jueves, 10 de septiembre de 2020

Perdonar y ser perdonado (13 de Septiembre)


Somos muy dados a la auto-indulgencia, es decir, a la mano blanda y bondadosa para con nosotros mismos y para aquellos que sentimos más nuestros; y somos duros a la hora de emitir juicios y sentencias condenatorias  sobre los que no son de nuestro agrado. 
 
Con esa actitud hacemos verdadera la Palabra que en forma de pregunta dirige Jesús a nuestra conciencia: “¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano, y no adviertes la viga que hay en el tuyo?” (Mt 7,4). Esta sentencia acerca de la capacidad para ver la mota en el ojo ajeno y la impotencia para verla en el propio resume bien nuestra forma habitual de ser y de actuar. ¡Cuántas veces nos quejamos de lo mal que nos mira o nos trata tal o cual persona! ¡Cuántas veces echamos la culpa de los problemas sociales o mundiales a los otros (políticos, vecinos, adversarios,...)! ¡Cuántas veces hemos acusado a Dios de ser injusto con nosotros! Y ha de venir Él a decirnos que no es su proceder el injusto sino el nuestro (cf Ez 18,25; Job 42,1-6), y a recomendarnos un cambio de visión, una limpieza ocular (cf Mt 7,5; Ap 3,18).
 
Observar desde el otro lado
 
Tal vez el signo más evidente de la decadencia de una sociedad sea la pérdida de la visión correcta sobre ella misma. Mientras los miembros de una comunidad sean capaces de mirarse desde la perspectiva de los otros (y en el caso de una comunidad religiosa añadimos que desde la visión del mundo y de la historia que Dios les ofrece) las cosas pueden funcionar más o menos bien. Pero cuando el punto de vista se sitúa en el ombligo de cada cual, entonces, la ruptura y la decadencia están servidas. El principio del ocaso de una vida virtuosa suele comenzar con la queja sistemática:

 *Se queja el obrero de lo injusto, duro y exigente que es su patrón, de la poca consideración en que le tiene... Y al llegar a casa no es consciente de que también él es duro y exigente con su mujer, con sus hijos, y con todos aquellos que están bajo su autoridad o influencia.
 
*Se queja el joven de las injusticias sociales, de la falta de solidaridad de los mayores, de la opresión a la que le quieren someter sus padres... Y no ve su propia insolidaridad con los compañeros, su intransigencia con la mentalidad de los adultos; es ciego para percibir hasta qué punto, muchas veces, hace sufrir a sus padres con sus actitudes.
 
 *El adulto se queja agriamente de los jóvenes, a los que supone irresponsables, vagos, caprichosos…, y, obsesionado con lo que él hubo de sufrir para forjarse un futuro, no ve la vida cómoda y aburguesada que disfruta en el presente, espejo en el que se miran esos jóvenes a los que desprecia.
 
*El hombre de Iglesia se duele del poco interés por las cosas de Dios que tienen las personas de este siglo,  se queja del poco compromiso eclesial de los hermanos con los que comparte su fe y su vida... Y no es capaz de ver su desinterés por la sociedad, y su flojo o nulo compromiso con las tareas de su parroquia.
 
* El ciudadano del mundo próspero lucha sin tregua por defender su derecho a la vida, al pan, a una vivienda digna para él y para los suyos; nunca le parecen suficientemente satisfechas sus necesidades… y no ve que ahí, a cuatro pasos (porque los medios de comunicación y transporte han acortado enormemente las distancias en la aldea global) en Siria, en los campos de refugiados de Grecia y Turquía, en las pateras del Mediterráneo o del Estrecho, etc..  

* Son miles los que, en países pobres,  mueren  por causa del covid-19 debido a la falta de medios sanitarios que puedan paliar los efectos tan devastadores de la pandemia. Y a nosotros sólo se nos oye quejarnos de que aquí las cosas no se están haciendo bien. Miramos por nosotros, que está bien hacerlo, pero nos negamos a ver a los que les ha tocado peor suerte. 
 
Ciertamente, nos está haciendo falta una mirada desde la otra orilla: observar la realidad tal como es (dura, violenta, oscura…), y observarnos a nosotros mismos desde fuera (ser observadores que se observan) tal como somos: (fríos, superficiales, insensibles…) para al menos tener la decencia de reconocer a nuestro mundo y reconocernos a nosotros mismos. Y aquí sugiero una pregunta: ¿Seremos capaces de soportar la realidad del mundo y nuestra propia realidad? 

 
La coherencia, requisito mínimo 
de una moral decente.
 
La parábola de los dos deudores que recoge el evangelio de san Mateo (18,21-35) y que describe a un rey misericordioso y a un súbdito de corazón duro, no necesita explicación para ser entendida; con ella el Señor nos da a entender que la crítica (la queja) sólo es lícita desde la autocrítica y el compromiso. “¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de sus semejantes ¿y pide perdón de sus pecados?” (Eclo 27,3-4). 
 
Una primera enseñanza extraemos de la parábola: lo mínimo que se debe de exigible en principios morales es la coherencia, la adecuación entre lo que se cree y lo que se hace, la conciliación entre lo que cada uno pide para él y lo que él es capaz de dar a los demás, porque “la medida que uséis la usarán con vosotros” (Mt 7,2). No te apiadas de tu prójimo ¿y pides el perdón de Dios? Pues no será escuchada tu oración, porque lo mismo que tu hagas ”hará mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano” (Mt 18,35).
 
En la parábola de este domingo, Dios (el rey) se muestra más humano que el hombre. Mientras éste es calculador a la hora de dar o perdonar: “Si mi hermano me ofende ¿Cuántas veces le tengo que perdonar?” (Mt 18,21), Dios supera los cálculos mentales y obra desde el corazón: “No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,22). Hay que perdonar siempre, porque la dinámica de la misericordia es inagotable. Si el amor de Dios no tiene límites tampoco el perdón que es manifestación de ese amor puede tenerlo.
 
¿Por qué a nosotros nos cuesta tanto perdonar? ¿Por qué muchas veces decimos: quiero, pero no puedo perdonar? Teóricamente, perdonar es fácil. Haciendo una lectura superficial del texto, al hombre perdonado por el rey de la parábola le bastaba con haber mirado con cariño al deudor y haberle dado la alegría de perdonarle su deuda.
 
Pero no lo hizo; seguramente porque, aunque él fue perdonado, el perdón no caló en lo profundo de su ser; no se había convertido de corazón al amor de Dios. El perdón de su deuda, lejos de hacerle cambiar, aumentó su egoísmo; recibió el perdón como don merecido (soberbia) y no como algo desproporcionado a sus méritos (humildad). Por eso se le retira la gracia que se le concedió. Dios perdona siempre, pero algunos no aceptan ese perdón, no lo comparten, no le conceden el lugar que le corresponde en su vida, no lo hacen extensivo a sus hermanos. Y pierden así el regalo que se les ha hecho. Sólo el perdón de Dios nos capacita para perdonar, y sólo perdonando abrimos nuestra vida al perdón de Dios.

 Poner en valor el perdón de Dios

 ¿Cómo revalorizar en nosotros el perdón de Dios? Desde el evangelio te invito a hacer balance, a mirar hacia atrás, a repasar el libro de contabilidad de tu vida, a sentir y gustar las veces que el Señor te ha mostrado su amor con el perdón. No eres conscientemente cristiano si no has experimentado en tu vida el amor que Dios te tiene, si no has sentido que en Cristo te ha amado hasta el extremo de morir por ti, derramando su sangre para el perdón de tus pecados (Mt 26,29). ¡Cuánto debes al Señor! Una deuda que siempre es perdonada. Tu fe cristiana es sólida a partir del momento en que saboreas el perdón de Dios. Párate y medita: ¿En qué momentos de tu vida has sentido la misericordia del Padre en tu propia carne? ¿Cuándo fue la última vez que tus entrañas pecadoras se vieron renovadas con la gracia del perdón? 
 
Tu experiencia de pecador redimido es importante para poder y saber enfocar adecuadamente tu vida de fe. Si contemplas tu historia de salvación, verás que ésta comenzó cuando reconociste  tu situación de deudor (pecador), tu condición de hijo pródigo que abandonó la casa paterna y gastó su fortuna viviendo perdidamente. Y el Padre te acogió y te perdonó (bautismo; penitencia). ¿Es esta tu gozosa experiencia? Si ya sabes por experiencia que “donde abundó el pecado sobreabunda ahora la gracia de Dios” (cf Rm 5,9), seguro que has aprendido también a perdonar sin violencia interior, con espontaneidad; tu perdón brota en libertad como respuesta generosa a una riqueza que previamente has recibido; no obstante, siempre parecerá insuficiente tu perdón comparado con la misericordia que Dios te tiene. 


