
-construye templos, para demoler la
fe, -lleva por todas partes
tu nombre a flor de labios y en sus
discursos, pero hace todo
lo que puede para que nadie crea que Tú
eres Dios
(PL 10,580-581).
En
“La pobreza de la Iglesia” (DM, n. 18), nuestros obispos dicen:
Queremos
que nuestra Iglesia latinoamericana esté libre
de
ataduras temporales, de complicidad y de prestigio ambiguo,
que
-libre de espíritu respecto a los vínculos con la riqueza-
sea más
transparente y fuerte su misión de servicio…
J. Castillo A.
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