25º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo
A
Is 55,6-9 - Flp 1,20-27 - Mt 20,1-16
¡Qué propietario tan generoso, el que nos presenta el texto de Mateo!
Más
que dueño de la viña, es dueño de su inmensa bondad. Él mismo
sale
-a diversas horas- para contratar trabajadores para su viña,
ofreciéndoles
un denario. Al anochecer, cuando ordena al capataz
pagar
a los trabajadores… resplandece su generosidad.
Al
amanecer, el dueño sale a contratar trabajadores para su viña
Al
principio, o sea, al amanecer de aquel primer día de la semana,
Dios
Padre crea el cielo y la tierra…ve que es bueno…y lo entrega
al
ser humano para cuidarlo…cultivarlo…alimentarse…(Gen 1-2).
Pero,
con el paso del tiempo, en la tierra crece la maldad,
porque
los hombres y las mujeres se han corrompido (Gen 6,5-12).
Siglos
después, Dios misericordioso ve la opresión de su pueblo,
oye
sus lamentos, y baja para liberarlo de la esclavitud (Ex 3,7s).
Lamentablemente,
dejando de lado las promesas que hace,
el
pueblo es infiel, rechaza a Dios y adora un becerro de oro (Ex 32).
Al
llegar la plenitud de los tiempos, Dios envía a su Hijo amado,
para
liberarnos y para que seamos hijos adoptivos de Dios (Gal 4,4s).
Sin
embargo, los que tienen poder económico, político y religioso,
buscan
asesinarle, porque acoge y come con pecadores (Lc 15,2).
Al
respecto, sigamos meditando en el siguiente texto de Isaías:
Mi
amigo tenía una viña en un terreno muy fértil. Removió la tierra,
la
limpió de piedras y puso plantas de vid de la mejor calidad.
Mi
amigo esperaba uvas dulces, pero dio frutos amargos.
¿Qué
más podía hacer mi amigo por su viña que no lo haya hecho?
La
viña del Señor son ustedes, país de Israel, pueblo de Judá.
El
Señor esperaba de ustedes derecho y solo encuentra asesinatos,
esperaba
justicia y solo escucha gritos de dolor (Is 5,1-7).
Hace
falta que los servidores de la viña del Señor nos convirtamos,
optemos
por las personas desempleadas, y dejemos de lado los gastos
y
adornos superfluos que se hacen con motivo de una fiesta patronal.
Al
atardecer, el dueño ordena pagar, empezando por los últimos
Jesús no mira nuestros méritos sino nuestras necesidades.
Solo quiere que amemos a todos,
de preferencia a los que sufren injustamente.
Ahora
bien, al final de los tiempos, al “atardecer” (Mt 25,31-46),
Jesús
dirá a los compasivos: Vengan conmigo porque me alimentaron
y
dieron de beber, me acogieron y vistieron, me sanaron y liberaron.
Y
a los egoístas que no hicieron nada por Él les dirá: Apártense de mí.
Sabiendo
que nuestro destino final se define en esta vida terrenal,
escuchemos
a Jesús que -desde su experiencia- nos sigue diciendo:
*Ustedes
serán perseguidos y maltratados por mi causa,
pues
así también persiguieron a los profetas (Mt 5,11s; Mt 10,16ss).
*No tienen necesidad de irse, denles
ustedes de comer (Mt 14,16).
*¿Por
qué miras con malos ojos que yo sea bueno? (Mt 20,15).
*Fatigado…
Jesús dice a la mujer samaritana: Dame de beber (Jn 4).
*Un
hombre asaltado y herido es abandonado medio muerto…
Un samaritano que va de viaje lo ve
y se compadece (Lc 10,30ss).
Los
últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos
Los
cristianos debemos servir a los pobres y jamás despreciarlos:
*Entre
ustedes no ha de ser así. El que quiere ser el primero,
que
se haga servidor de los demás; como el Hijo del Hombre
que
vino no para que le sirvan sino para servir (Mt 20,25-28).
*Dios
ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe
y
herederos del reino que prometió a los que le aman.
Ustedes,
en cambio, desprecian y humillan al pobre (Stgo 2,5s).
En
“La alegría del Evangelio” (n.187) el Papa Francisco dice:
Cada
cristiano y cada comunidad están llamados a ser
instrumentos
de Dios para la liberación y promoción de los pobres,
de
manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad;
esto
supone que seamos dóciles y atentos
para
escuchar el clamor del pobre y socorrerlo.
Basta
recorrer las Escrituras para descubrir cómo el Padre bueno
quiere
escuchar el clamar de los pobres: “He visto la aflicción
de
mi pueblo en Egipto, he escuchado su clamor ante sus opresores
y
conozco sus sufrimientos. He bajado para liberarlos…” (…).
Hacer
oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros
somos
los instrumentos de Dios para escuchar al pobre,
nos
sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto. Javier Castillo.
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