Ciclo A: Isaías 5,1-7; Salmo 79, 9.12-16.19-20; Filipenses 4,6-9; Mateo 21,33-43


La Iglesia está llamada a alabar y adorar a Dios con sus palabras, con sus celebraciones, con los dones que ella misma ha recibido de Dios, con su entrega al servicio del mundo. No obstante y con frecuencia se vende a dioses extraños como lo son el éxito temporal, la autosatisfacción, el triunfalismo, el dominio sobre las instancias sociales o la acomodación al sistema imperante. Con sus idolatrías la Iglesia revive hoy la tragedia de volver la espalda a Dios, de no dejarle hueco, de “matar al Hijo” y querer quedarse la viña en propiedad cuando le ha sido dada sólo para que la administre (servicio).
La parábola de los viñadores homicidas se sigue actualizando, porque los hombres siguen despreciando la sabiduría de Dios y se creen dueños cuando solo son administradores de los bienes de la creación; la historia no deja de repetirse: “los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: "Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia. Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron.” (Mt 21:38-39).
¡Matemos a Dios! Las consecuencias de la muerte de Dios han sido trágicas en los últimos cien años: dos guerras mundiales de una brutalidad desconocida hasta ahora, innumerables conflictos armados (Corea, Vietnam, Balcanes, Golfo Pérsico, Siria, Afganistán, Irak...), ascenso del comunismo y el capitalismo salvajes, genocidios sistemáticos, pérdida de valores esenciales para la convivencia y el progreso, desorientación moral y vital, etc.
Ya nadie puede echar la culpa de estos males a instancias religiosas o eclesiales, porque al dar la espalda a Dios el mundo pone al descubierto que estos males son el producto de un mundo ateo y secularizado que ha ninguneado al Creador y Redentor. Ya son muchos los que lo reconocen abiertamente: la muerte de Dios en el corazón del hombre desemboca en la muerte del hombre: “Esperando que diese el fruto dulce de las uvas, dio el fruto amargo de los agrazones” (Is 5,2), en vez del paraíso comunista el Archipiélago Gulag, en lugar del hombre nuevo de raza aria el monstruoso genocida de Auschwitz; en lugar del respeto a la vida, la maquinaria genocida del aborto a gran escala; en lugar del hombre (espíritu), el capital (la materia); en lugar de un mundo abierto y sin fronteras, una suma de nacionalismos excluyentes; en la tierra donde debería crecer la generosidad, la cordura, la confianza y el amor entre los hombres, han crecido la avaricia, la locura, la sospecha, la conspiración, el robo y el crimen.

El olvido de Dios se convierte en un cáncer para quienes lo permiten. Hay un efecto bumerán cuando se rechaza a Dios; quien le da la espalda, él mismo se hace víctima de su pecado y se acarrea la ruina; le sucede como a la viña que no da fruto: “Haré de mi viña un erial que ni se pode ni se escarde. Crecerá la zarza y el espino, y a las nubes prohibiré llover sobre ella” (Is.5-6). No es que Dios se olvide de hecho de sus hijos, algo que sería incompatible con su ser padre y madre (cf Is 49,15); son los hijos los que libremente al repudiarle, al negarse a aceptar el proyecto (plan) de vida que tiene para ellos, rechazan su futuro, su realización plena.

La parábola de los viñadores homicidas, como imagen de la pasión y muerte de Jesús, no viene a condenarte sino a pedirte que te conviertas por la contemplación del amor de Dios. Pregúntate hoy por tu propia vida y la del mundo que habitas: