miércoles, 2 de septiembre de 2020

Corregir, orar, acoger

23º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Ez 33,7-9  -  Rom 13,8-10  -  Mt 18,15-20

   En vez de realizar proyectos que no tienen metas claras,
y que nos llevan a un activismo pastoral deshumanizador,
sigamos el ejemplo de Jesús que forma a sus discípulos,
anuncia el Reino de Dios, y nos pide confiar en Dios, nuestro Padre.
   Para ello, hagamos realidad las pequeñas comunidades, donde:
se corrige al hermano que ofende…se ora…se acoge al necesitado.
  
Saber corregir al hermano que te ofende
   La persona ofendida toma la iniciativa para facilitar la reconciliación.
   *Primero, dialoga en privado con el hermano que le ha ofendido.
Si se convierte y cambia su conducta, ha salvado a su hermano.
Al respecto, el profeta Ezequiel anuncia esta Buena Noticia de Dios:
Si el malvado se convierte, practica el derecho y la justicia,
devuelve el manto que ha recibido como prenda,
restituye lo que ha robado, cumple con las leyes que dan vida,
deja de hacer el mal, entonces vivirá y no morirá (Ez 33,14s).
   *Si lo anterior no da resultado, invita a dos o tres miembros,
para que en presencia de ellos (testigos), el hermano que ha pecado:
reflexione, reconozca sus errores, y vuelva al camino de la verdad.
   *En tercera instancia, informa a la comunidad, cuyos miembros
deben ser: sal de la tierra… luz del mundo… levadura en la masa
   *Si no oye a la comunidad, será un pagano o publicano,
pues al no aceptar el perdón, él mismo se excluye de la Iglesia.
Sin embargo, sigamos buscando a la oveja perdida (M 18,12-14),
y no pongamos límites al perdón-acogida practicado por Jesús,
ni hagamos del sacramento de la reconciliación una carga pesada.
   San Agustín,  en su comentario a la 1ª carta de San Juan, dice:
Pidan a Dios la gracia de vivir siempre en amor fraterno,
amando no solo al que efectivamente es tu hermano,
sino también amando a tu enemigo, para que a fuerza del amor,
él se convierta de veras en hermano tuyo (Homilía 10,7).

Reunidos en el nombre de Jesús para orar
   Es bueno realizar ciertas concentraciones masivas, pero no basta.
Diferente son las pequeñas comunidades, pues el mismo Jesús
está presente donde dos o tres se reúnen en su persona, para:
orar, practicar sus enseñanzas, sus obras y sus gestos audaces.
   Sobre las Comunidades Eclesiales de Base, reflexionemos
en las enseñanzas y en las experiencias de nuestros obispos:
*En estas comunidades, aunque sean pequeñas y pobres o que vivan
en la dispersión, está presente Cristo (Concilio Vaticano II, LG, 26).
*El esfuerzo pastoral de la Iglesia debe orientarse a transformar
esas comunidades en “familia de Dios”, en foco de evangelización
y en factor primordial de promoción humana (Medellín, XV, n.10).
*En las Comunidades Eclesiales de Base hay: relación personal…
aceptación de la Palabra de Dios, revisión de vida,
y reflexión sobre la realidad, a la luz del Evangelio. (Puebla, n. 629).
*Las Comunidades Eclesiales de Base tienen la Palabra de Dios
como fuente de su espiritualidad… Despliegan su compromiso
evangelizador y misionero entre los más sencillos y alejados,
y son expresión visible de la opción preferencial por los pobres.
Son semilla de múltiples servicios a favor de la vida (DA, 179).

Acoger a las personas necesitadas
   Que nuestras parroquias sean comunidades acogedoras, donde:
las personas sin casa y sin trabajo, encuentren un lugar para:
-vivir intensamente la misma fe en la persona de Jesús,
-estar unidas en la esperanza y tener una vida más digna,
-amarse y ayudarse mutuamente compartiendo el pan de cada día.
*Es bueno y agradable que los hermanos vivan unidos (Sal 133,1).
*El que los recibe a ustedes, a mí me recibe -nos dice Jesús-,
y quien me recibe, recibe al Padre que me ha enviado (Mt 10 40).
*Se reúnen frecuentemente para oír la enseñanza de los apóstoles,
participan en la vida comunitaria, en la fracción del pan,
y en las oraciones (Hch 2,42).
*La multitud de creyentes tiene un solo corazón y una sola alma.
Nadie considera como propio lo que posee, todo lo tienen en común.
No había entre ellos ningún necesitado, porque los que tienen campos
o casas los venden y entregan el dinero a los apóstoles para que
repartan a cada uno según su necesidad (Hch 4,32-35). 
J. Castillo A.

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