Domingo XVIII, Tiempo Ordinario, ciclo
B
Ex 16,2-15 - Ef
4,17-24 - Jn 6,24-35
Después de compartir panes y peces con unas cinco mil personas,
Jesús
se va solo al monte a orar, evitando así que lo proclamen rey.
Al
día siguiente, Jesús pasa a la otra
orilla… a Cafarnaún.
Allí,
a la gente preocupada por asegurase el pan de cada día,
Jesús
les anuncia esta Buena Noticia: Yo soy el pan de vida.
Trabajen
por el alimento que dura y da vida eterna
Cuando Jesús ve el hambre de la gente, no
permanece indiferente.
Él
mismo parte y comparte el pan…Se
identifica con los hambrientos
y
sedientos llamándolos mis hermanos… A
sus seguidores de todos
los
tiempos les sigue diciendo: Denles
ustedes de comer (Mc 6,37).
También,
se lamenta de los que andan satisfechos,
porque tendrán
hambre (Lc 6); y denuncia a los terratenientes ambiciosos (Lc 12).
Hoy,
cuando tenemos abundantes recursos naturales, el hambre
que
sufren millones de hermanos nuestros es un crimen abominable.
Allí
están los campesinos e indígenas que, al ser privados de la tierra
donde
nacieron, se ven obligados a migrar a la ciudad o al extranjero.
Al
respecto, el Papa Francisco denuncia que las
grandes ciudades
se hacen grandes con cordones de pobreza
y miseria. Luego pregunta:
¿Por qué la gente viene a las grandes
ciudades, a los cordones de las
grandes ciudades, a las villas miserias,
a las chabolas, a las favelas?
Porque ya el mundo rural para ellos no les da oportunidades.
Y
continúa: La idolatría de la tecnocracia
lleva a la desocupación,
crea desocupación. Los fenómenos de la
falta de trabajo son muy
grandes y la gente necesita migrar,
buscar nuevos horizontes.
Entre
los caminos de solución, el Papa señala: El
trabajo más serio
y profundo se hace desde la periferia hacia el centro (21 julio
2015).
Partiendo
de la necesidad de trabajar para tener el pan de cada día,
Jesús
pide a la gente trabajar por el alimento que dura y que da
vida
eterna;
pues, el hombre y la mujer no solo viven
de pan,
sino de toda palabra que sale de la boca
de Dios
(Deut 8,3; Mt 4,4).
Creer
en Jesús, el enviado de Dios
La gente, pensando en agradar a Dios con
‘obras buenas’, pregunta:
¿Qué debemos hacer para realizar las
obras que Dios quiere?
La
respuesta de Jesús va a lo esencial: Creer en el enviado de Dios,
es
decir, creer en la persona de Jesús,
en su vida, en sus enseñanzas,
en
sus obras; de tal manera que Jesús viva en nosotros (Gal 2,20).
En
otras palabras, trabajar por un mundo más humano, donde todos:
-vivamos
como hijos de Dios, creer que Dios es
nuestro Padre; y
-vivir
como hermanos, creer que Jesús está en
medio de nosotros,
en sus hermanos que sufren hambre, sed, enfermedad… (Mt 25).
Sobre
la importancia de creer en Jesús, en
Juan (12,42ss) se dice:
Muchos creyeron en Él, aún entre las autoridades; pero por miedo
a los fariseos no lo decían, para no ser
expulsados de la sinagoga.
Preferían la gloria de los hombres a la
gloria de Dios.
Jesús exclamó: El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en
el que me envió. El que me ve, ve al que
me envió. Yo soy la luz y he
venido al mundo para que quien cree en mí no se quede en
tinieblas.
Señor,
danos siempre de ese pan
A continuación, Jesús dice: El pan de Dios es el que baja del cielo
y da vida al mundo. Al oírlo,
aquella gente pobre y sencilla exclama
con
esta significativa oración: Señor, danos siempre de ese pan:
-Señor: es un título por el que
reconocemos la ‘divinidad’ de Jesús.
-Danos: lo que Jesús da es un ‘don’, un
‘regalo’ que debemos pedir.
-Siempre: nuestra relación con la persona
de Jesús es ‘permanente’.
-De ese pan: no basta el pan material,
necesitamos ‘un nuevo pan’.
Luego,
Jesús añade: Yo soy el pan de vida. El
que viene a mí
no pasará hambre, el que cree en mí no
pasará nunca sed.
Algo
similar le dice Jesús a la samaritana: El
que bebe de esta agua
vuelve a tener sed; quien beba del agua
que yo le daré nunca más
tendrá sed. Entonces ella
exclama: Señor, dame de esa agua (Jn 4).
Sobre
el hambre de Dios y el hambre de pan, el Papa Juan Pablo II,
en
su primera visita al Perú (febrero de 1985), dijo lo siguiente:
-Veo que hay aquí un hambre de Dios que constituye una verdadera
riqueza, riqueza de los pobres que no se debe perder…
-Hay aquí un hambre de pan… Por el bien del Perú no puede faltar,
se debe hacer todo para que no falte
este pan de cada día, porque
es un derecho cuando rogamos: Danos hoy el pan de cada día.
J. Castillo A.
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