1º Domingo de Cuaresma, ciclo C
Deut 26,4-10 - Rom
10,8-13 - Lc 4,1-13
Cuaresma es un
tiempo favorable para convertirnos, cambiar nuestra
manera
de vivir, nuestro corazón… sobre todo cuando buscamos:
“el tener… el poder… el figurar…”;
dejando de lado lo esencial
de
la fe cristiana: morir con Cristo para vivir con Él (Rom 6,1-11).
Sigamos
el ejemplo de Jesús que vence a “satanás,
diablo, tentador”
con
la Palabra de Dios, luz verdadera
que alumbra en las tinieblas.
Dile
a esta piedra que se convierta en pan
Jesús durante cuarenta días no come nada
y, al final, tiene hambre.
Fue
entonces cuando el “diablo” le pide convertir la piedra en pan,
pero
Jesús responde: No solo de pan vive el hombre (Deut 8,2s).
Actualmente,
hay personas y empresas que solo buscan amontonar
riquezas
materiales, explotando a los pobres y destruyendo la tierra.
Son
los intereses de grupos económicos que
arrasan irracionalmente
las fuentes de vida en perjuicio de
naciones enteras
(DA, n.471).
Las
consecuencias están a la vista: sufrimiento, miseria, hambre…
Jesús
sabe que el anhelo más profundo de todos, ricos y pobres,
no
se satisface solo con el alimento material. Por eso, más tarde dirá:
Ustedes me buscan porque han comido pan
hasta saciarse. Trabajen
no por el alimento que se acaba, sino
por el alimento que permanece
y da vida eterna; el que les dará el
Hijo del Hombre
(Jn 6,26s).
El
Papa Juan Pablo II, después de escuchar a los esposos Chero
que
le dicen: tenemos hambre, sufrimos miseria,
nos falta trabajo…
pero creemos en el Dios de la Vida…; muy conmovido
responde:
Veo que hay aquí un hambre de Dios. Este
hambre constituye una
verdadera riqueza, es la riqueza de los
pobres que no se debe perder.
Hay aquí un hambre de pan. El Señor nos
ha enseñado a rezar:
“danos hoy nuestro pan de cada día”.
Entonces, se debe hacer todo
para preparar y para llevar este pan de
cada día a los hambrientos
de pan… Yo les deseo que sean
hambrientos de Dios, pero no del pan
de cada día… (En Villa El
Salvador, Lima, 5 febrero 1985).
Te
daré el poder y la gloria, si te arrodillas ante mí
Después, el “diablo” lo lleva a un lugar
muy alto. Desde allí, Jesús
mira
todos los reinos de la tierra, donde hay opresores y oprimidos.
Mientras
Jesús buscará introducir el Reino de Dios
y su justicia,
el
“diablo” le ofrece: poder y gloria, si se
arrodilla delante de él.
Jesús
reacciona diciendo: Al Señor, tu Dios, adorarás (Deut 6,10-15).
Sin
embargo, hoy en día, hay personas creyentes que solo buscan
el
poder económico, se arrodillan ante los minerales… y siguen
los
pasos del pueblo hebreo que, liberado de la esclavitud de Egipto,
se
aparta del camino de Dios para adorar un
becerro de oro.
Al
respecto, escuchemos al Papa Francisco: La
crisis financiera
que atravesamos nos hace olvidar que en
su origen hay una profunda
crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano!
Hemos creado nuevos ídolos. La adoración
del antiguo becerro
de oro (Ex 32,1-35) ha encontrado una
versión nueva y despiadada
en el culto del dinero y en la dictadura
de la economía sin rostro
y sin un objetivo verdaderamente humano…
Más adelante el Papa
añade: ¡El dinero debe servir y no
gobernar!
(EG, 2013, n. 55 y 58).
Si
eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo
Luego, desde lo más alto del templo,
el “diablo” dice a Jesús:
Tírate de aquí abajo que Dios encargará
a sus ángeles que te cuiden.
Se
trata de usar a Dios y al prójimo para figurar, triunfar, tener éxito.
Jesús
reacciona diciendo: No tentarás al Señor, tu Dios (Deut 6,16).
En
nuestros días, mientras el pueblo anda de abismo en abismo,
hay
personas creyentes que no cesan de viajar de cumbre en cumbre,
de
reunión en reunión… buscando prestigio, aplauso, condecoración.
Muy
diferente el camino que Jesús nos muestra con su ejemplo:
Los reyes de las naciones dominan y los
que imponen su autoridad
se hacen llamar bienhechores. Ustedes no
sean así. Al contrario,
el más importante entre ustedes
compórtese como si fuera el último,
y el que manda como el que sirve… Yo estoy en medio de ustedes
como
quien sirve
(Lc 22,24ss. Cf. Jn 13,12-17).
Sigamos
reflexionando en las siguientes palabras del Vaticano II:
No impulsa
a la Iglesia ambición terrena
alguna. Solo desea una cosa:
continuar, bajo la guía del Espíritu
Santo, la obra misma de Cristo,
quien vino al mundo para dar testimonio
de la verdad… para salvar
y no para juzgar… para servir y no para ser servido (GS, n.3).
J. Castillo A.
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