viernes, 7 de julio de 2017

Vivir sencillamente con Dios (Domingo 9 de Julio)

 
“Te doy gracias, padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a os sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 25).  Es el grito exultante de quien ha experimentado el amor del Padre en las cosas sencillas y simples de la vida y constata que los que se complican la vida con juegos de palabras, experimentos, maquinaciones y teorías rebuscadas, no pueden captar la sabiduría y belleza de Dios. El mensaje divino sólo está manifiesto a la gente humilde, a los “simples”, diría san Francisco, a los que tienen la mente y el corazón abiertos a la sorpresa de Dios. Los sabios y entendidos del mundo han cerrado la puerta de acceso al conocimiento del Reino con su soberbia.  

¿"Antes muerta que sencilla"?

Gente sencilla es lo opuesto a  gente complicada; los simples y sencillos son diferentes a los complicados, aquellos que se han construido un mundo mental y moral a su medida donde ellos son el centro. Brilla en ellos más el personaje que la persona, la imagen que la realidad. De este modo los complicados han perdido la capacidad de ver lo evidente, realidades tan fáciles de intuir como:
-que Dios está ahí, a tu lado,
-que el hermano es algo más que un número,
-que la ambición destruye a la persona y a la sociedad,
-que al mundo no le sobran personas sino que falta voluntad de convivir y compartir,
-que las fronteras son un invento del maligno,
-que la justicia es mucho más que la ley,
-que el amor y el perdón tiene más futuro que el odio...


En nuestro mundo abundamos de gente complicada, mientras escaseamos de gente sencilla; tal vez porque cada uno tiende diabólicamente a complicar las cosas para buscar el propio beneficio. Al grito de "antes muerta que sencilla", título de una canción que fue de fugaz éxito, son muchos los que prefieren vivir ajetreados, distrayendo la vida con multitud de cosas, antes que pasar desapercibidos a los ojos de una sociedad que cada día exige más tontería para ser alguien según sus esquemas.


Es una pena, porque a quienes viven encumbrados sobre la farándula y encorvados sobre sus ombligos les está vedado el conocimiento de Dios; no porque Dios no quiera dárseles a conocer sino porque ellos no quieren conocerle; tampoco pueden, porque Dios es demasiado “excelente” para estómagos groseros y egoístas. A Dios no se le encuentra embelesados en las superficiales rugosidades del ombligo, sino adentrados en las profundidades interiores del corazón.

Los sencillos encuentran a Dios.

Captar la onda de Dios exige dejar a un lado los intereses mundanos, vaciar el alma de saberes, limpiar el corazón de borrones para escribir el nombre de Dios en su página inmaculada; para oír a Dios se precisa dar de lado a los ruidos que ensordecen el alma y escuchar en el silencio su llamada: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré” (Mt 11,28).

¿Quién no se ha sentido alguna vez en la vida cansado, agobiado, desesperado, desanimado, hundido, ahogado? Todos hemos experimentado en algún momento esa carga sobre nuestros hombros, y hemos gritado como el poeta Antonio Machado
;
 
 ¡Señor, me cansa la vida,
tengo la garganta rota
de gritar sobre los mares.
La voz de la mar me asorda
y el universo me ahoga.
 
Señor, me dejaste solo,
sólo con el mar a solas.
O tú y yo jugando estamos
al escondite, Señor,
o la voz con que te llamo 
es tu voz.
 
  Por todas partes te busco
sin encontrarte jamás.
Y en todas partes te encuentro
sólo por irte a buscar.

Cuando sientes el agobio de la vida, cuando angustiado  preguntas ¿dónde estás, Señor?,  ya tienes la respuesta: “En todas partes te encuentro / sólo por irte a buscar”. Encuentras a Dios en la fe, buscándole siempre, no perdiendo su memoria en la tempestad.  Aunque parezca dormido, Él sigue estando contigo (cf Mt 8,23-27) y te llama: “¡Ven a mi! ...  Yo te aliviaré” (cf Mt 11,28). Y cuando vuelves tu mirada al Señor sientes en ti mismo el descanso de preocupaciones que son una tortura inútil: el miedo a perder en tus negocios, el miedo a quedarte en la calle, sin trabajo,  el pánico al rechazo si  ejerces la denuncia profética, el terror a que los que tanto quieres no te quieran; te basta saber que Él te quiere, y está de tu lado.

Con Santa Teresa de Ávila, puedes decir: “Sólo Dios basta”; todo lo demás es importante, pero sólo Él es esencial. En Él está mi despreocupada preocupación; si me ocupo sólo de las cosas de Dios, si en lo humano busco primero el Reino de Dios y su justicia, todo lo demás se me dará por añadidura (cf Mt 6,33) y encontraré el descanso de la carne y el espíritu.

