miércoles, 17 de junio de 2020

Jesús nos pide no tener miedo

12º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Jr 20,10-13  -  Rom 5,12-15  -  Mt 10,26-33

   Para ser misioneros que anuncien el Reino y sanen a los enfermos,
Jesús nos dice: Miren, yo les envío como ovejas en medio de lobos
Ustedes serán odiados y perseguidos por mi Nombre (Mt 10,16-22).
Luego, nos anima y nos da esperanza al decir: No tengan miedo
Al que me reconozca ante la gente, yo le reconoceré ante mi Padre.

No tengan miedo a predicar ni a morir
   Anunciar el mensaje del Evangelio, no solo con palabras,
sino con el testimonio de nuestra vida… no es una misión fácil.
Por ejemplo, cuando defendemos los derechos de los más pobres.
hay personas y autoridades que usan la religión para defender
sus privilegios, y son capaces de acusarnos que somos subversivos.
   A muchos nos cuesta identificarnos con la persona de Jesús,
que fue calumniado, perseguido y crucificado como un delincuente.
Con razón S. Pablo dice: Nosotros anunciamos a Cristo crucificado,
escándalo para los judíos y locura para los griegos (1Cor 1,23).
   Reflexionemos en los siguientes textos de Mateo para convertirnos:
-Gente de poca fe, ¿por qué tienen tanto miedo? (Mt 8,26).
-Ánimo, no teman, soy yoTú eres el Hijo de Dios (Mt 14,27-33).
-Levántense, no tengan miedoLuego, solo ven a Jesús (Mt 17,7s).
-No teman, ustedes buscan a Jesús crucificado, resucitó (Mt 28,5s).
   Tengamos presente también el testimonio de los hermanos mayores:
*No temo: -la muerte, para mí la vida es Cristo y una ganancia morir,
-el destierro, pues del Señor es la tierra… -la confiscación de bienes,
nada trajimos y nada nos llevaremos (S. Juan Crisóstomo, 350-407).
*Enrique Angelelli (1923), días antes de ser asesinado (4 VIII 1976)
dijo: Tengo miedo… pero no se puede esconder el evangelio debajo
de la cama. Como tantos otros testigos de Jesús, el beato Angelelli
prefiere la verdad del Evangelio a la seguridad de los cobardes.
*S. Oscar Romero (1917-1980) antes de ser asesinado, dijo: Si Dios
acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad.

Dar testimonio de Jesús delante de los demás
   El Edicto de Milán (año 313), dado por el emperador Constantino I,
pone fin a las persecuciones cristianas de los primeros siglos.
Desde entonces, el cristianismo pasa a ser religión oficial del Imperio.
   Aparentemente es algo bueno, sin embargo vale la pena examinar:
¿Se trata de un momento favorable para los seguidores de Jesús?
¿Cómo se explica que los cristianos, después de tantas persecuciones,
empiezan -en esa época-  a llevar una vida instalada y mediocre?
¿Por qué la Iglesia se va haciendo cada vez más rica y poderosa?
   En este contexto, el obispo francés S. Hilario de Poitiers (315-368)
que vivió en la época del emperador Constancio, hijo de Constantino,
por fidelidad a Jesús, denuncia la hipocresía de la autoridad política:
   ¡Oh Dios todopoderoso, ojalá me hubieses concedido vivir
en los tiempos de Nerón o de Decio...!
Por la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
yo no habría tenido miedo a los tormentos…
Me habría considerado feliz al combatir contra tus enemigos
   Ahora tenemos que luchar contra el emperador Constancio,
un perseguidor insidioso, enemigo engañoso, anticristo; porque:
-no nos apuñala por la espalda, pero nos acaricia el vientre,
-no confisca nuestros bienes, pero nos enriquece para la muerte,
-no nos encarcela, pero nos esclaviza honrándonos en su palacio,
-no nos azota las espaldas, pero destroza nuestra alma con su oro,
-no nos amenaza públicamente con la hoguera,
pero nos prepara secretamente para el fuego del infierno;
-no lucha, tiene miedo de ser vencido, nos adula para poder reinar;
-confiesa a Cristo, para negarlo,
-trabaja por la unidad, para impedir la paz,
-reprime las herejías, para destruir a los cristianos,
-honra a los sacerdotes, para que no haya Obispos,
-construye templos, para demoler la fe,   -lleva por todas partes
tu nombre a flor de labios y en sus discursos, pero hace todo
lo que puede para que nadie crea que Tú eres Dios (PL 10,580-581).
   En “La pobreza de la Iglesia” (DM, n. 18), nuestros obispos dicen:
Queremos que nuestra Iglesia latinoamericana esté libre
de ataduras temporales, de complicidad y de prestigio ambiguo,
que -libre de espíritu respecto a los vínculos con la riqueza-
sea más transparente y fuerte su misión de servicio
J. Castillo A.

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