miércoles, 9 de marzo de 2016

Yo tampoco te condeno

5º Domingo de Cuaresma, ciclo C
Is 43,16-21  -  Flp 3,8-14  -  Jn 8,1-11

   Ciertamente, es inmoral usar a una persona para condenar a otra.
   Herodías -mujer de Herodes- odia a Juan Bautista, y usa a su hija
para que el profeta Juan muera decapitado en la cárcel (Mc 6,14ss).
   Con esta misma maldad actúan los fariseos y maestros de la ley,
quienes usan a una mujer adúltera para acusar a Jesús. Sin embargo,
mientras los acusadores se van avergonzados, Jesús salva a la mujer.

La ley de Moisés manda apedrear a las adúlteras
   En nuestra sociedad mayoritariamente cristiana, hay mujeres que,
por diversas causas, son víctimas de la prostitución y turismo sexual.
Cuando una mujer no tiene hogar, salud, educación, trabajo, salario…
a veces, opta por ir a la calle para que cualquier cliente “la recoja”.
   ¿Hay organizaciones políticas, sociales y religiosas que defienden
los derechos humanos más elementales de “esa clase de mujeres”?
Sin embargo, aquellas mujeres deben enfrentarse a una sociedad
machista: que las considera un “mal necesario” pero mira a otro lado
cuando se le pregunta sobre “la dignidad” de esas mismas personas.
   Este problema no es ajeno a la época en que vivió Jesús de Nazaret.
Después de haber estado toda la noche en el monte de los Olivos,
al amanecer Jesús va al templo, y al ver tanta gente se pone a enseñar.
Fue entonces cuando los expertos en materia religiosa traen una mujer
sorprendida en adulterio, y según la ley de Moisés debe ser apedreada.
Luego, preguntan a Jesús: Tú, ¿qué dices? Con esta breve pregunta,
ponen a Jesús entre la pared y la espada con la finalidad de acusarlo.
*Si Jesús acepta apedrear a aquella mujer ya no tendría autoridad moral
para buscar… acoger… salvar… a los pecadores; ya no podría decir:
Misericordia quiero y no sacrificios (Os 6,6;  Mat 9,13;  12,7).
*Si dice: no la apedreen, se hace cómplice del pecado de adulterio;
 además, al no observar la ley es motivo suficiente para ser acusado.
*Pero aquellos hipócritas no se imaginan que al examinar cada uno
su propia vida, se irán avergonzados empezando por los más viejos.

El que esté sin pecado,  que le tire la primera piedra
   Jesús desenmascara “la doble vida” de aquellos expertos religiosos,
diciéndoles: El que esté sin pecado… que le tire la primera piedra.
  Lo primero que Jesús exige a los acusadores es que estén sin pecado,
es decir, que cada uno examine conscientemente su propia vida, pues
¿cómo pueden fijarse en la astilla que hay en el ojo de aquella mujer,
sin mirar el tronco que hay en el suyo? (Mt 7,1-5). Son guías ciegos,
expertos en colar un mosquito pero se tragan un camello (Mt 23,24).
   Tirar la primera piedra era obligación de los testigos para evitar
que se acusen a personas inocentes: Los testigos serán los primeros
en arrojar las piedras, luego lo hará todo el pueblo (Deut 17,7).
   Hoy, para no encerrarnos en normas que nos hacen jueces implacables
(EG, n.49), reflexionemos en lo que dice Daniel a uno de los ancianos
que había calumniado a Susana: Viejo en años y en crímenes, ahora
van a recaer sobre ti los pecados que cometiste en otro tiempo,
cuando dabas sentencias injustas: condenando a los inocentes
y absolviendo a los culpables. Actuabas en contra del mandato
del Señor que dice: No matarás al inocente ni al justo (Dan 13,52s).

Yo tampoco te condeno. Vete y no vuelvas a pecar
   Después, Jesús se levanta y le pregunta: ¿Nadie te ha condenado?
Ella contesta: Nadie, Señor… Fue entonces cuando Jesús le dice:
Yo tampoco te condeno. Vete y no vuelvas a pecar.
   El amor que ella había buscado en las caricias y en el pecado,
lo encuentra por fin en el perdón que Jesús misericordioso le ofrece;
pues Él vino al mundo no para condenar sino para salvar (Jn 3,17).
   Jamás debemos olvidar que las enseñanzas y obras de Jesús tienen,
como base y fundamento, la persona humana de carne y hueso;
y no la ley ni las costumbres y tradiciones humanas: El sábado se hizo
para el hombre, y no el hombre para el sábado (Mc 2,27).
   Al respecto, Mons. Romero en su última homilía (23/03/1980) dijo:
Jesús ama y ha venido precisamente a salvar a los pecadores
y aquí tiene un caso. Convertirla es mucho mejor que apedrearla.
Perdonarla y salvarla es mucho mejor que condenarla. La ley tiene
que ser un servicio a la dignidad humana y no los falsos legalismos
con los cuales se pisotea la honradez, muchas veces, de las personas.
  Tengamos hambre y sed de Dios Padre misericordioso: Él no quiere
que el pecador muera, sino que se convierta y viva (Ez 18,23).
J. Castillo A.

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