IV Domingo, Tiempo
Ordinario, ciclo B
Dt 18,15-20 - 1Cor
7,32-35 - Mc 1,21-28
Hay personas que tienen ‘poder’ político, económico, religioso… pero no tienen ‘autoridad’ para hablar (dicen una cosa y hacen otra); ni autoridad para hacer (porque hacen ciertas obras pero roban).
Al respecto, el profeta Isaías, allá
por el año 740 a.C., denunciaba: Los jefes son
bandidos, socios de ladrones, se dejan sobornar, buscan regalos. No hacen
justicia a los huérfanos ni a las viudas (Is 1,23).
Diferente el ejemplo de Jesús: un día ‘sábado’
va a la ‘sinagoga’, para enseñar
con autoridad y no como los maestros de la ley, y para liberar
a su pueblo de un sistema religioso opresor,
Jesús enseña con
autoridad
Los escribas -llamados también doctores, maestros,
letrados-
son ‘especialistas’ en el conocimiento e interpretación
de la ley; pues
con el paso de los años se había elaborado gran cantidad
de preceptos
(morales, económicos y culturales) para controlar la vida del pueblo.
Eran pesadas cargas
puestas sobre las espaldas de la gente (Mt 23,4).
El descanso del día sábado prohibía hacer el bien o salvar
una vida.
Para Jesús, en cambio, el sábado ha sido hecho para el hombre…
por eso, un sábado, sana a un hombre que tiene la mano
paralizada.
Desde entonces sus enemigos buscan acabar con Él (Mc
2,23-3,6).
Otra
carga pesada eran las tradiciones de pureza
e impureza.
Sobre esto, Jesús desenmascara la hipocresía de esos
‘especialistas’:
Este pueblo me
honra con los labios pero su corazón está lejos de mí.
El culto que me dan
es inútil. Enseñan preceptos humanos. Dejan
de lado el
mandamiento de Dios para seguir sus tradiciones (Mc 7).
¡Cuánta falta nos hace oír: una enseñanza nueva, con
autoridad!
Con razón, Pablo VI dice: Será sobre todo mediante su conducta,
mediante su vida,
como la Iglesia evangelizará al mundo,
es decir, mediante su testimonio vivido de
fidelidad a Jesucristo,
de pobreza y
despego de los bienes materiales, de libertad frente
a los poderes del
mundo, en una palabra: de santidad (EN, n.41).
Jesús sana y libera
de la opresión
En la época de Jesús, los judíos que vivían fuera de
Jerusalén
se reunían el sábado en la sinagoga del pueblo: para escuchar pasajes
de la Biblia (principalmente la ley y los profetas) y
para las oraciones.
Ahora bien, según las normas de pureza
e impureza, la sinagoga
era un espacio sagrado reservado a los justos que
cumplían fielmente
las leyes, tradiciones y costumbres. Y quedaban fuera los
impuros,
publicanos, pecadores, leprosos, es decir, los rechazados
por Dios.
Sin embargo, según el texto de Marcos,
en la sinagoga de Cafarnaún
está precisamente
un hombre que tiene un espíritu inmundo.
¿Cómo es posible que una persona impura esté en un lugar
sagrado?
¿No será que ese
sistema religioso está contaminado y pervertido?
Quizás por esto, aquel hombre empieza a gritar: ¿Qué tenemos
que ver contigo,
Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos?
Así es. Jesús libera al pueblo de
tantas costumbres y cargas pesadas,
y valora la dignidad de todo ser humano, verdadera imagen
de Dios.
Para ello, Jesús predica en las sinagogas y expulsa
espíritus inmundos.
Más tarde, purificará el templo de Jerusalén, cueva de
ladrones.
En nuestros días, muchas personas, incluso pobres y
sencillas:
dependen de la propaganda comercial, consumen cosas
superfluas,
viven oprimidas por las tarjetas de crédito y facturas
que deben pagar,
y creen que al comprar la última moda serán más
respetadas…
Cuando los responsables de este nefasto
sistema griten: ¿Has venido
a destruirnos?, Jesús les dirá: Cállense y salgan de esas personas.
Pidamos a Dios que nos ilumine y nos fortalezca con su
Espíritu,
para liberarnos de tantos espíritus mundanos y
amenazadores.
Desde la Buena
Noticia que Jesús anuncia hagamos realidad
otro estilo de política y economía, donde se dé prioridad a la vida:
de niños, jóvenes y adultos… y de nuestra madre la
tierra…
Al respecto, en su mensaje de enero
2015, nuestros Obispos dicen:
No habrá paz
duradera y sostenida si no hay en cada uno de nosotros
la firme decisión
de construir la paz. ¡No seamos indiferentes a todo
signo de violencia
verbal o física, de corrupción y deshonestidad!
Reiteramos nuestro
rechazo al dicho generalizado: “No
importa
que las autoridades elegidas roben con tal que hagan
obras”.
Estas personas tendrán ‘poder’ para mentir, robar, oprimir,
matar…
pero no tienen ‘autoridad’
para servir, ni para que los demás crezcan.
J. Castillo A.
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