Para hallar a Dios es suficiente dejarle ser; dejar que Dios sea Dios. Somos tan complicados que queremos que Dios no sea Él sino nuestra idea de Él, nuestro Dios imaginado, un Dios que tendría que hacer encajes de bolillos para poder concertar nuestras propias contradicciones y pecados. ¡Deja que Dios sea Dios! No te compliques fabricando un Dios que cimente tu personalidad ficticia, el imposible de una vida de nadar y guardar la ropa. ¡Mírate en el espejo y date cuenta de quien eres y quién es Él! Si te asusta verte reflejado en el espejo no temas, quítate el maquillaje, arroja al cubo de la basura tus abalorios y acude a Él, que te aliviará. ¿Me harás caso? 


En Dios está tu poder.


Hay un libro de éxito mundial escrito por Eckart Tolle, a quien podemos considerar el líder de los maestros espirituales new age del momento; se trata de una obra de la que se han vendido millones de ejemplares: El poder del ahora, y tiene como subtítulo: Una guía para la iluminación espiritual. Se trata de un autor místico de la new age que parece haber descubierto la clave de la felicidad en esa mezcla tan actual de  autoayuda y  espiritualidad. Su espiritualidad consiste es algo tan sencillo como situarse en el presente (mindfulness). Su evangelio, que desarrolla con detenidas puntualizaciones y que aquí no podemos explicitar , es muy simple: no existe el pasado, no existe el futuro, sólo existe el presente; por tanto, vive cada momento con serenidad porque el pasado ya fue y el futuro aún no es. Lógicamente el éxito del libro, en estos tiempos de espiritualidad sin Dios, puede deberse también en su indefinición religiosa. 

Va en aumento en nuestro entorno una espiritualidad de tinte marcadamente individualista y narcisista como la que predica E. Tolle, y que no soporta fácilmente ni la idea ni la presencia de un Dios encarnado y exigente que desenmascare la egolatría de quien sólo cree y se da culto a sí mismos, y tampoco la idea de una Iglesia (comunidad) que garantice una tradición espiritual sólida.  Aunque el autor del libro citado  remite a unos escogidos versículos del Nuevo Testamento, e incluso habla del camino de la cruz, da la sensación de que lo hace sólo como apoyo para justificar como máximo objetivo de la vida el disfrute individual  de un bienestar interior. ¿No estamos ante una espiritualidad de evasión, que olvida que Jesús no quita la cruz sino que la aligera con su presencia y acompañamiento?
 
Jesús no vino a quitarnos la cruz, sino a enseñarnos y ayudarnos a llevarla. La carga y el yugo de la vida son ligeros, pero no por ello un estorbo para vivir. Es más, la cruz es parte esencial de la propia existencia, porque no hay vida sin cruz, sin compromiso conmigo mismo, con  el Otro y con los otros. No hay evangelio sin cruz, y si al "evangelio de la cruz" y la resurrección" le quitamos una de sus partes  lo mutilamos y desvirtuamos.
 
La venta y suponemos que la lectura masiva de las obras de Eckhart Tolle  son un reto para los creyentes cristianos porque nos obliga a pensar que hay mucha gente de nuestro tiempo buscando la paz y la felicidad (hambre de espiritualidad) y creen encontrarlas en filosofías místicas (mientras más racionalistas, mejor). Se trata -piensan- de hallar la plenitud en uno mismo, en las propias capacidades y poderes.


Pero ¿se basta a sí mismo el hombre? El poder del ahora, la potencia para hallar la paz y el bienestar espiritual lo puedes encontrar en ti, pero no porque forme parte de tu naturaleza; esa fuerza vive y existe fuera de ti y debes salir de tu egoísmo para alcanzarla: la fuerza está en Jesucristo; no eres tú quien tiene el poder, es Él quien te concede esa fuerza; si le reconoces en la fe y le dejas entrar en tu vida, te colmará de sus dones, sanará tus heridas, llenará tus vacíos haciendo realidad en ti su palabra: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11, 28).

Y no sólo fuera. También, misteriosamente, esa fuerza que es Dios la llevas en tu interior. Habitando en ti (inhabitación) Jesús te da el poder para complicarte la vida por el Reino, sin agobios. Sabrás entonces que no cuentas  sólo con tus fuerzas, porque el poder de Dios te acompaña (cf 1 Sam 17,45). Si abres tu conciencia a la verdad del Evangelio de Jesús, tu poder y tu ahora será Jesucristo; con Él gozarás del presente sin estar  lastrado por los errores del pasado y sin miedo al futuro. Y el gozo de Jesús no te enclaustrará en un presente pasivo y narcisista, sino que te empujará a la acción por un futuro mejor.

Piensa un poco en tus preocupaciones concretas, en lo que ahora mismo hace pesado y lento el dinamismo de tu existencia, y luego, teniendo ante ti  todas esas cosas que parecen ahogarte, mira a Jesús y escúcha lo que te dice: “Ven a mí si estás cansado y agobiado… Yo te aliviaré… y encontrarás tu descanso”. ¿A qué esperas para dejarle entrar en tu vida? No te quitará tu cruz, pero desde entonces será más leve, porque "su yugo es llevadero y su carga ligera”. (Mt 11,30).
 
Casto Acedo Gómez. Julio 2017. paduamerida@gmail.com

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