viernes, 25 de septiembre de 2020

Del dicho al hecho (Domingo 27 de septiembre)

 CicloA:Ez. 18,25-28; Salmo24;Flp. 2,1-11; Mt21, 28-32

 

Vivimos una  inflación de discursos políticos, académicos, publicitarios, éticos, religiosos, etc. Abundan las palabras vacías, las arengas apelmazadas por el abuso de la jerga propia del gremio; nos invaden las charlas doctrinales, las soflamas más o menos ofensivas que se sueltan en la calle, en el bar, en la publicación escrita, en la televisión, la radio, el cine o el sitio web.
 
Basta observar unos minutos con ojo crítico algunos programas de televisión para comprobar que el diálogo de sordos en el que todos hablan y nadie escucha se ha elevado a categoría de espectáculo. ¡Bla, bla, bla, bla…! Ante tal exceso de verbo ¿quién se resiste a la tentación de cerrar el oído, de huir, antes de que la incontinencia verbal del mundo le expropie y aplaste? ¡Basta ya! No deja de producir hastío una sociedad tan habladora que, paradójicamente, tiene como dogma aquello de que “obras son amores y no buenas razones”.

La palabra y las obras.

Es la nuestra una sociedad pragmática, más amiga del hecho que de la palabra hablada o escrita, un mundo donde niños y jóvenes no solo  minimizan el valor de la letra sino también el de la imagen no interactiva. En un universo así el discurso apenas tiene valor, y menos cuando viene adobado con la jerga propia del lenguaje institucional. Es este uno de  los principales obstáculos con que topa la nueva evangelización. Si el cristianismo es  religión de palabra y de libro, y ambos están desvalorizados, ¿cómo transmitir la fe sin renunciar a ellos? 

Una palabra sin el aval y la solidez de las obras queda descolgada, vacía, carente de significado real. Incluso el niño más pequeño sabe que sólo la coherencia verifica la palabra; sólo las acciones las dan validez a las dicciones. ¿Qué valor tiene tu queja si tú mismo eres injusto con tu mujer, con tus hijos, con tus empleados, con tus vecinos...? ¿Vale parea algo la palabrería de una oración?  
"Cesad de obrar mal, aprenden a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces venid y litigaremos, dice el Señor." (Is 1,16-18). En fin, el refranero español desmonta la hipocresía de quien tiene mucha lengua y pocos actos con aquello de que "del dicho al hecho hay mucho trecho", o "una cosa es predicar y otra repartir trigo".
 


Jesús: la Palabra hecha carne.
 
Un mensaje sólo tiene sentido si va respaldado por una realidad. Así es la Palabra de Dios: es una palabra “viva y eficaz, tajante como espada de doble filo” (Hb 4,12), que ”baja a la tierra y no vuelve sin cumplir su encargo” (Is 55,10). Recorriendo la historia de la salvación hallamos a un Dios que lo que dice lo hace (cf Ez 37,14); abre la boca, pronuncia su palabra y surge la creación: “Y dijo Dios..., y se hizo” (cf Gn 1,3-27), se fija en la opresión de su pueblo y dice “voy a bajar a librarlos” (Ex 3,8) y los libra por la mano de Moisés. Podríamos decir que la palabra escrita en la Biblia no es sino un comentario a los hechos de Dios.

Pero  en Jesucristo es donde la Palabra de Dios queda verificada de manera extraordinaria y definitiva: “la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Dios habla, revela su voluntad, se hace vida plenamente en el Hijo. En Jesucristo palabra y vida se confunden, su palabra es fuerza y acción, palabra capaz de expulsar demonios y de sorprender a propios y extraños: “¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva llena de autoridad! ¡Manda incluso a los espíritus inmundos y éstos le obedecen!” (Mc 1,27). Jesús habla, y su prédica es atractiva porque se cimenta en hechos, no sólo por hacer obras admirables (milagros) sino también por su estilo de vida original y coherente. Su mensaje se viste de gala en el acontecimiento pascual, cuando la Palabra pasa por la prueba de la cruz y queda autentificada.

San Pablo, en su carta a los Filipenses propone ser ejemplo y testimonio al estilo de Jesucristo: “manteneos unánimes y conformes … No obréis por envidia ni ostentación … Dejaos guiar por la humildad … Considerad siempre superiores a los demás … No busquéis vuestros intereses sino el de los demás". En conclusión: “tened los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús” (Flp 2,1-5). Se pide aquí vivir en la imitación y seguimiento de Jesús; ser hombre de palabra,  coherente con la propia confesión de fe. 

