miércoles, 2 de marzo de 2016

Amar con entrañas de misericordia

4º Domingo de Cuaresma, ciclo C
Jos 5,9-12  -  2Cor 5,17-21  -  Lc 15,1-3. 11-32

   Un padre tiene dos hijos: mientras el menor se aleja, pero vuelve;
el mayor se queda en casa, sin embargo vive como si no fuera hijo.
   El padre, figura central de la parábola, ama a sus hijos con entrañas
de misericordia, solo quiere que vivan como hijos y como hermanos.

Un padre tiene dos hijos…
   Sabiendo que en las familias hay discusiones entre padres e hijos…
rivalidades entre hermanos… reflexionemos en los siguientes casos:     
*Después que Caín asesina a su hermano menor, Dios le dice:
¿Dónde está tu hermano Abel?, Caín contesta: No lo sé, ¿acaso soy
el guardián de mi hermano? Pero Dios insiste: ¿Qué has hecho?
Desde la tierra, la sangre de tu hermano clama justicia. Sin embargo,
Caín se arrepiente: Mi culpa es demasiado grave para soportarla
Luego Dios le pone una señal para que respeten su vida (Gen 4).
*Abraham tiene dos hijos: Ismael el mayor, en Agar una esclava;
e Isaac el menor, en Sara su esposa que era anciana y estéril.
Como Ismael se burla de su hermano Isaac, Abraham despide a Agar
y a su hijo. Ellos caminan por el desierto. Cuando se acaba el agua,
Agar abandona a su hijo para no verle morir y se aleja… Dios, al oír
el llanto del niño, dice a Agar: Levántate, busca al niño y agárralo
de la mano, porque yo haré de él un gran pueblo (Gen 16 y 21).
*Gracias a la oración de Isaac, su esposa Rebeca que era estéril queda
encinta. Cuando da a luz, resulta que son mellizos: Esaú y Jacob.
Más tarde, Esaú renuncia a sus derechos de ser hijo primogénito
por un plato de lentejas (Gen 25). Después, con la ayuda de su madre,
Jacob le arrebata a Esaú la bendición especial de su padre Isaac.
Desde entonces, Esaú odia a su hermano y busca matarlo… (Gen 27).
Sin embargo, años después ambos se reconcilian: Jacob se adelanta,
se arrodilla siete veces, hasta encontrarse con su hermano. 
Esaú, por su parte, corre a su encuentro… le abraza… le besa…
y los dos se ponen a llorar (Gen 33).

Acoger a los pecadores y comer con ellos
   Al pedir la parte de su herencia, el hijo menor comete una locura.
A este joven egoísta no le interesa honrar a su padre, como dice Dios.
Abandona el hogar, se va a un país lejano, y derrocha todo el dinero…
hasta que un día se halla en la miseria: yo aquí me muero de hambre.
En esta situación, se acuerda de su padre y decide levantarse y volver.
Pero, ¿bastará decir: he pecado, trátame como uno de tus servidores?
   Estando aún lejos de casa sucede algo increíble, su padre: lo ve
tiene compasión (se le remueven las entrañas)…sale a su encuentro…
le abrazale besa… ordena que le traigan el mejor vestido
que le pongan un anillo en el dedo y sandalias en los pies… que maten
el becerro gordo… y celebren un banquete por la vuelta de su hijo.
   Al enterarse de todo esto, el hijo mayor se irrita, no entra a la casa,
reprocha a su padre y desconoce a su hermano diciendo: ese hijo tuyo.
Fue entonces cuando su padre sale y le suplica participar en la fiesta:
Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero había
que hacer una fiesta y alegrarse, porque tu hermano estaba muerto
y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado. El hijo mayor,
¿habrá entrado a la casa para acoger a su hermano y comer juntos?
   Jesús dijo esta parábola, cuando los fariseos y maestros de la ley
hablaban mal de Él, por acoger a los pecadores y comer con ellos.
   Hoy más que nunca, para que el mensaje de la Iglesia sea creíble,
es urgente, como dice el Papa Francisco, salir a las “periferias”
donde hay: sufrimiento, sangre derramada, ciegos que desean ver,
cautivos de tantos malos patrones… Ser pastores con “olor a oveja”,
en medio del rebaño… (Jueves Santo, 28 de marzo del 2013).
   Sobre este tema, vuelve a insistir en “La alegría del Evangelio”:  
Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la
calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad
de aferrarse a las propias seguridades… Si algo debe inquietarnos
santamente y preocupar nuestra conciencia es que tantos hermanos
nuestros viven: -sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con
Jesús; -sin una comunidad de fe que los contenga; -sin un horizonte 
de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos
mueva el temor a encerrarnos: -en las normas que nos vuelven jueces
implacables, -en las costumbres donde nos sentimos tranquilos,
mientras afuera hay una multitud hambrienta (EG, 24 nov.2013, n.49).
J. Castillo A.

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