miércoles, 1 de julio de 2015

No es éste el carpintero?

Domingo XIV, Tiempo Ordinario, ciclo B
Ez 2,2-5  -  2Cor 12,7-10  -  Mc 6,1-6

   Cuando Jesús vuelve a su tierra natal de Nazaret, sus paisanos,
amigos y familiares -que le habían visto crecer en medio de ellos-
no pueden creer que Dios se manifiesta en lo humilde y en lo débil.
   Actualmente, ¿valoramos la sabiduría de la gente sencilla?
¿Somos capaces de aceptar la fuerza evangelizadora de los pobres

Jesús enseña en la sinagoga de Nazaret
   En una ocasión, cuando Jesús vuelve a casa y se junta mucha gente,
sus familiares vienen a llevárselo porque dicen: Está loco (Mc 3,21).
No olvidemos que en una sociedad enferma es posible considerar
enfermo, precisamente, al que está sano. Y esto sucede con Jesús.
   Cuando Él vuelve a Nazaret acompañado de sus discípulos,
un sábado va a la sinagoga y se pone a enseñar a la gente.
Sus paisanos que le escuchan, se escandalizan y preguntan:
¿De dónde saca esa sabiduría y ese poder de sanar? Y, sin decir su
nombre, lo desprecian: ¿No es éste el carpintero, el hijo de María?
A Jesús le desprecian también porque come con pecadores (Mc 2,16)
y, además, porque Él da más importancia a la vida del ser humano,
y no a la observancia rutinaria del descanso sabático (Mc 3,1-6).
  En una sociedad injusta y racista hace falta tener la capacidad de oír
con simpatía la milenaria sabiduría del Hombre Andino y Amazónico,
que buscan salvar la vida: de sus semejantes y de la madre tierra.
Sin embargo, los que tienen el poder económico, político y militar,
responden criminalizando toda protesta y persiguiendo a los líderes.
   Que no sea letra muerta lo que dijeron nuestros obispos en Puebla:
El compromiso con los pobres y los oprimidos y el surgimiento
de las Comunidades de Base, han ayudado a la Iglesia a descubrir el
potencial evangelizador de los pobres, en cuanto ellos la interpelan
constantemente, llamándola a la conversión; y porque muchos
de ellos realizan en su vida los valores evangélicos de solidaridad,
servicio, sencillez y disponibilidad para acoger el don de Dios (1147). 

Un profeta es despreciado en su tierra
   Jesús para darnos vida plena: toma la condición de servidor…
se hace semejante a los seres humanos… se humilla…
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz (Fil 2).
   Desde esta opción, Jesús nace pobre en un establo… vive pobre
entre los pobres de Galilea… y muere crucificado en Jerusalén.
Además, Jesús tiene autoridad moral para denunciar la hipocresía
de los escribas que andan con amplios ropajes, acaparan los saludos,
buscan los primeros puestos, devoran los bienes de las viudas (Mc 12).       
   Por todo esto, los vecinos de Nazaret rechazan a Jesús, porque solo
conocen ciertos aspectos de su vida, pero no lo que realmente es.
Y, si no aceptan sus enseñanzas, es porque Él no “adoctrina” como
hacen los escribas, sino que enseña cosas nuevas en nombre de Dios.
   Jesús que vino a liberar a los oprimidos, es rechazado por su pueblo
que sigue oprimido por funcionarios de la religión y los terratenientes.
   Al decir que un profeta es despreciado en su tierra y en su casa,
Jesús afirma públicamente que es Profeta y, al mismo tiempo,
se coloca en la larga lista de los profetas rechazados por su pueblo,
pues la misión del profeta, generalmente, trae consigo persecuciones:
*En la primera lectura de hoy, Dios le dice al profeta Ezequiel:
Hijo de hombre, yo te envío a Israel, pueblo rebelde… Esto les dirás,
te escuchen o no, sabrán que hay un profeta en medio de ellos.
*Así sucede con el profeta Amós, a quien el sacerdote Amasías dice:
Vidente, vete, márchate a Judá, allí gánate la vida profetizando; pero
aquí, en Betel, donde está el templo, no vuelvas a profetizar (Am 7).
*Pablo también da testimonio de los momentos dolorosos que sufrió:
El tiempo que pasó en la cárcel. Los golpes, azotes y pedradas que
recibió. Las veces que estuvo al borde de la muerte. Los peligros
que tuvo al viajar, con hambre y sed, con frío y sin abrigo (2Cor 11).
   El Profeta Jesús resume todo lo anterior, al hacer la siguiente
denuncia: Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas
a los enviados. Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina
reúne a sus pollitos bajo sus alas, pero tú no has querido (Lc 13,34).
   Sin embargo, el fracaso de Jesús no fue total. La esperanza está en
aquella minoría que acepta sus enseñanzas y obras, pues el Evangelio
no se impone a la fuerza, se acepta libremente y con fe. Luego, Jesús
deja la sinagoga y recorre los pueblos vecinos enseñando.
J. Castillo A.

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