jueves, 30 de julio de 2015

Del hambre de pan, al hambre de Dios

Domingo XVIII, Tiempo Ordinario, ciclo B
Ex 16,2-15  -  Ef 4,17-24  -  Jn 6,24-35

   Después de compartir panes y peces con unas cinco mil personas,
Jesús se va solo al monte a orar, evitando así que lo proclamen rey.
   Al día siguiente, Jesús pasa a la otra orilla… a Cafarnaún.
Allí, a la gente preocupada por asegurase el pan de cada día,
Jesús les anuncia esta Buena Noticia: Yo soy el pan de vida.

Trabajen por el alimento que dura y da vida eterna
   Cuando Jesús ve el hambre de la gente, no permanece indiferente. 
Él mismo parte y comparte el pan…Se identifica con los hambrientos
y sedientos llamándolos mis hermanos… A sus seguidores de todos
los tiempos les sigue diciendo: Denles ustedes de comer (Mc 6,37).
También, se lamenta de los que andan satisfechos, porque tendrán
hambre (Lc 6); y denuncia a los terratenientes ambiciosos (Lc 12).
   Hoy, cuando tenemos abundantes recursos naturales, el hambre
que sufren millones de hermanos nuestros es un crimen abominable.
Allí están los campesinos e indígenas que, al ser privados de la tierra
donde nacieron, se ven obligados a migrar a la ciudad o al extranjero.
   Al respecto, el Papa Francisco denuncia que las grandes ciudades
se hacen grandes con cordones de pobreza y miseria. Luego pregunta:
¿Por qué la gente viene a las grandes ciudades, a los cordones de las
grandes ciudades, a las villas miserias, a las chabolas, a las favelas?
Porque ya el mundo rural para ellos no les da oportunidades.
  Y continúa: La idolatría de la tecnocracia lleva a la desocupación,
crea desocupación. Los fenómenos de la falta de trabajo son muy
grandes y la gente necesita migrar, buscar nuevos horizontes.
   Entre los caminos de solución, el Papa señala: El trabajo más serio
y profundo se hace desde la periferia hacia el centro (21 julio 2015).
   Partiendo de la necesidad de trabajar para tener el pan de cada día,
Jesús pide a la gente trabajar por el alimento que dura y que da
vida eterna; pues, el hombre y la mujer no solo viven de pan,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Deut 8,3;  Mt 4,4).

Creer en Jesús, el enviado de Dios
   La gente, pensando en agradar a Dios con ‘obras buenas’, pregunta:
¿Qué debemos hacer para realizar las obras que Dios quiere?
La respuesta de Jesús va a lo esencial: Creer en el enviado de Dios,
es decir, creer en la persona de Jesús, en su vida, en sus enseñanzas,
en sus obras; de tal manera que Jesús viva en nosotros (Gal 2,20).
En otras palabras, trabajar por un mundo más humano, donde todos:
-vivamos como hijos de Dios, creer que Dios es nuestro Padre; y
-vivir como hermanos, creer que Jesús está en medio de nosotros,
 en sus hermanos que sufren hambre, sed, enfermedad… (Mt 25).
   Sobre la importancia de creer en Jesús, en Juan (12,42ss) se dice:
Muchos creyeron en Él, aún entre las autoridades; pero por miedo
a los fariseos no lo decían, para no ser expulsados de la sinagoga.
Preferían la gloria de los hombres a la gloria de Dios.
Jesús exclamó: El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en
el que me envió. El que me ve, ve al que me envió. Yo soy la luz y he
venido al mundo para que quien cree en mí no se quede en tinieblas.

Señor, danos siempre de ese pan
   A continuación, Jesús dice: El pan de Dios es el que baja del cielo
y da vida al mundo. Al oírlo, aquella gente pobre y sencilla exclama
con esta significativa oración: Señor, danos siempre de ese pan:
-Señor: es un título por el que reconocemos la ‘divinidad’ de Jesús.
-Danos: lo que Jesús da es un ‘don’, un ‘regalo’ que debemos pedir.
-Siempre: nuestra relación con la persona de Jesús es ‘permanente’.
-De ese pan: no basta el pan material, necesitamos ‘un nuevo pan’.
   Luego, Jesús añade: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí
no pasará hambre, el que cree en mí no pasará nunca sed.
   Algo similar le dice Jesús a la samaritana: El que bebe de esta agua
vuelve a tener sed; quien beba del agua que yo le daré nunca más
tendrá sed. Entonces ella exclama: Señor, dame de esa agua (Jn 4).
   Sobre el hambre de Dios y el hambre de pan, el Papa Juan Pablo II,
en su primera visita al Perú (febrero de 1985), dijo lo siguiente:
-Veo que hay aquí un hambre de Dios que constituye una verdadera
riqueza, riqueza de los pobres que no se debe perder
-Hay aquí un hambre de pan… Por el bien del Perú no puede faltar,
se debe hacer todo para que no falte este pan de cada día, porque
es un derecho cuando rogamos: Danos hoy el pan de cada día.
J. Castillo A.

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