miércoles, 5 de agosto de 2015

Para nosotros, quién es Jesús

Domingo XIX, Tiempo Ordinario, ciclo B
1Re 19,4-8  -  Ef 4,30-5,2  -  Jn 6,41-51

   En aquella época, los judíos rechazaban la divinidad de Jesús,
y no admitían que fuera superior a Moisés y menos enviado de Dios.
   Hoy en día, hay cristianos que dejan de lado la humanidad de Jesús,
y prefieren buscarlo arriba en las nubes, en un cielo lejano.
   Para hacer realidad una sociedad humana y fraterna, los creyentes
debemos buscar a Jesús de Nazaret, Hijo de Dios e Hijo de María,
en los rostros de quienes escupen sangre para que otros vivan mejor.

Este Jesús, ¿no es el hijo de José?
   Los judíos de Nazaret han visto crecer a Jesús en medio de ellos.
Solo saben que es un vecino más, ¿no es el hijo de José? y, por eso,
buscan desprestigiarlo, pues este Jesús no puede tener más autoridad:
-que los escribas o maestros de la ley, estudiosos de las escrituras;
-que los fariseos, personas que cumplen con la ley y las tradiciones;
-que los sacerdotes, encargados del culto en el templo de Jerusalén.
En otras palabras, ¿acaso puede salir algo bueno de Nazaret? (Jn 1).
   Ciertamente, hay cristianos que practican una fe desencarnada,
dan la impresión que se han alejado de Jesús, el Profeta de Nazaret,
que sana a los leprosos, acoge a los pecadores y come con ellos.
Aquellos cristianos: -Siguen sepultando a Jesús con títulos de gloria.
-Se preocupan de adornar las imágenes de Jesús, de la Virgen y de los
Santos con coronas de metales preciosos, o con vestidos de mal gusto.
-Y no faltan los que explotan a los pobres y oprimen a los débiles
y, luego, dan limosna a cambio de una bendición del Todopoderoso.
   Si los cristianos no amamos a los pobres, si no los defendemos,
si no estamos cerca de ellos… ¿podemos decir que creemos en Jesús,
el servidor, protector y liberador de los pequeños y de los excluidos?
   A los judíos que le critican, Jesús les dice: No murmuren.
Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado.
Para creer que Jesús es Dios verdadero y enviado del Padre,
necesitamos una gracia especial: Ser discípulos de Dios (Is 54,13).

El que oye al Padre y aprende de Él, viene a mí
   Escuchar a Dios nuestro Padre, aprender de Él, ser sus discípulos,
es una gracia que nos permite ir al encuentro de Jesús, su Hijo amado.
   En efecto, solo Dios nos enseña… solo Él abre nuestros ojos para
que podamos ver a Jesús… y abre también nuestros oídos para que
tengamos la capacidad de oír sus enseñanzas y ponerlas en práctica…
   Solo seremos verdaderos discípulos de Dios si seguimos a Jesús.
Este seguimiento brota del encuentro con su persona. Es Él quien
escoge y llama a los que quiere para que vivan con Él (Mc 3,13).
Esta llamada viene a ser un cambio total en nuestra manera de vivir:
Les aseguro que todo el que deje casa, hermanos, madre o padre,
hijos o campos, por mí y por la Buena Noticia del Reino de Dios,
recibirá en esta vida cien veces más… en medio de persecuciones,
y en el mundo futuro la vida eterna (Mc 10,29s).

Yo soy el pan que da vida
Al respecto unamos la figura de Jesús-pan con Jesús-grano de trigo:
Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, permanece infecundo,
pero si muere, da mucho fruto (Jn 12,24). Ser pan es dar vida plena:
Yo vine para que tengan vida, y la tengan en abundancia (Jn 10,10).
   Comentando el texto de Mateo 25,31-45, el Papa Francisco dice:
Igualmente se nos preguntará: -Si ayudamos a superar la duda,
que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad.
-Si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones
de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria
para ser rescatados de la pobreza. -Si fuimos capaces de ser cercanos
a quien estaba solo y afligido. -Si perdonamos a quien nos ofendió
y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce
a la violencia. -Si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que
es tan paciente con nosotros. Finalmente, -si encomendamos al Señor
en la oración a nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos
“más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de
nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado,
desnutrido, en fuga... para que nosotros los reconozcamos,
lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras
de san Juan de la Cruz: “En el ocaso de nuestras vidas, seremos
juzgados en el amor” (Bula: Rostro de la misericordia, n.15).   
J. Castillo A.

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