Domingo XXIV, Tiempo Ordinario, ciclo B
Is
50,5-10 - Stgo 2,14-18
- Mc 8,27-35
Al enseñar Jesús en la sinagoga de
Cafarnaún, la gente se admira
y pregunta:
¿Qué
es esto? Una enseñanza nueva, con autoridad (Mc 1).
Después,
cuando Jesús calma la tempestad, los discípulos exclaman:
¿Quién
es éste, que hasta el viento y el
mar le obedecen? (Mc 4).
En
el Evangelio de hoy, el mismo Jesús pregunta a sus discípulos:
¿Quién dice la gente que soy?... Para ustedes, ¿quién soy yo?
Para
responder, no basta repetir ciertas frases teóricas; necesitamos
un
encuentro personal con Jesús y con su proyecto del Reino de Dios.
Otros
dicen que eres uno de los profetas
Jesús ha terminado su misión en la región
marginada de Galilea,
y
antes de ir a Jerusalén donde morirá crucificado, Él y sus discípulos
van
a la región pagana de Cesarea de Filipo. Mientras caminan, Jesús
les
pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo? Según ellos, la gente
relaciona
a Jesús con los grandes profetas: Elías, Juan el Bautista…
Los
profetas son personas llamadas por
Dios y enviadas al pueblo,
para
anunciar, con palabras y gestos
audaces, la voluntad de Dios.
Cumplen
su misión como simples servidores,
con una fe profunda;
no retroceden ante las
dificultades, prefieren morir si es
necesario.
Jesús,
el Profeta de Nazaret, siendo de
condición divina, toma
la naturaleza de servidor, haciéndose
semejante a nosotros
(Flp 2).
*Desde
esta renuncia, Jesús tiene autoridad
moral para decir:
Es más fácil a un camello pasar por el
ojo de una aguja,
que a un rico entrar en el Reino de Dios (Mc 10).
No
permitamos que el dinero siga sacrificando vidas humanas.
*Jesús
denuncia la hipocresía de quienes
cumplen las tradiciones,
dejando
de lado lo más importante: el mandamiento
de Dios (Mc 7).
Recordemos
que amar a Dios con todo el corazón, y
amar al prójimo
como a uno mismo, vale más que todas las
ofrendas
(Mc 12).
*Como
Jesús sigamos anunciando: El tiempo se ha cumplido.
Está cerca el Reino de Dios. Conviértanse.
Crean en el Evangelio
(Mc 1).
Tú
eres el Mesías
Luego Jesús pregunta a sus discípulos: para ustedes, ¿quién
soy yo?
Pedro
responde: Tú eres el Mesías… el Cristo, el Ungido de Dios.
Es
una profesión de fe, pero todavía inicial… frágil… incipiente…
En
aquella época, nadie esperaba a un Mesías servidor
y sufriente,
que
iba a promover la justicia en toda la tierra (Is 42). Por eso Jesús,
prohíbe
a sus discípulos decir que Él es el Mesías, y les anuncia que
va
a sufrir mucho, ser rechazado, morir y resucitar al tercer día.
Al
oír estas palabras, Pedro reacciona, lo lleva aparte y le reprende.
Fue
entonces cuando Jesús le dice a Pedro: ¡Ponte detrás de mí,
Satanás! (Tentador). Tú piensas como los hombres, no como Dios.
¿De
qué sirve tener todas las riquezas del mundo y adorar a Satanás?
Recordemos
que Jesús, al ser tentado, dice: ¡Aléjate,
Satanás! (Mt 4).
Quien
pierda la vida por mí y por el Evangelio, la salvará
Después Jesús llama a la gente y a sus
discípulos para decirles:
El que quiera seguirme, niéguese a sí
mismo, que cargue con su cruz
y que me siga. Porque el que quiera
salvar su vida, la perderá;
pero quien pierda la vida por mí y por el Evangelio, la salvará.
Si
queremos encontrar a Jesús -Profeta,
Mesías, Hijo del hombre-
busquémoslo
en los niños explotados, en los jóvenes desorientados,
en
los campesinos e indígenas amenazados de quedarse sin tierras,
en
los forasteros y migrantes que huyen de la miseria y la violencia,
en
los trabajadores que son explotados con salarios de hambre,
en
los enfermos y ancianos abandonados, en los que andan desnudos,
en
los perseguidos y encarcelados por tener hambre y sed de justicia.
En
todos ellos debemos reconocer el rostro sufriente de Jesús, pues:
Los pobres tienen mucho que enseñarnos
en humildad, en bondad,
en solidaridad. Los cristianos tenemos
un motivo mayor para amar
y servir a los pobres, porque en ellos
vemos el rostro y la carne de
Cristo, que se hizo pobre para
enriquecernos con su pobreza…
(Papa
Francisco, en Asunción - Paraguay, 11 julio 2015).
Al
respecto, sigamos reflexionando en el mensaje de la 2ª lectura:
Hermanos, ¿de qué le sirve a uno decir
que tiene fe si no tiene obras?
¿Podrá salvarlo la fe? Supongan que un
hermano o hermana andan
medio desnudos, o sin el alimento
necesario; y uno de ustedes le dice:
vayan en paz, abríguense y coman todo lo
que quieran, pero no les da
lo que necesitan, ¿de qué sirve? La fe
sin obras está muerta.
J. Castillo A.
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