sábado, 26 de septiembre de 2015

¿Quienes son "los nuestros" (Domingo 27 de Septiembre)-2

Hay hoy entre determinados cristianos una cierta manía persecutoria; el sentimiento de que estar rodeados de fantasmas y acosados por personas hostiles, enemigos de la Iglesia. Esto va creando una actitud a la defensiva que no es favorable en absoluto. Porque si bien es cierto que debemos defender los principios evangélicos frente a los que pretenden acallarlos, esta defensa sólo puede hacerse efectiva incidiendo en esos mismos principios que invitan a la tolerancia, al diálogo, y a la apertura; nunca la condena sistemática, ni la demonización del mundo, puede conducirnos a Dios.

¿Quiénes son “los nuestros”?

El mundo, como desierto que toca atravesar, es lugar donde el demonio sale al encuentro; pero sobre todo es lugar donde podemos encontrarnos con Dios, porque el Dios cristiano no es el que se revela en una oculta cueva del desierto sino en los avatares de la historia, que por eso se define como “historia de salvación”. El cristiano no es el que está fuera del mundo, sino en el mundo (Jn 7,15), no es cristiano quien huye de la propia historia, sino que la afronta adentrándose en sus penas y sus alegrías (Gaudim et Spes 1).

Hoy, en el evangelio, Juan, escandalizado porque uno que no era del grupo andaba por ahí echando demonios -o lo que es lo mismo, luchando contra el mal; haciendo el bien- en nombre de Jesús, corre a decirle al Maestro: “se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros” (Mc 9,38). Pero ¿quiénes son los nuestros? Pregunta que nos hacernos ahora: ¿Quienes forman parte de nuestro grupo?¿Quiénes forman parte de nuestra Iglesia (comunidad)?  ¿Serán los que asisten a grupos de catequesis y a actos especiales de culto en la parroquia? ¿Serán los que pertenecen a alguna sociedad o movimiento eclesial? ¿Serán los que van a misa todos los domingos? ¿Los que se bautizan y casan por la Iglesia? ¿Quiénes son “los nuestros”? Jesús, con su hacer y decir, amplía ese concepto restringido de “Iglesia” que a menudo no es sino constructo nuestro: “el que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9,40). Es verdad que existe otra sentencia de Jesús que parece contradecir ésta: “quien no está conmigo, está contra mí” (cf Mt 12,30; Lc 11,23), pero leída en su contexto es una advertencia a aquellos que se niegan a escuchar a Jesús acusándole de estar endemoniado. 

Frente a la pretensión de hacer del bien un monopolio cuya patente es de los discípulos elegidos por Jesús, el mismo Señor corrige: el que hace el bien, el que vive el amor y la compasión, el que construye la paz, aunque no sea de nuestro grupo estructural, es de los nuestros. Está claro que iniciativas que lleven adelante el principio de la compasión y la misericordia -¿qué es sino el reino de Dios?- han de sentirse como propias por los que se consideran seguidores de Jesús.

¿Quién es de los nuestros aunque no ande con nosotros?

Jesús pone ejemplos elementales para comprender quienes son esos que, pareciendo ajenos al grupo-Iglesia, pertenecen a él de hecho:

1. Todo el que hace el bien, por insignificante que sea su gesto: “El que os de un vaso de agua sólo porque seguís al Mesías” (Mt 10,42). Allí donde descubrimos un gesto de amor, allí está el Espíritu de Dios. Hemos de estar abiertos para reconocer la presencia y acción de Dios más allá de la Iglesia-institución. El Espíritu Santo no conoce restricciones ni ataduras de ningún tipo; nadie tiene la exclusiva del Espíritu; es absolutamente libre en su ser y en sus dones,  no se ata sólo a unos pocos, aunque estos “pocos” sean la comunidad de los bautizados:  “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor!” (Nm 11,29). No pongamos cerco a la gracia de Dios; no miremos con ánimo pesimista al mundo, porque en él sigue actuando Dios; todos sus avances en cuestiones de mayor justicia, igualdad y progreso saludable, son signos de la presencia del Espíritu en la historia.  El evangelio de hoy invita a descubrir la abundancia de bondad y de justicia que hay en nuestro entorno, a no desconfiar del mundo sino a buscar en él cauces de diálogo y encuentro. Porque la Iglesia “sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad (Jn 18,37), para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido (Jn 3,17; Mt 20,28; Mc 10,45)” (Gaudium et Spes 3). Para desengañarse del mundo, si este da razones para ello, siempre habrá tiempo.