Dices “creo” ¿y vas a vivir como los hombres que no creen? Anuncias a Jesús como modelo de liberación personal y social, ¿y vas a pedir que otros le sigan y aspiren a su libertad si tú mismo no lo haces? Te llamas “cofrade” (hermano) ¿y te comportarás como enemigo de los miembros de tu comunidad (familia, hermandad)? Tiene razón el Vaticano II cuando dice que en el aumento de la increencia “pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, … con los defectos de su vida religiosa, moral o social, han velado más bien que revelado, el genuino rostro de Dios y de la religión” (Gaudim et Spes,19). La coherencia de vida de los cristianos juega un papel decisivo en la estrategia de la nueva evangelización.

 
Evangelizar desde el testimonio

El evangelio se ha de anunciar a cara descubierta, desde la encarnación, para evitar el escándalo de los débiles y no oscurecer la verdad de Dios. Nos lo dice san Mateo al narrar la parábola de los dos hijos (Mt 21,28-32). Se trata de una parábola muy clara, un bofetón para los fariseos y demás autoridades religiosas del pueblo de Israel, un reto para los demagogos, un toque de atención para quien mira con lupa la la ortodoxia de la doctrina  (teoría) y minusvalora la ortopraxis (práctica). 

No basta con decir “voy a la viña” (incluso estando convencido de que eso es lo más correcto), hay que acudir al tajo, al terreno, al surco concreto donde sembrar; ahí se juega uno la cosecha; para que crezca el grano no basta el manual de agricultura ni la asistencia al cursillo impartido por el perito agrícola; si el sudor del obrero no remueve la tierra, si no la siembra ni la limpia de malas hierbas, no hay producción. 

Lo importante es ponerse manos a la obra. Si no tenemos muy sabido el manual ya iremos aprendiendo de los errores. No es muy grave ser un hereje (el hijo pequeño fue un rebelde y negó la autoridad del padre con su “no quiero”) si al final los hechos corrigen y desmienten la doctrina equivocada (“se arrepintió y fue”). Asumamos que la palabra no es lo decisivo, sino el hecho en sí, aunque haya sido precedido por una negación. Para Dios cuenta mucho el arrepentimiento; basta recordar las negaciones y la posterior y definitiva confesión de Pedro. 

“Los ladrones y las prostitutas os precederán en el Reino de los cielos” (Mt 21,31) ¿Por qué? Llevan ventaja porque no están como los fariseos acostumbrados a ver a Dios en sus normas, discursos y preceptos; ellos tienden a ver a Dios más en la vida que en las doctrinas, y ya sabemos que la conversión es más cuestión de actitudes (cambio de vida) que de conocimientos (cambio de ideas). Ladrones y prostitutas están más dispuestos a escuchar y a ver la realidad de sus vidas; son más propensos a mirarse y aceptarse como pecadores y por lo mismo más inclinados al arrepentimiento. A veces el exceso de títulos académicos y eclesiásticos o la reducción ritualista de la vida religiosa nos conducen al fariseísmo y el olvido de Dios, o lo que es peor, a la manipulación de Dios en beneficio propio.


¿No sería más visible el Reino de Dios si nos aplicáramos a la práctica del amor cristiano con el mismo celo que a la exactitud del rito y la ortodoxia? Si bien es cierto que una buena teoría ayuda a mejorar la práctica y una celebración (oración) bien hecha da fortaleza para ello, no lo es menos el hecho de que una buena experiencia enriquece la vivencia de las celebraciones y puede corregir las deficiencias de la doctrina. El hijo primero reparó su pecado de desidia ejerciendo su obediencia con los hechos, el segundo se condenó a sí mismo por sus palabras vacías.

* * *
 
Toca hoy preguntarte: ¿No seré yo de los que se conforman con rezar sus oraciones, asistir a misa, comulgar, decir hermosas palabra sobre Dios y dar sabios consejos espirituales? ¿Formo parte del grupo de los que llevan a Dios en las ideas pero lo ha arrojado de la propia vida? Respecto a mi fe, ¿me preocupa más la ortodoxia que la práctica?
 
No olvides esto: al atardecer de la vida no te examinarán del catecismo que estudiaste y las oraciones que rezaste, sino del amor con que viviste. De nada sirven los rezos y los estudios sagrados si no das pasos para vivir al estilo de Jesús. Como el hijo que al final fue a trabajar a la viña, aún estás a tiempo de cambiar, y ya sabes que “cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida” (Ez 18,27).

 
Casto Acedo Gómez. Septiembre 2020paduamerida@gmail.com.

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