miércoles, 9 de septiembre de 2015

Para nosotros, quién es Jesús

Domingo XXIV, Tiempo Ordinario, ciclo B
Is 50,5-10  -  Stgo 2,14-18  -  Mc 8,27-35

   Al enseñar Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, la gente se admira 
y pregunta: ¿Qué es esto? Una enseñanza nueva, con autoridad (Mc 1).
   Después, cuando Jesús calma la tempestad, los discípulos exclaman:
¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? (Mc 4).
   En el Evangelio de hoy, el mismo Jesús pregunta a sus discípulos:
¿Quién dice la gente que soy?... Para ustedes, ¿quién soy yo?
   Para responder, no basta repetir ciertas frases teóricas; necesitamos
un encuentro personal con Jesús y con su proyecto del Reino de Dios.

Otros dicen que eres uno de los profetas
   Jesús ha terminado su misión en la región marginada de Galilea,
y antes de ir a Jerusalén donde morirá crucificado, Él y sus discípulos
van a la región pagana de Cesarea de Filipo. Mientras caminan, Jesús
les pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo? Según ellos, la gente
relaciona a Jesús con los grandes profetas: Elías, Juan el Bautista…
   Los profetas son personas llamadas por Dios y enviadas al pueblo,
para anunciar, con palabras y gestos audaces, la voluntad de Dios.
Cumplen su misión como simples servidores, con una fe profunda;
no retroceden ante las dificultades, prefieren morir si es necesario.
   Jesús, el Profeta de Nazaret, siendo de condición divina, toma
la naturaleza de servidor, haciéndose semejante a nosotros (Flp 2).
*Desde esta renuncia, Jesús tiene autoridad moral para decir:
Es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja,
que a un rico entrar en el Reino de Dios (Mc 10).
No permitamos que el dinero siga sacrificando vidas humanas.
*Jesús denuncia la hipocresía de quienes cumplen las tradiciones,
dejando de lado lo más importante: el mandamiento de Dios (Mc 7).
Recordemos que amar a Dios con todo el corazón, y amar al prójimo
como a uno mismo, vale más que todas las ofrendas (Mc 12).
*Como Jesús sigamos anunciando: El tiempo se ha cumplido.
Está cerca el Reino de Dios. Conviértanse. Crean en el Evangelio (Mc 1).

Tú eres el Mesías
   Luego Jesús pregunta a sus discípulos: para ustedes, ¿quién soy yo?
Pedro responde: Tú eres el Mesías… el Cristo, el Ungido de Dios.
Es una profesión de fe, pero todavía inicial… frágil… incipiente…
   En aquella época, nadie esperaba a un Mesías servidor y sufriente,
que iba a promover la justicia en toda la tierra (Is 42). Por eso Jesús,
prohíbe a sus discípulos decir que Él es el Mesías, y les anuncia que
va a sufrir mucho, ser rechazado, morir y resucitar al tercer día.
   Al oír estas palabras, Pedro reacciona, lo lleva aparte y le reprende.
Fue entonces cuando Jesús le dice a Pedro: ¡Ponte detrás de mí,
Satanás! (Tentador). Tú piensas como los hombres, no como Dios.
¿De qué sirve tener todas las riquezas del mundo y adorar a Satanás?
Recordemos que Jesús, al ser tentado, dice: ¡Aléjate, Satanás! (Mt 4).

Quien pierda la vida por mí y por el Evangelio, la salvará
   Después Jesús llama a la gente y a sus discípulos para decirles:
El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, que cargue con su cruz
y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá;
pero quien pierda la vida por mí y por el Evangelio, la salvará.
   Si queremos encontrar a Jesús -Profeta, Mesías, Hijo del hombre-
busquémoslo en los niños explotados, en los jóvenes desorientados,
en los campesinos e indígenas amenazados de quedarse sin tierras,
en los forasteros y migrantes que huyen de la miseria y la violencia,
en los trabajadores que son explotados con salarios de hambre,
en los enfermos y ancianos abandonados, en los que andan desnudos,
en los perseguidos y encarcelados por tener hambre y sed de justicia.
   En todos ellos debemos reconocer el rostro sufriente de Jesús, pues:
Los pobres tienen mucho que enseñarnos en humildad, en bondad,
en solidaridad. Los cristianos tenemos un motivo mayor para amar
y servir a los pobres, porque en ellos vemos el rostro y la carne de
Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza
(Papa Francisco, en Asunción - Paraguay, 11 julio 2015).
   Al respecto, sigamos reflexionando en el mensaje de la 2ª lectura:
Hermanos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe si no tiene obras?
¿Podrá salvarlo la fe? Supongan que un hermano o hermana andan
medio desnudos, o sin el alimento necesario; y uno de ustedes le dice:
vayan en paz, abríguense y coman todo lo que quieran, pero no les da
lo que necesitan, ¿de qué sirve? La fe sin obras está muerta.     
J. Castillo A.

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