miércoles, 16 de marzo de 2016

Jesús entra en Jerusalén

Domingo de Ramos, ciclo C
Is 50,4-7  -  Flp 2,6-11  -  Lc 19,28-40  -  Lc 22,14 - 23,56

Después de haber anunciado el Reino de Dios y su justicia en Galilea,
Jesús entra en Jerusalén, sede del poder político, económico, religioso.
   Al ver la ciudad, Jesús llora por ella y dice: Ojalá comprendas hoy
el camino de la paz, pero ahora eso está oculto a tus ojos (Lc 19,42).
   Que las palabras y gestos de Jesús cuando padece, muere y resucita,
nos comprometan a hacer realidad una Iglesia pobre entre los pobres.
  
Servidor humilde, montado en un burrito
   La fiesta de Pascua -en el A.T.- estaba relacionada con la liberación
del pueblo judío de su esclavitud en Egipto (Ex 12,1ss). Sin embargo,
siglos después, Egipto ha sido reemplazado por el Imperio romano.
Es por eso que Pilato -cuyas manos están manchadas de sangre-
ingresa en la ciudad de Jerusalén montado en un caballo de guerra.
   Jesús entra también en Jerusalén, pero de una manera humilde.
Según el cuarto evangelio, Jesús encuentra un burrito y monta en él;
luego, Jesús anuncia el verdadero sentido de su entrada en Jerusalén:
Les aseguro que, si el grano de trigo al caer en tierra no muere,
queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida,
la pierde; pero el que la desprecia en este mundo, la conserva para
la vida eterna. Si alguno quiere servirme, que me siga;
y donde yo esté, allí estará también mi servidor (Jn 12,12ss).
   No hagamos -de la entrada de Jesús en Jerusalén- una ceremonia
triunfalista que nada tiene que ver con la vida de Jesús de Nazaret,
que vino a este mundo para anunciar la Buena Noticia a los pobres,
para liberar a los cautivos, oprimidos y encarcelados (Lc 4,18)
   Sigamos a Jesús como lo hace el ciego Bartimeo: al dejar su manto,
deja tras de sí “al hombre ciego”…recupera “la capacidad de ver”… y
después, sigue a Jesús, dispuesto a entregar su vida por Él (Mc 10,46ss).
 Recordemos que Jesús sigue sufriendo: en el hambriento y sediento,
en el forastero y desnudo, en el enfermo y encarcelado (Mt 25,31ss).

Si éstos callan, gritarán las piedras
   Mientras Jesús entra en Jerusalén, sus seguidores alaban a Dios
por todos los milagros que han visto, y exclaman: Bendito el rey
que viene en nombre del SeñorPaz en el cielo y gloria al Altísimo.
Esta última aclamación nos recuerda el canto de los ángeles, cuando
Jesús nace: Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra (Lc 2,14);
y ahora, al final de su vida, lo proclaman: niños…jóvenes… adultos…
Si vivimos como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros,
tendremos la paz de Jesús: Mi paz les dejo, mi paz les doy (Jn 14,27).
   Algunos fariseos dicen a Jesús: Maestro, reprende a tus discípulos.
Pero Jesús les responde: Si éstos callan, gritarán las piedras.
Esta frase está tomada del profeta Habacuc que denuncia a los ricos:
¡Ay del que se hace rico con lo que no le pertenece!
¡Ay de ti, que has llenado tu casa con el producto de tus robos!...
  porque las piedras de los muros gritan en tu contra.
¡Ay de ti que edificas ciudades sobre el crimen y la injusticia!
¡Ay de ti que emborrachas a tu prójimo para humillarlo! (2,6-20).
   Jesús no manda callar a nadie, y Él mismo sigue enseñando:
*La destrucción de Jerusalén, o sea, la destrucción de toda injusticia.
*Entra al templo y arroja a los negociantes diciendo: Mi casa es casa
  de oración, pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones.
*Denuncia a los sacerdotes y maestros de la ley de ser asesinos.
*Sobre el tributo al César declara que se debe dar a Dios lo que es
  de Dios, y devolver al César su dinero sucio y esclavizador.
*Desenmascara a los saduceos que rechazan la resurrección: El Señor
  no es Dios de muertos sino de vivos, porque para Dios todos viven.
*Denuncia la hipocresía de los maestros de la ley: les gusta andar
  con largas vestiduras… quieren que les saluden por las calles…
  buscan los asientos de honor en las sinagogas y en los banquetes…
  devoran los bienes de las viudas con pretexto de largas oraciones
   Por esta manera de enseñar, los expertos en materia religiosa
buscan arrestar a Jesús, pero tienen miedo al pueblo (Lc 20).
   La siguiente lamentación de Jesús tiene “hoy” mucha actualidad:   
¡Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas
y apedreas a los mensajeros que Dios te envía! (Lc 13,34).
   Sin embargo, el Profeta de la misericordia sigue exclamando:
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34). 
J. Castillo A.

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