jueves, 17 de septiembre de 2020

Los últimos y los primeros

25º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A

Is 55,6-9 - Flp 1,20-27 - Mt 20,1-16

 

¡Qué propietario tan generoso, el que nos presenta el texto de Mateo!

Más que dueño de la viña, es dueño de su inmensa bondad. Él mismo

sale -a diversas horas- para contratar trabajadores para su viña,

ofreciéndoles un denario. Al anochecer, cuando ordena al capataz

pagar a los trabajadores… resplandece su generosidad.


Al amanecer, el dueño sale a contratar trabajadores para su viña

Al principio, o sea, al amanecer de aquel primer día de la semana,

Dios Padre crea el cielo y la tierra…ve que es bueno…y lo entrega

al ser humano para cuidarlo…cultivarlo…alimentarse…(Gen 1-2).

Pero, con el paso del tiempo, en la tierra crece la maldad,

porque los hombres y las mujeres se han corrompido (Gen 6,5-12).

 

Siglos después, Dios misericordioso ve la opresión de su pueblo,

oye sus lamentos, y baja para liberarlo de la esclavitud (Ex 3,7s).

Lamentablemente, dejando de lado las promesas que hace,

el pueblo es infiel, rechaza a Dios y adora un becerro de oro (Ex 32).

Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envía a su Hijo amado,

para liberarnos y para que seamos hijos adoptivos de Dios (Gal 4,4s).

Sin embargo, los que tienen poder económico, político y religioso,

buscan asesinarle, porque acoge y come con pecadores (Lc 15,2).

 

Al respecto, sigamos meditando en el siguiente texto de Isaías:

Mi amigo tenía una viña en un terreno muy fértil. Removió la tierra,

la limpió de piedras y puso plantas de vid de la mejor calidad.

Mi amigo esperaba uvas dulces, pero dio frutos amargos.

¿Qué más podía hacer mi amigo por su viña que no lo haya hecho?

La viña del Señor son ustedes, país de Israel, pueblo de Judá.

El Señor esperaba de ustedes derecho y solo encuentra asesinatos,

esperaba justicia y solo escucha gritos de dolor (Is 5,1-7).

Hace falta que los servidores de la viña del Señor nos convirtamos,

optemos por las personas desempleadas, y dejemos de lado los gastos

y adornos superfluos que se hacen con motivo de una fiesta patronal.

Al atardecer, el dueño ordena pagar, empezando por los últimos

 

Jesús no mira nuestros méritos sino nuestras necesidades. 


Solo quiere que amemos a todos, 

de preferencia a los que sufren injustamente.

Ahora bien, al final de los tiempos, al “atardecer” (Mt 25,31-46),

Jesús dirá a los compasivos: Vengan conmigo porque me alimentaron

y dieron de beber, me acogieron y vistieron, me sanaron y liberaron.

Y a los egoístas que no hicieron nada por Él les dirá: Apártense de mí.

Sabiendo que nuestro destino final se define en esta vida terrenal,

escuchemos a Jesús que -desde su experiencia- nos sigue diciendo:

 

*Ustedes serán perseguidos y maltratados por mi causa,

pues así también persiguieron a los profetas (Mt 5,11s; Mt 10,16ss).

*No tienen necesidad de irse, denles ustedes de comer (Mt 14,16).

*¿Por qué miras con malos ojos que yo sea bueno? (Mt 20,15).

*Fatigado… Jesús dice a la mujer samaritana: Dame de beber (Jn 4).

*Un hombre asaltado y herido es abandonado medio muerto…

Un samaritano que va de viaje lo ve y se compadece (Lc 10,30ss).

Los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos

Los cristianos debemos servir a los pobres y jamás despreciarlos:

*Entre ustedes no ha de ser así. El que quiere ser el primero,

que se haga servidor de los demás; como el Hijo del Hombre

que vino no para que le sirvan sino para servir (Mt 20,25-28).

*Dios ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe

y herederos del reino que prometió a los que le aman.

Ustedes, en cambio, desprecian y humillan al pobre (Stgo 2,5s).

 

En “La alegría del Evangelio” (n.187) el Papa Francisco dice:

Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser

instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres,

de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad;

esto supone que seamos dóciles y atentos

para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo.


Basta recorrer las Escrituras para descubrir cómo el Padre bueno

quiere escuchar el clamar de los pobres: “He visto la aflicción

de mi pueblo en Egipto, he escuchado su clamor ante sus opresores

y conozco sus sufrimientos. He bajado para liberarlos…” (…).

Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros

somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre,

nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto. Javier Castillo.


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