14º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Zac 9,9-10 - Rom
8,9-13 -
Mt 11,25-30
Jesús es una persona de oración… y
agradece al Padre
porque
el anuncio del Reino de Dios es acogido por la gente sencilla.
Siendo
Hijo de Dios, nos da a conocer el
verdadero rostro del Padre,
y,
desde su experiencia, nos ofrece un yugo suave y una carga ligera.
Sabios
y entendidos… y gente sencilla…
Los sacerdotes,
doctores de la ley y fariseos son sabios
y entendidos;
ellos
no necesitan aprender, porque tienen otros intereses.
Los
primeros han hecho del templo una cueva de ladrones (Mt 21).
Los
otros: Rezan para devorar los
bienes de las viudas (Lc 21,47).
Enseñan pero no practican. Ponen pesadas cargas a la gente.
Todo lo hacen para exhibirse. Les gusta ocupar
los primeros puestos.
Son guías
ciegos. No practican lo más
importante de la ley, a saber,
la
justicia, la misericordia y la fidelidad (Mt 23).
Como
dice Jesús: los que obran mal, odian la
luz y no vienen a la luz,
para que sus maldades no sean descubiertas
y condenadas
(Jn 3,19s).
Muy
diferente la respuesta de la gente
sencilla, pobre, ignorante…
que
-según los fariseos- son malditos por no
conocer la ley (Jn 7,49).
Sin
embargo, Jesús les enseña a ellos, partiendo de la realidad,
desde
lo que ve y oye, mientras camina por
ciudades y pueblos.
Para
Jesús todo es una oportunidad para anunciar el Reino de Dios:
la semilla y la tierra… el trigo y la
cizaña… el tesoro y la perla…
Es
por eso que la gente sencilla le escucha con admiración y exclama:
Enseña
con autoridad, no como los
maestros de la ley
(Mt 7,29).
Y
hoy, al ver que se adormece a los pobres con proyectos paliativos,
que
no van a las verdaderas causas de tanta injusticia y desigualdad,
Jesús
-a través de nosotros- vuelve a proclamar esta Buena Noticia:
Felices ustedes los pobres… los
afligidos… los humildes…
los que tienen hambre y sed de justicia…
los compasivos…
los limpios de corazón… los que trabajan
por la paz…
porque el Reino de los cielos les
pertenece
(Mt 5,1ss).
El
Padre y el Hijo
Después que Jesús es bautizado, se oye la
voz del Padre que dice:
Éste es mi Hijo querido, mi predilecto (Mt 3,17).
Algo
semejante se oye también durante su transfiguración:
Éste es mi Hijo amado, a quien he
elegido, escúchenle
(Mt 17,5).
Desde
esta íntima comunión del Padre con el
Hijo,
podemos
conocer -escuchando a Jesús- el verdadero rostro de Dios,
amigo
de la Vida… Padre misericordioso y compasivo…
Para
ello, abriendo las páginas de los evangelios, vemos que Jesús
tiene
un corazón que siente y sufre la miseria de los insignificantes,
y
vive pobre entre los pobres, padeciendo
con todos ellos.
Ahora
bien, Jesús -a quien el Padre le ha entregado todo- nos dice:
Nadie conoce realmente al Hijo, sino el
Padre,
y nadie conoce realmente al Padre, sino
el Hijo,
y aquel a quien el Hijo quiera darlo a
conocer.
Ligeros
de equipaje
Ya lo dijimos. Los fariseos y los
maestros de la ley (de ayer y hoy),
imponen
a la gente insoportables prácticas legales y religiosas;
mientras
ellos ni siquiera levantan un dedo para moverlas.
Jesús,
que vino a liberarnos de toda clase de opresión, nos dice:
Vengan
a mí, los que están cansados y agobiados. Yo les aliviaré.
Al
enviar a sus discípulos para anunciar el Reino y sanar enfermos,
Jesús
les dice: Den gratuitamente lo que
gratuitamente han recibido.
No lleven en el cinturón oro, ni plata,
ni monedas de cobre;
ni provisiones para el camino, ni dos
túnicas, ni sandalias, ni bastón,
porque quien trabaja tiene derecho a
comer
(Mt 10,7ss).
También
hoy nos dice: Mi yugo es suave y mi carga es ligera.
El
camino para conocer al Padre es Jesús, su Hijo amado,
que
por amor nace pobre en un establo, para darnos vida en plenitud.
Al
respecto, San Pablo escribe: Cristo tomó la condición de servidor.
Se hizo semejante a los seres humanos.
Se humilló.
Y se hizo obediente hasta la muerte y
muerte en la cruz
(Flp 2,5ss).
Sabiendo
que el camino de los sabios, entendidos, doctores de la ley...
no
es el camino de la gente sencilla y despreciada (cf. Is. 55,8);
Jesús,
el Hijo de Dios, el Profeta humilde de Nazaret, nos dice:
Aprendan
de mí que soy manso y humilde de corazón
y
encontrarán descanso para sus vidas (cf. Jer 6,16).
J. Castillo A.
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