5º Domingo de Cuaresma, ciclo C
Is 43,16-21 - Flp
3,8-14 -
Jn 8,1-11
Ciertamente, es inmoral usar a una persona para condenar a
otra.
Herodías
-mujer de Herodes- odia a Juan
Bautista, y usa a su hija
para
que el profeta Juan muera decapitado en la cárcel (Mc 6,14ss).
Con
esta misma maldad actúan los fariseos y
maestros de la ley,
quienes
usan a una mujer adúltera para
acusar a Jesús. Sin embargo,
mientras
los acusadores se van avergonzados, Jesús salva a la mujer.
La
ley de Moisés manda apedrear a las adúlteras
En nuestra sociedad mayoritariamente
cristiana, hay mujeres que,
por
diversas causas, son víctimas de la prostitución y turismo sexual.
Cuando
una mujer no tiene hogar, salud, educación, trabajo, salario…
a
veces, opta por ir a la calle para que cualquier cliente “la recoja”.
¿Hay
organizaciones políticas, sociales y religiosas que defienden
los
derechos humanos más elementales de “esa clase de mujeres”?
Sin
embargo, aquellas mujeres deben enfrentarse a una sociedad
machista: que las
considera un “mal necesario” pero mira a otro lado
cuando
se le pregunta sobre “la dignidad” de esas mismas personas.
Este
problema no es ajeno a la época en que vivió Jesús de Nazaret.
Después
de haber estado toda la noche en el monte de los Olivos,
al
amanecer Jesús va al templo, y al ver tanta gente se pone a enseñar.
Fue
entonces cuando los expertos en materia religiosa traen una mujer
sorprendida
en adulterio,
y según la ley de Moisés
debe ser apedreada.
Luego,
preguntan a Jesús: Tú, ¿qué dices? Con esta breve pregunta,
ponen
a Jesús entre la pared y la espada
con la finalidad de acusarlo.
*Si Jesús acepta apedrear a aquella
mujer ya no tendría autoridad moral
para
buscar… acoger… salvar… a los pecadores; ya no podría decir:
Misericordia quiero y no sacrificios (Os 6,6; Mat 9,13;
12,7).
*Si dice: no la apedreen, se hace
cómplice del pecado de adulterio;
además, al no observar la ley es motivo
suficiente para ser acusado.
*Pero aquellos hipócritas no se imaginan
que al examinar cada uno
su
propia vida, se irán avergonzados empezando por los más viejos.
El
que esté sin pecado, que le tire la
primera piedra
Jesús desenmascara “la doble vida” de
aquellos expertos religiosos,
diciéndoles:
El
que esté sin pecado… que le tire la primera piedra.
Lo
primero que Jesús exige a los acusadores es que estén sin pecado,
es
decir, que cada uno examine conscientemente su propia vida, pues
¿cómo
pueden fijarse en la astilla que hay en el ojo de aquella mujer,
sin
mirar el tronco que hay en el suyo? (Mt 7,1-5). Son guías ciegos,
expertos
en colar un mosquito pero se tragan un camello (Mt 23,24).
Tirar
la primera piedra era obligación de los
testigos para evitar
que
se acusen a personas inocentes: Los
testigos serán los primeros
en arrojar las piedras, luego lo hará
todo el pueblo
(Deut 17,7).
Hoy, para no encerrarnos en normas que
nos hacen jueces implacables
(EG,
n.49), reflexionemos en lo que dice Daniel a uno de los ancianos
que
había calumniado a Susana: Viejo en años
y en crímenes, ahora
van a recaer sobre ti los pecados que
cometiste en otro tiempo,
cuando dabas sentencias injustas:
condenando a los inocentes
y absolviendo a los culpables. Actuabas
en contra del mandato
del Señor que dice: No matarás al
inocente ni al justo
(Dan 13,52s).
Yo
tampoco te condeno. Vete y no vuelvas a pecar
Después, Jesús se levanta y le pregunta: ¿Nadie te ha condenado?
Ella
contesta: Nadie, Señor… Fue entonces
cuando Jesús le dice:
Yo
tampoco te condeno. Vete y no vuelvas a pecar.
El
amor que ella había buscado en las caricias y en el pecado,
lo
encuentra por fin en el perdón que
Jesús misericordioso le ofrece;
pues
Él vino al mundo no para condenar sino
para salvar (Jn 3,17).
Jamás
debemos olvidar que las enseñanzas y obras de Jesús tienen,
como
base y fundamento, la persona humana de carne y hueso;
y
no la ley ni las costumbres y tradiciones humanas: El sábado se hizo
para el hombre,
y no el hombre para el sábado (Mc 2,27).
Al
respecto, Mons. Romero en su última homilía (23/03/1980) dijo:
Jesús ama y ha venido precisamente a
salvar a los pecadores
y aquí tiene un caso. Convertirla es mucho mejor que apedrearla.
Perdonarla
y salvarla es mucho mejor que condenarla.
La ley tiene
que ser un servicio a la dignidad humana
y no los falsos legalismos
con los cuales se pisotea la honradez,
muchas veces, de las personas.
Tengamos
hambre y sed de Dios Padre misericordioso: Él
no quiere
que el pecador muera, sino que se
convierta y viva
(Ez 18,23).
J. Castillo A.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu comentario puede ayudar a mejorar este blog