3º Domingo de Cuaresma, ciclo C
Ex 3,1-15 - 1Cor
10,1-12 - Lc 13,1-9
Las desgracias que hay por obra humana o
por desastres naturales,
no
son “castigo divino” como muchas veces escuchamos decir.
Dios
no anda castigando a sus hijos por los pecados que cometen.
Dios
compasivo quiere que nos convirtamos y demos buenos frutos.
Conversión:
don de Dios y tarea humana
Cuando le informan que Pilato
-representante del imperio romano-
asesinó
brutalmente a unos galileos, Jesús no denuncia esa crueldad;
tampoco
pide a la gente responder a ese acto criminal con violencia.
Para
Jesús, aquellas víctimas no eran más pecadores que los demás,
por
eso les dice: si ustedes no se convierten, acabarán como ellos.
Todos
necesitamos convertirnos, cambiar nuestra manera de pensar,
salir
de nuestro egoísmo, solidarizarnos con los que sufren, perdonar,
amar
incluso al opresor para que se convierta y pida perdón; pues
el
cambio viene de los insignificantes, de ellos es el Reino (Lc 12,32):
Nosotros sabemos que hemos pasado de la
muerte a la vida, porque
amamos a los hermanos. Quien no ama
permanece en la muerte.
Quien odia a su hermano es asesino, y ya
saben ustedes
que ningún asesino puede tener la vida
eterna
(1Jn 3,13ss).
Actualmente,
hay personas que viven en un callejón
sin salida:
*niños
y niñas víctimas de la prostitución y del
trabajo infantil…
*jóvenes
atrapados por el narcotráfico, la delincuencia, corrupción…
*hijos
“huérfanos” de padres que viven pero están separados…
*niños,
jóvenes y adultos que sobreviven mendigando una limosna…
*trabajadores
que escupen sangre para que otros vivan
mejor…
*ancianos
abandonados porque son una carga familiar…
Ante
éstos y otros problemas, Jesús nos dice: conviértanse…
Ahora
bien, siendo la conversión don de Dios y
respuesta humana,
pidamos
al Señor la capacidad de: -ver la
opresión de los débiles,
-oír el grito de los pobres, -conocer el sufrimiento de los
marginados,
-liberar a las personas oprimidas
dándoles vida plena (1ª lectura).
Señor,
déjala todavía este año… tal vez así dé fruto
Han pasado los años y la higuera -la viña
del Señor- no da fruto.
Los
hombres y las mujeres de Israel y de Judá son la viña del Señor:
Dios espera de ellos derecho y solo
encuentra asesinatos,
espera justicia y solo escucha gritos de
dolor
(Is 5,1-7).
Para
Jesús debió ser desalentador encontrar a muchas personas
que
escuchan sus enseñanzas, pero no dan
señales de conversión.
Como
no cambian ni se arrepienten… ¿será mejor cortarlas?
También
en nuestros días, hay cristianos estériles que no dan fruto,
siguen
ocupando inútilmente un lugar en la sociedad y en la Iglesia.
Entonces,
los que se creen “justos y buenos” gritan: ¡Que
los corten!
Mientras
éstos gritan, abramos el Evangelio para ver que hay:
*leprosos
excluidos por la sociedad y la religión…
*pecadores
despreciados por los expertos en materia religiosa…
*mujeres
de mala vida condenadas a morir apedreadas…
*discípulos
que discuten para saber quién es el más importante…
en
estos casos, ¿será mejor cortarlos?,
¿quién lanza la primera piedra?
Felizmente,
el viñador intercede para salvar la higuera estéril y dice:
Señor, déjala todavía este año, cavaré
alrededor y le pondré abono,
tal
vez así dé fruto. Si no, el año
que viene la cortarás.
Con
la frase tal vez empieza el tiempo
de espera, pero
¿hasta
cuándo?
Después de tantos siglos de
evangelización, examinémonos:
*¿Hasta
cuándo dejaremos de lado las enseñanzas y obras de Jesús,
para seguir las costumbres y tradiciones
humanas (Mc 7,8).
*¿Hasta
cuándo, al entrar en un templo, estará la
lista de los precios:
bautismo, tanto… intención de misa, tanto? (Francisco,
21/11/2014).
*Siendo
la Eucaristía fuente y culmen de la vida
cristiana (LG, n.11),
¿hasta cuándo tendrá precio, dependiendo si
es rezada o cantada?
*¿Hasta
cuándo se dará más importancia a los trámites burocráticos,
cuando se trata de los sacramentos del
Bautismo y Matrimonio?
*¿Hasta
cuándo la ofrenda que se presenta durante el ofertorio será
un simple ritualismo, dejando de lado el
sufrimiento de los pobres?
*¿Hasta
cuándo daremos preferencia a los adornos superfluos…
y a los objetos preciosos… en vez de
alimentar al que tiene hambre,
vestir al desnudo, acoger al forastero? (Juan
Pablo II, SRS, n.31).
De nada vale decir mañana lo haremos… y mañana decir lo mismo.
¿Qué
nos impide poner fin a estos problemas “hoy mismo"?
J. Castillo A.
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