Bautismo del Señor
(ciclo B)
Is 55,1-11 - 1Jn
5,1-9 -
Mc 1,7-11
A los familiares y amigos de Cornelio, reunidos en su
casa, Pedro
les dice: Dios
ungió a Jesús de Nazaret con Espíritu
Santo y poder.
Él pasó haciendo el
bien y sanando a los enfermos, porque Dios
estaba con Él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea
y Jerusalén… Luego, ordena que todos sean
bautizados (Hch 10).
Hoy en día, para que el Bautismo, la
Confirmación y la Eucaristía
sean de veras fundamentos
de toda vida cristiana (CCE, 1212);
debemos, como Jesús, vivir y actuar movidos por el Espíritu
Santo.
Jesús de Nazaret va
en busca de Juan el Bautista
El niño Jesús, que nació pobre en un establo, crece
en edad,
en sabiduría y en gracia, delante de Dios y de los
hombres. Como
verdadero hombre, Jesús recorre las etapas de todo ser
humano.
Cuando cumple doce años, va a Jerusalén
para la fiesta de Pascua.
Allí, en el templo, en medio de los doctores, Jesús
anuncia la misión
que tiene por delante: Debo de ocuparme en las cosas de
mi Padre.
Luego vuelve a Nazaret con José y María… Será llamado Nazareno.
Como María su madre, Jesús también observa,
escucha, medita…
-Su pueblo, externamente, está bajo el dominio del
imperio romano;
e, internamente, explotado
por los terratenientes y comerciantes.
-Observa que los campesinos pobres de Galilea viven
agobiados
por los impuestos;
mientras las autoridades políticas y religiosas
residen en lujosos edificios, en la parte alta de
Jerusalén.
-Ve la desesperación de muchos campesinos que al no poder
pagar
sus deudas, se
ven obligados a entregar sus tierras y, en adelante,
aumentar el número de mendigos que andan mal vestidos y
descalzos.
-Se conmueve al ver a muchas mujeres viudas, esposas abandonadas
por sus maridos, prostitutas
que ejercen este oficio para sobrevivir.
Ante éstos y otros sufrimientos, Jesús no permanece indiferente.
Un día, cuando tenía unos treinta años de edad, abandona
su familia,
deja su trabajo, se aleja de Nazaret y va al desierto en
busca de Juan…
El profeta Juan
predica y bautiza
Juan el Bautista pertenece a una familia sacerdotal
campesina.
Sin embargo, guiado por la Palabra de Dios, deja el
templo
y va al desierto, cerca del río Jordán, donde vive con
austeridad.
Desde allí, Juan viene a ser la voz que grita en el desierto,
y el profeta que prepara el camino al Señor.
A quienes acuden a él para recibir su bautismo de agua, les pide:
-confesar sus pecados y también los pecados del pueblo,
-invocar a Dios pues solo Él concede el perdón de los
pecados,
-mostrar los frutos de una sincera conversión y cambio de
vida,
-dar de comer al que tiene hambre, vestir al que está
desnudo,
-no cobrar más de lo debido, ni maltratar, ni hacer
denuncias falsas.
Sin dar mayores detalles anuncia a uno que viene detrás de él,
que es más fuerte, y que bautizará con el Espíritu Santo.
Tú eres mi Hijo amado
Cuando Jesús llega al Jordán, encuentra ese ambiente
conmovedor,
se acerca al Bautista, escucha su llamada a la
conversión,
y, como uno más -despojado
de todo privilegio- se hace bautizar.
Al salir del agua, el Espíritu Santo baja
sobre Jesús,
y se oye una voz del cielo que dice: Tú eres mi Hijo amado.
Allí en el desierto están presente: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Más tarde, la voz del Bautista dejará
de gritar y sus manos dejarán
de bautizar, porque Herodes Antipas lo encarcelará y
asesinará.
¿Su proyecto
quedará interrumpido?... ¿Habrá sido
un fracaso?...
De ninguna manera, la mecha que todavía humea no se apagará.
Jesús, movido por el Espíritu, vuelve a Galilea y desde
allí proclama
la Buena Noticia
del Reino de Dios… Llama felices a
los pobres…
Anuncia que está presente en sus hermanos pequeños y excluidos…
Ahora bien, si queremos buscar y encontrar el rostro de Jesús,
el Hijo amado del Padre, no debemos buscarlo en un cielo lejano…
Hay que buscarlo aquí en la tierra. Él sigue abrazando a
los niños
golpeados por la pobreza y la miseria. Sale al encuentro
y acoge
a los jóvenes que han abandonado el hogar por no
encontrar un lugar
en esta sociedad. Da vida a los enfermos abandonados en
el camino.
Sufre con el
pobre, llamado Lázaro, cubierto de llagas y con hambre.
Está presente en los que dan su vida por los hermanos…
J. Castillo A.
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