miércoles, 15 de julio de 2015

Al verlos, Jesús se compadece

Domingo XVI, Tiempo Ordinario, ciclo B
Jer 23,1-6  -  Ef 2,13-18  -  Mc 6,30-34

    En el Evangelio de hoy, dos grupos se reúnen con Jesús:
-Los doce apóstoles que acaban de volver de la misión,
a ellos Jesús les dice: Vengan ustedes solos a descansar un poco.
-Unas cinco mil personas que andan como ovejas sin pastor. Jesús
se compadece y les alimenta con su Palabra y con el pan compartido.

Vengan a descansar un poco
   Después de enseñar y sanar en la sinagoga de Cafarnaún… sanar
a la suegra de Pedro…y sanar a muchos enfermos que habían acudido;
Jesús se va solo al ‘desierto’ a orar, para evitar todo triunfalismo, pues
su fama se divulgó rápidamente y todos le buscaban (Mc 1,21-39).
Desde esta experiencia, Jesús quiere que sus seguidores -de todos
los tiempos- busquen primero el Reino de Dios y su justicia,
dejando de lado aspiraciones mundanas de poder, fama, títulos…
   Por eso, cuando vuelven los apóstoles después de predicar y sanar,  
Jesús los lleva al ‘desierto’ a un lugar tranquilo a descansar un poco;
a reflexionar -en el silencio- que todo discípulo es un simple servidor.
   Hoy, muchos vivimos: ahogados en un activismo deshumanizador,
sometidos a fríos cálculos económicos, obligados a vegetar sin rumbo:
   Lo que más me sorprende del hombre occidental,
es que pierden la salud para ganar dinero,
después pierden el dinero para recuperar la salud.
   Y por pensar ansiosamente en el futuro no disfrutan el presente,
por lo que no viven ni el presente ni el futuro.
   Y viven como si no tuviesen que morir nunca,
y mueren como si nunca hubieran vivido (Dalai Lama).
   Muy diferente si buscamos tiempo para meditar y encontrarnos:
-con nosotros mismos, convertirnos, creer y practicar el Evangelio;
-con los demás, preferentemente con los pobres cada vez más pobres;
-con nuestra madre tierra, que nos sustenta y produce diversos frutos;
-con Dios, amigo de la vida, defensor de los oprimidos.

Andan como ovejas sin pastor
   Si caminamos, como Jesús, por pueblos y ciudades de nuestro país,
vamos a encontrar una inmensa multitud de niños, jóvenes y adultos
que sufren el peso intolerable de la miseria, de la exclusión social, son
tratados como objetos desechables y sobrantes; son ovejas sin pastor.
   Sin embargo, todos ellos son personas con rostros muy concretos,
en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo:
-Son niños abandonados por sus padres: huérfanos de padres vivos,
golpeados por la pobreza y explotados cuando encuentran trabajo…
-Son jóvenes desorientados por no encontrar un lugar en la sociedad,
frustrados por falta de oportunidades de capacitación y ocupación…
-Son campesinos e indígenas privados de la tierra donde nacieron,
porque sin su consentimiento sus tierras pertenecen a los poderosos…
-Son obreros que, generalmente, sobreviven con salarios de hambre,
obligados -ellos y sus familiares- a caminar con austeridad,
y con dificultades para organizarse y defender sus derechos…
-Son desempleados y sub-empleados sometidos a fríos cálculos
del sistema económico neocolonialista, para que otros vivan mejor…
-Son marginados y hacinados urbanos que viven en la miseria,
frente a la ostentación de riqueza de ciertos grupos privilegiados…
-Son ancianos, cada día más numerosos, marginados de la sociedad
del progreso que prescinde de las personas que no producen…
(Puebla, n.32-39.  Santo Domingo, n.178.  Aparecida, n.65 y 402).
   Ante estos desafíos, los cristianos y personas de buena voluntad
debemos ver con un corazón compasivo y actuar dando vida:
   El futuro de la humanidad no está únicamente en manos
de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las elites.
Está fundamentalmente en manos de los pueblos,
en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan
con humildad y convicción este proceso de cambio. Los acompaño.
   Y cada uno, repitámonos desde el corazón: ninguna familia
sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador
sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona
sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades,
ningún anciano sin una venerable vejez.
   Sigan con su lucha y, por favor, cuiden mucho a la madre tierra.
(Papa Francisco, en Santa Cruz, Bolivia, 9 julio 2015).  
J. Castillo A.

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