miércoles, 30 de marzo de 2016

Creer en Jesús, el Hijo de Dios

2º Domingo de Pascua, ciclo C
Hch 5,12-16  -  Ap 1,9-19  -  Jn 20,19-31

   El texto del Evangelio de este domingo es un resumen de la Buena
Noticia que Jesús anuncia por ciudades y pueblos... Actualmente,
¿nos esforzamos por practicar sus enseñanzas… o nos contentamos
con repetirlas -de una manera rutinaria- en nuestras ceremonias?

Al anochecer del primer día de la semana
   Después de los acontecimiento dolorosos de aquel Viernes Santo,
los discípulos de Jesús están con las puertas cerradas por miedo
Sin embargo, la presencia de Jesús Resucitado los transforma.
*Recuperan la paz, pues el mismo Jesús les sigue diciendo:
Les dejo la paz. Les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como
la paz que da el mundo. No se angustien ni tengan miedo (Jn 14,27). 
*Luego, Jesús los envía. El término “enviar” atraviesa el Evangelio
de Juan. En el diálogo con la Samaritana, Jesús dice a sus discípulos:
Yo les envío a cosechar donde otros han trabajado (Jn 4,38).
Y en la oración sacerdotal, Jesús levanta los ojos al cielo y exclama:
Padre, así como tú me enviaste al mundo, así también yo los envío
al mundo… Que ellos sean uno en nosotros, así el mundo creerá que
tú me enviaste… Ellos han conocido que tú me enviaste (Jn 17,18ss).
*A continuación, Jesús les dice: Reciban el Espíritu Santo. Se trata
del Espíritu de la verdad: Ustedes le conocen, porque Él permanece
con ustedes y estará en ustedes. No les dejaré huérfanos (Jn 14,17s).
*Sobre el perdón de los pecados, recordemos lo que Jesús dice
a Nicodemo: Dios no envió a su Hijo a este mundo para condenarlo
sino para salvarlo (Jn 3,17). Es por eso que Jesús tiene autoridad
moral para decir a la mujer adúltera: Yo tampoco te condeno (Jn 8,11).
   La presencia viva de Jesús es fuente de alegría: Sus discípulos
se llenan de alegría al ver al Señor. También nosotros, con la ayuda
de Dios, seamos mensajeros de la paz, allí donde hay violencia…
pongamos verdad, donde hay mentira… amemos y perdonemos,
para vivir como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros…

Ocho días después
   Ocho días después, sus discípulos -Tomás con ellos- están reunidos
con las puertas cerradas. Jesús se pone en medio de ellos y les dice:
La paz esté con ustedes. Luego dice a Tomás: Mira mis manos… Toca
mis heridas… Palpa mi costado… No seas incrédulo sino creyente.
En pocas palabras, se trata de un proceso de reconciliación.
   Las heridas de personas que han sido torturadas por autoridades
corruptas, forman parte de su historia personal, no las pueden olvidar;
pero al asumirlas de otra manera son heridas que sanan. Son víctimas
que una vez reconciliadas son capaces de perdonar y reconciliar.
Por eso, para cualquier proceso de reconciliación, los mejores agentes
son aquellas personas que han hecho un camino de reconciliación.
   Una vez reconciliado, Tomás exclama: ¡Señor mío y Dios mío!
El texto de Juan empieza diciendo que Jesucristo es Dios (Jn 1,1.14);
y ahora termina con esta confesión de fe: Jesús es Señor y Dios.
Recordemos que para los judíos, la prueba de que Jesús debe  morir,
es que Él, no solo quebranta el descanso del sábado, sino que además
dice que Dios es su Padre, haciéndose igual a Dios (Jn 5,18).
En otra ocasión cuando van apedrear a Jesús, los judíos le dicen:
No te apedreamos por las obras buenas que haces, sino por blasfemar
porque tú, siendo hombre te haces Dios (Jn 10,33).
   Después de decir a Tomás: tú crees porque has visto, Jesús anuncia
esta bienaventuranza: Felices los que creen sin haber visto.
Para que esta bienaventuranza se haga realidad entre nosotros,
sigamos el ejemplo de las primeras comunidades cristianas:
Todos los creyentes estaban muy unidos y compartían sus bienes.
Vendían sus propiedades y todo lo que tenían,
y repartían el dinero según las necesidades de cada uno.
Todos los días se reunían en el templo, y en las casas partían el pan,
compartiendo la comida con alegría y sencillez sincera (Hch 2,44ss).
   Hoy, -cuando nos comprometemos por realizar (como dice Pablo VI)
la verdadera liberación que es el “paso”, para cada uno y para todos,
de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas...
-cuando dejamos de lado los adornos superfluos, para dar vida plena
a los hermanos de Jesús que tienen hambre y sed de justicia...
-cuando introducimos a los despreciados en nuestras comunidades…
son señales de creer: que Jesús vive y que por Él tenemos vida.
J. Castillo A.

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