Domingo XIX, Tiempo Ordinario, ciclo B
1Re 19,4-8 - Ef
4,30-5,2 - Jn 6,41-51
En aquella época, los judíos rechazaban
la divinidad
de Jesús,
y
no admitían que fuera superior a Moisés y menos enviado de Dios.
Hoy
en día, hay cristianos que dejan de lado la humanidad de Jesús,
y
prefieren buscarlo arriba en las nubes, en un cielo lejano.
Para
hacer realidad una sociedad humana y fraterna, los creyentes
debemos
buscar a Jesús de Nazaret, Hijo de Dios e Hijo de María,
en
los rostros de quienes escupen sangre
para que otros vivan mejor.
Este Jesús, ¿no es el hijo de José?
Los judíos de Nazaret han visto crecer a
Jesús en medio de ellos.
Solo
saben que es un vecino más, ¿no es el hijo de José? y, por eso,
buscan
desprestigiarlo, pues este Jesús no
puede tener más autoridad:
-que
los escribas o maestros de la ley,
estudiosos de las escrituras;
-que
los fariseos, personas que cumplen
con la ley y las tradiciones;
-que
los sacerdotes, encargados del culto
en el templo de Jerusalén.
En
otras palabras, ¿acaso puede salir algo
bueno de Nazaret? (Jn 1).
Ciertamente,
hay cristianos que practican una fe desencarnada,
dan
la impresión que se han alejado de Jesús, el Profeta de Nazaret,
que
sana a los leprosos, acoge a los pecadores y come con ellos.
Aquellos
cristianos: -Siguen sepultando a
Jesús con títulos de gloria.
-Se
preocupan de adornar las imágenes de
Jesús, de la Virgen y de los
Santos
con coronas de metales preciosos, o con vestidos de mal gusto.
-Y
no faltan los que explotan a los pobres y oprimen a los débiles
y,
luego, dan limosna a cambio de una
bendición del Todopoderoso.
Si
los cristianos no amamos a los
pobres, si no los defendemos,
si
no estamos cerca de ellos… ¿podemos
decir que creemos en Jesús,
el
servidor, protector y liberador de los pequeños y de los excluidos?
A
los judíos que le critican, Jesús les dice: No
murmuren.
Nadie
puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado.
Para
creer que Jesús es Dios verdadero y
enviado del Padre,
necesitamos
una gracia especial: Ser discípulos de Dios (Is 54,13).
El que oye al Padre y aprende de Él,
viene a mí
Escuchar a Dios nuestro
Padre, aprender de Él, ser sus discípulos,
es
una gracia que nos permite ir al encuentro de Jesús, su Hijo amado.
En
efecto, solo Dios nos enseña… solo
Él abre nuestros ojos para
que
podamos ver a Jesús… y abre también
nuestros oídos para que
tengamos
la capacidad de oír sus enseñanzas y
ponerlas en práctica…
Solo
seremos verdaderos discípulos de Dios si seguimos a Jesús.
Este
seguimiento brota del encuentro con su persona. Es Él quien
escoge
y llama a los que quiere para que vivan con Él (Mc 3,13).
Esta
llamada viene a ser un cambio total en nuestra manera de vivir:
Les aseguro que todo el que deje casa,
hermanos, madre o padre,
hijos o campos, por mí y por la Buena
Noticia del Reino de Dios,
recibirá en esta vida cien veces más… en medio de persecuciones,
y en el mundo futuro la vida eterna (Mc 10,29s).
Yo soy el pan que da vida
Al respecto unamos
la figura de Jesús-pan con Jesús-grano de trigo:
Si el grano de trigo que cae en tierra
no muere, permanece infecundo,
pero si muere, da mucho fruto (Jn 12,24). Ser
pan es dar vida plena:
Yo vine para que tengan vida, y la
tengan en abundancia
(Jn 10,10).
Comentando
el texto de Mateo 25,31-45, el Papa Francisco dice:
Igualmente se nos preguntará: -Si ayudamos a superar la duda,
que hace caer en el miedo y en ocasiones
es fuente de soledad.
-Si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven
millones
de personas, sobre todo los niños
privados de la ayuda necesaria
para ser rescatados de la pobreza. -Si
fuimos capaces de ser cercanos
a quien estaba solo y afligido. -Si perdonamos a quien nos ofendió
y rechazamos cualquier forma de rencor o
de odio que conduce
a la violencia. -Si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios
que
es tan paciente con nosotros.
Finalmente, -si encomendamos al
Señor
en la oración a nuestros hermanos y
hermanas. En cada uno de estos
“más
pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de
nuevo
visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado,
desnutrido,
en fuga... para que nosotros los reconozcamos,
lo
toquemos y lo asistamos con cuidado.
No olvidemos las palabras
de san Juan de la Cruz: “En el ocaso de
nuestras vidas, seremos
juzgados en el amor” (Bula: Rostro de la misericordia, n.15).
J. Castillo A.
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