2º Domingo de Pascua, ciclo C
Hch 5,12-16 - Ap 1,9-19 - Jn 20,19-31
El texto del Evangelio de este
domingo es un resumen de la Buena
Noticia que
Jesús anuncia por ciudades y pueblos... Actualmente,
¿nos esforzamos por practicar sus enseñanzas… o nos
contentamos
con repetirlas -de una manera rutinaria- en nuestras
ceremonias?
Al anochecer del primer día de la semana
Después de los acontecimiento
dolorosos de aquel Viernes Santo,
los discípulos de Jesús están con las puertas cerradas… por miedo…
Sin embargo, la presencia de Jesús Resucitado los
transforma.
*Recuperan la paz, pues el mismo Jesús les
sigue diciendo:
Les dejo la paz. Les doy mi paz. La
paz que yo les doy no es como
la paz que da el mundo. No se
angustien ni tengan miedo (Jn 14,27).
*Luego, Jesús los envía. El término
“enviar” atraviesa el Evangelio
de Juan. En el diálogo con la Samaritana, Jesús dice
a sus discípulos:
Yo les envío a cosechar donde otros
han trabajado (Jn 4,38).
Y en la oración sacerdotal, Jesús levanta los ojos
al cielo y exclama:
Padre, así como tú me enviaste al
mundo, así también yo los envío
al mundo… Que ellos sean uno en
nosotros, así el mundo creerá que
tú me enviaste… Ellos han conocido
que tú me enviaste (Jn 17,18ss).
*A continuación, Jesús les dice: Reciban el Espíritu Santo. Se trata
del Espíritu de la verdad: Ustedes le conocen, porque Él permanece
con ustedes y estará en ustedes. No
les dejaré huérfanos (Jn 14,17s).
*Sobre el perdón de los pecados,
recordemos lo que Jesús dice
a Nicodemo: Dios
no envió a su Hijo a este mundo para condenarlo
sino para salvarlo (Jn 3,17). Es por eso que Jesús tiene
autoridad
moral para decir a la mujer adúltera: Yo tampoco te condeno (Jn 8,11).
La
presencia viva de Jesús es fuente de alegría: Sus discípulos
se llenan de alegría al ver al
Señor. También nosotros, con la ayuda
de Dios, seamos mensajeros de la paz, allí
donde hay violencia…
pongamos
verdad, donde hay mentira… amemos y
perdonemos,
para vivir como hijos de Dios y como hermanos entre
nosotros…
Ocho días después
Ocho días después, sus discípulos -Tomás
con ellos- están reunidos
con las puertas cerradas. Jesús se pone en medio de ellos y les dice:
La paz esté con ustedes. Luego dice a Tomás: Mira mis manos… Toca
mis heridas… Palpa mi costado… No
seas incrédulo sino creyente.
En pocas palabras, se trata de un proceso de
reconciliación.
Las
heridas de personas que han sido torturadas por autoridades
corruptas, forman parte de su historia personal, no
las pueden olvidar;
pero al asumirlas de otra manera son heridas que sanan. Son víctimas
que una vez reconciliadas son capaces de perdonar y
reconciliar.
Por eso, para cualquier proceso de reconciliación,
los mejores agentes
son aquellas personas que han hecho un camino de
reconciliación.
Una
vez reconciliado, Tomás exclama: ¡Señor
mío y Dios mío!
El texto de Juan empieza
diciendo que Jesucristo es Dios (Jn
1,1.14);
y ahora termina
con esta confesión de fe: Jesús es Señor
y Dios.
Recordemos que para los judíos, la prueba de que
Jesús debe morir,
es que Él, no
solo quebranta el descanso del sábado, sino que además
dice que Dios es su Padre, haciéndose
igual a Dios (Jn
5,18).
En otra ocasión cuando van apedrear a Jesús, los
judíos le dicen:
No te apedreamos por las obras buenas
que haces, sino por blasfemar
porque tú, siendo hombre te haces
Dios (Jn 10,33).
Después de decir a Tomás: tú crees porque has visto, Jesús
anuncia
esta bienaventuranza: Felices los que creen sin haber visto.
Para que esta bienaventuranza se haga realidad entre
nosotros,
sigamos el ejemplo de las primeras comunidades
cristianas:
Todos los creyentes estaban muy
unidos y compartían sus bienes.
Vendían sus propiedades y todo lo
que tenían,
y repartían el dinero según las
necesidades de cada uno.
Todos los días se reunían en el
templo, y en las casas partían el pan,
compartiendo la comida con alegría
y sencillez sincera (Hch 2,44ss).
Hoy, -cuando nos comprometemos por realizar (como dice Pablo
VI)
la verdadera liberación que es el “paso”, para cada uno y para todos,
de condiciones de vida
menos humanas a condiciones más humanas...
-cuando dejamos de lado los adornos superfluos, para dar vida
plena
a los hermanos de Jesús que
tienen hambre y sed de justicia...
-cuando introducimos a los despreciados en nuestras comunidades…
son señales de creer: que Jesús vive y que por Él tenemos vida.
J. Castillo A.
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