La Iglesia te acerca
al sacramento del perdón

 Jesús, el Señor, fue enviado por el Padre a restaurar lo que estaba roto. Y lo hizo sin violencias. No veamos, pues, al Rey que ajusta cuentas amenazando con dar paso al verdugo. El final de la parábola no describe la voluntad de Dios sino la opción de la persona. No es naturalmente lógico ni coherente que quien rechaza la misericordia como principio la pida o la reciba sinceramente para sí. 

 

Siguiendo los pasos del Maestro, la  Iglesia tiene vocación de misericordia; es una comunidad reunida por la misericordia de Dios, y está llamada desde ahí a repercutir esa misericordia a todas las gentes. La celebración del sacramento de la Penitencia,  especialmente cuando se hace en comunidad, refleja el deseo del Rey de la parábola: perdonar y reconciliar.

La Iglesia, por sus sacerdotes y el Sacramento,  tiene la misión de hacer presente en el mundo el amor y el perdón de Dios.  ¿Por qué no tomas conciencia de ese regalo? ¡Hazlo! Recuerda que Dios es el rey dispuesto a perdonar tus deudas. Al confesar (¡cómo me asusta el sentido legalista de esta palabra!) piensa que lo importante no es la confesión de tus pecados, sino la confesión de tu fe en Dios misericordioso. 

* * *

También en la Eucaristía recibes el perdón de Dios; en ella se actualiza reiterativamente el don de la misericordia divina: 

 *reconoces tus pecados y dices “Señor ten piedad”… “Dios perdone vuestros pecados y os lleve a la vida eterna” …;

*la escucha de la palabra tiene su valor penitencial; el sacerdote después de leer y antes de besar el evangelio dice en voz baja: “per evangelica dicta, deleantur nostra delicta" (el anuncio de la buena noticia borre nuestros pecados) , palabras que recuerdan a Juan 15:3 “vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado”, …

* “creo en el perdón de los pecados”, dices …

* y Cristo te ofrece su perdón: “esta es mi sangre derramada para el perdón de los pecados” … no son palabras vacías sino cargadas de fuerza, y actualizan el misterio del perdón en el momento en que se pronuncian sobre el cáliz.;

* y sigues pidiendo misericordia en la misa: “no mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia”... “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad”… “una palabra tuya bastará para sanarme” …

* y finalmente: “podéis ir en paz”, es decir, reconciliado con Dios, con el prójimo y contigo mismo. 


¡Cuántos momentos de la Eucaristía te invitan a entrar en la dinámica del perdón! Me atrevo a decir que es en ella donde puedes gozar con mayor deleite del perdón de Dios, porque en ella el Rey cancela todas las deudas que tienes contraídas con Él. “El Señor es compasivo y misericordioso” (Salmo 102,8). Dios es perdón. ¿Perdonarás tú de corazón a tu hermano?

* * *

Muchas veces, cuando oras pidiendo perdón, o al celebrar el sacramento de la penitencia, no encuentras la paz que esperabas. ¿Te has preguntado alguna vez por qué? Tal vez en la parábola de este domingo tengas tu respuesta. Debes preguntarte: ¿soy compasivo y misericordioso con todo y con todos? La alegría de la misericordia solo tiene una puerta; no hay una alegría que brota por ser perdonado y otra por perdonar. Cuando cierras la puerta a la reconciliación con el mundo y con los hermanos la estás cerrando a Dios. No hay perdón de Dios "si cada cual no perdona de corazón a su hermano" (Mt 18,35); si el odio anida en tu corazón no puede entrar en él el amor de Dios. ¡Deseando está el Señor de que te alcance su perdón!, pero ¿cómo te llegará si tienes cerrada por dentro la puerta del amor compasivo, la única puerta de la salvación? 

 
Casto Acedo Gómezpaduamerida@gmail.comSeptiembre 2020

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