2. Otro signo de la presencia de Dios son aquellos que pasan la vida sin escandalizar a los más pequeños y buscando la coherencia de vida luchando contra el mal que puede habitar dentro de ellos mismos; aquellos que se dedican y procuran limpiar antes los pecados propios que los ajenos; que buscan primero el reino de Dios y su justicia dejando de lado la obsesión por acabar con el pecado de los otros como condición para la propia conversión. El mismo Jesús abominó de los que ven la mota insignificante en el ojo del prójimo y no ven la viga densa en el suyo (Lc 6,41-42). Dios está en los que, conscientes de que su antitestimonio es siempre un escándalo para los débiles, han elegido el camino de la vida justa.
 
¡Ay de vosotros los ricos! (Lc 6,24)

Mencionar, ¿cómo no hacerlo?, la segunda lectura de este domingo; la carta de Santiago, en línea con las malaventuranzas de Lucas, sigue empeñada en pisar tierra. El aviso contra los ricos es indudablemente un aviso de Dios. Ningún ser humano se atrevería a pronunciarlo. En sí misma la infelicidad de los ricos es una aporía  incomprensible si no es leída desde la perspectiva del cumplimiento de las promesas de Dios. ¿Cómo van a llorar y a lamentarse los ricos?

En realidad el motivo de la desgracia del rico no está en el hecho de la posesión de la riqueza (¡ojalá todos tuviéramos cada vez más riquezas que proporcionen mejores condiciones de vida!), sino en la perversión de “ser rico” habiendo acumulado a base de robar, matar e impedir que los demás tengan lo necesario: “el salario defraudado al obrero”(Sant 5,4). La riqueza que se posee por la injusticia y la sinrazón testimonia contra el que la posee. A lo ojos del mundo tal vez la riqueza crea un halo que oculta la verdad de la persona, pero los ojos de Dios penetran en el interior y pueden ver la polilla de los vestidos y la herrumbre del oro y la plata adquirida con la sangre del hermano. Santa Teresa recoge en sus escritos esta mentalidad que ve la riqueza como elemento distorsionador del valor del hombre: “Tengo para mí que honras y dineros casi siempre andan juntos, y que quien quiere honras no aborrece dineros; y que quien los aborrece, que se le da poco de honra. … porque por maravilla, o nunca, hay honrado en el mundo si es pobre; … antes, aunque sea en sí honrado, le tienen en poco. La verdadera pobreza trae una honraza consigo, que no hay quien la sufra; la que es por sólo Dios, digo, no ha menester contentar a nadie sino a él” (Camino de Perfección 2 6-7).
 
Santiago invita a los ricos de hoy y de siempre a mirarse con los ojos de Dios y obrar en consecuencia. Se trata de seguir los pasos de Mateo (Mt 9,9), de Zaqueo (Lc 19,1-10), de Francisco de Asís, de Carlos de Foucauld o de tantos otros que descubrieron la corrupción que les causaban sus riquezas y se echaron en brazos del Dios del magníficat, que “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes” (Lc 1,52).
 
Son muchos los que, desde fuera de la Iglesia institución, desde otras religiones o desde un ateísmo nada culpable, son buscadores de la verdad, y procuran actuar según los dictados de su conciencia. Son los llamados “cristianos anónimos”. Dios traspasa las barreras de nuestras creencias,  está más allá de nuestras ideas y nuestras formas de ver el mundo. Al decir Jesús que "quien no está contra mí está conmigo", pone de manifiesto que la praxis cristiana no puede defenderse como exclusivismo y como independencia absoluta. Allí donde se trabaja por los demás, donde se abren las puertas a los hambrientos y los sedientos, aunque no se conozca al Dios de Jesús, los cristianos reconocen la acción del Espíritu.
 
        Ya no es su sitio el desierto,
        ni en la montaña se esconde;
        decid: si preguntan dónde,
        que Dios está, -sin mortaja-
        en donde un hombre trabaja
         y un corazón le responde.
     (Himno de Vísperas)
 
Casto Acedo Gómez. Septiembre 2015. paduamerida@gmail.com.

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