miércoles, 10 de febrero de 2016

No nos dejes caer en la tentación

1º Domingo de Cuaresma, ciclo C
Deut 26,4-10  -  Rom 10,8-13  -  Lc 4,1-13

Cuaresma es un tiempo favorable para convertirnos, cambiar nuestra
manera de vivir, nuestro corazón… sobre todo cuando buscamos:
el tener… el poder… el figurar…”; dejando de lado lo esencial
de la fe cristiana: morir con Cristo para vivir con Él (Rom 6,1-11).
Sigamos el ejemplo de Jesús que vence a “satanás, diablo, tentador
con la Palabra de Dios, luz verdadera que alumbra en las tinieblas.

Dile a esta piedra que se convierta en pan
   Jesús durante cuarenta días no come nada y, al final, tiene hambre.
Fue entonces cuando el “diablo” le pide convertir la piedra en pan,
pero Jesús responde: No solo de pan vive el hombre (Deut 8,2s).
   Actualmente, hay personas y empresas que solo buscan amontonar
riquezas materiales, explotando a los pobres y destruyendo la tierra.
Son los intereses de grupos económicos que arrasan irracionalmente
las fuentes de vida en perjuicio de naciones enteras (DA, n.471).
Las consecuencias están a la vista: sufrimiento, miseria, hambre…
   Jesús sabe que el anhelo más profundo de todos, ricos y pobres,
no se satisface solo con el alimento material. Por eso, más tarde dirá:
Ustedes me buscan porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen
no por el alimento que se acaba, sino por el alimento que permanece
y da vida eterna; el que les dará el Hijo del Hombre (Jn 6,26s).
   El Papa Juan Pablo II, después de escuchar a los esposos Chero
que le dicen: tenemos hambre, sufrimos miseria, nos falta trabajo…
pero creemos en el Dios de la Vida…; muy conmovido responde:
Veo que hay aquí un hambre de Dios. Este hambre constituye una
verdadera riqueza, es la riqueza de los pobres que no se debe perder.
Hay aquí un hambre de pan. El Señor nos ha enseñado a rezar:
“danos hoy nuestro pan de cada día”. Entonces, se debe hacer todo
para preparar y para llevar este pan de cada día a los hambrientos
de pan… Yo les deseo que sean hambrientos de Dios, pero no del pan
de cada día… (En Villa El Salvador, Lima, 5 febrero 1985).

Te daré el poder y la gloria, si te arrodillas ante mí
   Después, el “diablo” lo lleva a un lugar muy alto. Desde allí, Jesús
mira todos los reinos de la tierra, donde hay opresores y oprimidos.
Mientras Jesús buscará introducir el Reino de Dios y su justicia,
el “diablo” le ofrece: poder y gloria, si se arrodilla delante de él.
Jesús reacciona diciendo: Al Señor, tu Dios, adorarás (Deut 6,10-15).
   Sin embargo, hoy en día, hay personas creyentes que solo buscan
el poder económico, se arrodillan ante los minerales… y siguen
los pasos del pueblo hebreo que, liberado de la esclavitud de Egipto,
se aparta del camino de Dios para adorar un becerro de oro.
   Al respecto, escuchemos al Papa Francisco: La crisis financiera
que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda
crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano!
Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro
de oro (Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada
en el culto del dinero y en la dictadura de la economía sin rostro
y sin un objetivo verdaderamente humano… Más adelante el Papa
añade: ¡El dinero debe servir y no gobernar! (EG, 2013, n. 55 y 58).

Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo
   Luego, desde lo más alto del templo, el “diablo” dice a Jesús:
Tírate de aquí abajo que Dios encargará a sus ángeles que te cuiden.
Se trata de usar a Dios y al prójimo para figurar, triunfar, tener éxito.
Jesús reacciona diciendo: No tentarás al Señor, tu Dios (Deut 6,16).
   En nuestros días, mientras el pueblo anda de abismo en abismo,
hay personas creyentes que no cesan de viajar de cumbre en cumbre,
de reunión en reunión… buscando prestigio, aplauso, condecoración.
   Muy diferente el camino que Jesús nos muestra con su ejemplo:
Los reyes de las naciones dominan y los que imponen su autoridad
se hacen llamar bienhechores. Ustedes no sean así. Al contrario,
el más importante entre ustedes compórtese como si fuera el último,
y el que manda como el que sirve… Yo estoy en medio de ustedes
como quien sirve (Lc 22,24ss. Cf. Jn 13,12-17). 
   Sigamos reflexionando en las siguientes palabras del Vaticano II:  
No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Solo desea una cosa:
continuar, bajo la guía del Espíritu Santo, la obra misma de Cristo,
quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad… para salvar
y no para juzgar… para servir y no para ser servido (GS, n.3). 
J. Castillo A.

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